El estafador sale triunfante en su faena delictiva cuando sabe distraer a su víctima. En esa habilidad se hermana con las labores de los magos, que hacen lo mismo, engatusar a la audiencia, aunque no parezca, y eso sí, sin necesidad de quitarle el reloj o la cartera.
Todo eso lo sabe de sobra Nicky, maestro en esas artes engañosas que violan más de una ley, oficio que aprendió de su padre y este del suyo.
Este personaje, encarnado por un Will Smith más sensato y controlado de lo usual, es la figura principal de Focus, que a veces es una comedia romántica y en otras es un thriller.
El tema de estar enfocado es lo primordial en el accionar de los sinvergüenzas personajes de este juego fílmico, tanto porque de analizar el comportamiento humano dependen sus finanzas y no terminar en la cárcel o en el cementerio, y porque si no examinan su entorno como es debido y miden los posibles peligros a los que se enfrentan, pueden hacer daño, incluso, a la gente que dicen querer y proteger.
Nicky, el típico experto, pierde el norte de su trabajo de atracador cuando se va enamorando de la hermosa y novata Jess (Margot Robbie pone en claro que El Lobo de Wall Street no fue un golpe de suerte), y esta hermosa mujer no termina de aprender todo lo que le enseña su maestro porque también se va prendando del carisma y simpatía de Nicky.
Años más tarde, ambos pierden el encuadre primordial, robarle millones de dólares a un hombre dedicado al negocio de la Fórmula 1 (un desdibujado Rodrigo Santoro, que es tan español como yo soy checo), porque se reprochan mutuamente abandonos, culpabilidades, traiciones y desamores.
El cine de maleantes y mentirosos tiene la urgente necesidad de que el público conecte con ellos lo más pronto posible, para poder luego disfrutar a sus anchas de las trampas y los giros de tuerca que son el verdadero disfrute de películas como Focus.
En estos tiempos de cinismo e individualidad es cuando más sale a flote el atractivo que tienen antihéroes como Nicky, lo que es un gran imán para los consumidores de cine en estas épocas sin caridad cristiana, como decía una tía mía.
Aunque tampoco la idea es que la platea los convierta en ídolos permanentes, porque primero son seres humanos con defectos de fábrica; segundo, porque no podemos olvidar que les roban a personas, muchas veces, que no merecen ser tratadas de esa manera; y tercero, porque pocos productores y realizadores de Hollywood se atreverían a tanto en ese querer torcer la cara a la moral.
Allí radica una de las caídas al vacío de Focus. Los directores Glenn Ficarra y John Requa, que también son responsables del guion, se esfuerzan para que nos caigan bien Nicky y Jess, por lo menos la mayoría de las veces que los vemos juntos o por separado, cuando debemos tener claro que quien incumple la ley, en teoría, la paga tarde o temprano, de alguna forma, como nos han enseñado las películas de directores más que solventes como Alfred Hitchcock, David Mamet y Martin Scorsese.
Ambos seres ficticios son demasiado queribles, hermosos y sofisticados para ser de carne y hueso, y ese olor a oropel es otra limitante de Focus.
Ni Nicky es tan malvado ni tan frío como aparenta ser, y Jess no es tan tonta ni tan inexperta ni tan seductora como hace ver.
Entiendo que eso forma parte del paquete del engaño dentro del argumento de producciones como Focus, pero es que en el fondo Ficarra y Requa insisten en demostrarnos que esos dos son maleantes de gran corazón y eso los hace flojos y blandos en términos dramáticos, porque no son creíbles.
Este par de cineastas y guionistas no tienen los pantalones suficientes para convertirlos en villanos plenos o personas decadentes o despreciables o que inspiren lástima, aunque seamos conscientes de que el actuar de ambos no es necesariamente un ejemplo de un proceder adecuado, civilizado y humanista.
Un punto y aparte. Por alguna razón, cuando las situaciones planteadas en Focus se desenvuelven en las ciudades de Nueva York y Nueva Orleans (Estados Unidos), su pulso es más estable y se disfruta mucho más, pero cuando la trama se traslada a una impecable Buenos Aires (la presidente argentina Cristina Kirchner debería darles alguna medalla a Ficarra y Requa), el ritmo decae de manera evidente, quizás porque es en el segundo acto en que se notan más las debilidades de los conflictos que deben resolver los protagonistas antes de un, más o menos, final feliz.
Dos anteriores labores de los directores y guionistas Glenn Ficarra y John Requa son más meritorios que Focus, aunque no es que ambos títulos sean 100% eficaces.
La farsa desgarradora de su Phillip Morris ¡Te quiero! (2009) y su glamuroso estudio sobre los distintos tonos del enamorarse en Loco y estúpido amor (2011) tienen andamios un poco más sólidos y confiables que Focus, la que después de la brillante escena en que engañan a un apostador chino en un juego de football americano, se siente cada vez más blandengue.
Ficarra y Requa no son George Roy Hill, Sam Fuller, Peter Bogdanovich, Steven Soderbergh ni Fabián Bielinsky, directores que han ofrecido al séptimo arte brillantes largometrajes sobre robos y atracos, y esa carencia de ingenio se nota demasiado de la mitad hacia adelante en la cinta.
No todo lo que brilla es oro, como nos enseña el antiguo refrán, y eso se puede aplicar al conjunto de Focus, que es como un regalo hermosamente envuelto, aunque cuando uno abre emocionado la cajeta y ve el interior, esperando un presente equivalente al bello exterior que lo acompaña, se da cuenta de que mejor no hubiera destruido el elaborado empaque.
¿Qué les pareció Focus? ¿Cuál es su película sobre atracos favorita?