Unos años después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos nombró un enlace militar dentro del edificio del Ministerio de Defensa de Argentina. Ese alto oficial estadounidense se mantuvo allí durante los gobiernos de Perón, durante el Golpe Militar, durante la Guerra de Las Malvinas y por todo el periodo post-dictatorial, hasta que Barack Obama llegó a la Presidencia en el año 2009. Unos meses más tarde y después de más de 60 años, esa oficina fue cerrada.
La visita de Obama a Cuba cierra el capítulo más largo de la historia colonial de Estados Unidos. Todavía falta por levantar el embargo y por devolverle Guantánamo a Cuba, eso tomará algunos años más, pero el principio doctrinal desde la política del Coloso del Norte hacia sus vecinos del sur ha cambiado.
Obama abolió la doctrina Monroe, aquella que en 1823 propugnaba por una “América para los americanos”. Se ha transformado en la doctrina Obama de “Latinoamérica para los latinoamericanos”. La iniciativa de paz de Colombia; las transiciones hacia regímenes más institucionales en gran parte de América del Sur; el combate a la impunidad en Centroamérica y el establecimiento de los fundamentos para la transición cubana, han implicado que Estados Unidos redefiniera su huella en el hemisferio.
La preocupación de Obama con Cuba va mucho más allá de reconocer y sanear un grave error histórico que Washington cometió con América Latina. Obama y su equipo de trabajo tienen claro que si Cuba no desarrolla las mejores capacidades y condiciones para sus cambios políticos y económicos, el ejemplo de Rusia se podría repetir.
Un disciplinado régimen socialista se convertiría en una muy corrupta simulación de democracia, en donde las mafias y los carteles de la droga llenarían el vacío que un debilitado Estado ha dejado con su colapso. En otras palabras, Cuba no se puede transformar en otro México.
Durante su primer periodo como presidente, Barack Obama no tuvo ni el tiempo ni el equipo de trabajo que le permitiera construir su política exterior para América Latina. Evitó la confrontación directa con Hugo Chávez, buscó resolver la situación de los mexicanos desarraigados y alentó a la solución institucional frente a los golpes de estado de Zelaya y Lugo, en Honduras y Paraguay, respectivamente.
El legado de Obama trasciende el aspecto geopolítico y potencia en su lugar el aspecto de la cultura cívica latinoamericana. Evidencia de ello fueron los elogios a los cuentapropistas cubanos, los pequeños empresarios que empiezan a dinamizar la economía de la isla.
Mientras tanto en la Ciudad del Saber en Panamá, una reunión regional de la sociedad civil buscaba establecer un centro para fortalecer a las organizaciones comunitarias de la sociedad civil organizada de América Latina y el Caribe.
Obama busca crear cinco centros a nivel mundial para estos fines cofinanciados por la USAID y varias fundaciones estadounidenses y europeas. Su aspiración es que las sociedades civiles desarrollen las capacidades y el liderazgo que él aprendió en las calles de Chicago y con las cuales se pudo enfrentar a las pandillas, a los políticos corruptos y a las empresas explotadoras.
A principios del año 2010, American University junto a la Ciudad del Saber organizó un pequeño encuentro intelectual sobre las relaciones de Estados Unidos con América Latina que fomentó un rico debate entre intelectuales estadounidenses, cubanos y latinoamericanos. Allí se debatió cómo sería el restablecimiento de relaciones entre los dos países y quedó claro que Obama tenía la intención de romper el viejo paradigma de la Guerra Fría.
Fue muy paradójico que en una antigua base militar desde la cual Estados Unidos ejecutó y desarrolló algunas de sus peores operaciones militares y de inteligencia en América Latina, se transformó en el punto de encuentro donde intelectuales de ambos países, empezaron a romper el bloqueo y a tejer una nueva relación. Producto de ese encuentro intelectual, la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales, me solicitó que escribiera el ensayo “Panamá en tiempos de Obama”.
Quizás nadie reconozca el rol que Panamá ha ocupado reiteradas veces en esa rearticulación de la relación de Estados Unidos con América Latina. Hoy nos toca a los panameños, quienes entendemos en carne propia lo que significó la Guerra Fría y la etapa colonial de la historia estadounidense, ser testigos de un nuevo capítulo. Esa historia le corresponde escribirla a cada pueblo. Así como Raúl Castro se despidió muy efusivamente del mulato que le tomó por sorpresa en su visita a Cuba, el cambio de guardia y el surgimiento de una nueva generación de líderes latinoamericanos, sin complejos y sin rencores, marca una nueva ruta para este continente tan sufrido.