No conozco a nadie que esté satisfecho con el sistema de salud de Panamá. Ni médicos, ni pacientes y mucho menos la sociedad en general sienten que los servicios de salud -tanto los que están a cargo de la Caja de Seguro Social, al igual que los que opera el Ministerio de Salud-, realmente cumplen con aquel lema de “Salud Igual para Todos”. Cuatro palabras poderosísimas.
Los escándalos de la irradiación de los pacientes oncológicos; el monstruoso envenenamiento con dietilenglicol; la masiva infestación de la bacteria nosocomial; los bebes prematuros asesinados con heparina, y múltiples otros ejemplos nos hacen desconfiar de que lo que ocurre en nuestros hospitales y clínicas sea lo mejor para nuestra salud.
Panamá tiene la rara oportunidad de reinventar su paradigma médico con la nueva Ciudad de la Salud, y en particular con la nueva Facultad de Medicina de la Universidad de Panamá. Quise conocer lo que se enseña en la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, para obtener una referencia del planteamiento académico que debíamos tener, y me encontré con un rico debate sobre el rol de la medicina alternativa en los nuevos esquemas de los servicios de salud de Estados Unidos.
En 1992, los Institutos nacionales de Salud de Estados Unidos establecieron una pequeña oficina para el estudio de la medicina alternativa y le dotaron de un presupuesto anual de 2 millones de dólares. En 1994, la Facultad de Medicina de Harvard siguió el ejemplo y empezó a dictar cursos de Medicina Alternativa.
Disciplinas y técnicas que apenas unas cuantas décadas atrás habrían servido para que la burocracia médica quemara en leña verde a sus practicantes, empezaron a tener cabida en el corazón de la escuela de medicina más importante del mundo. La acupuntura, la meditación, la herbolaria o medicina botánica, el reiki, los masajes, la Ayurveda y otras técnicas, son regularmente estudiadas y exploradas por al menos 600 practicantes, investigadores y educadores de la Universidad de Harvard.
La oficinita que tenía el gobierno estadounidense dedicada a los estudios sobre medicina alternativa, hoy tiene más de 100 millones de dólares en presupuesto anual. Las empresas aseguradoras, las grandes compañías, incluso algunos de los grandes hospitales de Estados Unidos ya usan y patrocinan tratamientos de medicina alternativa. Esto no significa que el medallón maya o que la moringa-manía sean parte del nuevo modelo de medicina integrativa (aquella que integra la medicina tecnológica occidental con la medicina alternativa usualmente asociada con Asia).
Sin embargo, los datos provenientes de Estados Unidos indican una hoja de ruta que no se puede descartar. Los altísimos costos de la medicina robótica, al igual que la nanomedicina, la genómica y otras estrategias biomédicas, hacen sumamente prohibitivo para gran parte de la población del mundo el acceso a servicios de salud decentes. Además, los largos y costosos tratamientos farmaceúticos contemporáneos tienen cualidades peculiares. Por ejemplo, conozco una persona que tiene que tomarse seis pastillas diarias, de las cuales solo tres mitigan su condición de salud. Las otras tres son para mitigar los efectos negativos de las tres primeras. Tengo una amiga que desarrolló diabetes medicamentosa por el tratamiento farmacológico que debe consumir diariamente. Ni hablar de la cantidad de gente que está adicta al Prozac, Urbadán y el famoso Tafil.
¿Cuál sería una propuesta renovadora para nuestra salud?
La nueva Facultad de Medicina muy probablemente formará a los médicos panameños que producirán un bien público denominado salud, para todo lo que queda de este siglo. Se me ocurre, que Panamá puede buscar la colaboración del Banco Mundial, actualmente presidida por un médico, y la cooperación de la Fundación Bill y Melinda Gates, para construir conjuntamente una Facultad de Medicina modelo para todo el planeta. Nuestros futuros galenos estudiarían con un pensamiento crítico todas las ideologías y doctrinas médicas, ayudarían a desarrollar tratamientos innovadores con la riquísima biodiversidad panameña, y serían los promotores de un nuevo sistema de salud basado en la dignidad del paciente, y no la conveniencia económica del gremio médico, o de la burocracia sanitaria.
Por cierto, para superar la principal crítica que reciben los médicos, enfermeras, auxiliares y hasta los administrativos de las instituciones de salud, no hay que buscar a Harvard ni esperar una nueva Facultad de Medicina. El trato y maltrato que reciben los pacientes y familiares de quienes buscan salud y ayuda en los servicios estatales es, en verdad, abominable. Pareciera en ocasiones que esta gente no fuera parte de la especie humana, que pensaran que los que acuden en busca de sus servicios lo hacen por diversión o para molestarlos.
Gran parte del éxito de las terapias y tratamientos es producto del entorno en que se ofrecen los servicios de salud, incluyendo la decencia y la sensibilidad con la que deben ser tratadas y atendidas todas las personas. Ser pobre y enfermo no significa que se ha perdido la dignidad o que uno se ha transformado en un despojo humano. Todos los que trabajan en un hospital, incluyendo los servicios administrativos auxiliares, deberían entender, que su cambio de actitud y su compromiso sanarían a mucha más gente, que la mejor medicina de patente disponible en el mercado.
Holanda está cerrando algunas de sus cárceles por falta de delincuentes para habitarlas. Panamá podría aspirar a que en un futuro no tan lejano, podríamos cerrar algunos hospitales, o reconvertirlos para otros fines por falta de enfermos para usarlos. Si esto llega a ocurrir alguna vez me imagino que será el resultado de haber incorporado la medicina alternativa, seria y científica en el canon académico de los nuevos médicos, y en los servicios de salud de atención primaria para la gran mayoría de la población.