House of Cards: la política, poder sin restricciones



House of Cards es un minucioso estudio sobre las diversas fuerzas que existen en ese espacio, parecido tanto al infierno como al paraíso, que es gobernar un país, un estadio donde sobran las arbitrariedades, los egos, las amenazas y los chantajes.

Esta enigmática serie, exclusiva del proveedor de contenidos audiovisuales Netflix, pone al desnudo una certeza que todos los ciudadanos tenemos: que el poder es una de las drogas más terribles y agresivas, una especie de religión donde sobran los fanáticos y los radicales, y que la política es un despreciable y adictivo negocio lucrativo, donde solo a veces se hace el bien pensando en el colectivo social.

Este programa semanal, que hoy inicia su segunda temporada, se desarrolla en Washington, esa hermosa ciudad histórica norteña donde se desenvuelve el carismático congresista sureño Francis Underwood, interpretado de manera admirable por Kevin Spacey.

House of Cards lleva al espectador a reflexionar sobre la degeneración de la democracia, un sistema capaz de engendrar a estadistas como Barack Obama y a seres maquiavélicos y despreciables como Underwood, quien tiene en su esposa, encarnada por la brillante Robin Wright, una aliada incondicional en sus deseos de superación sin restricciones.

Es una serie, basada en un programa de la BBC, que muestra el cabildeo que hay detrás de cada ley, y ofrece el trasfondo de cada decisión crucial, en especial las que perjudican a muchos y benefician a un puñado.

Precisamente una decisión fue el motor de las acciones en la primera temporada de House of Cards.

A Francis Underwood le prometieron el puesto de secretario de Estado cuando iniciaba un nuevo periodo presidencial, un peldaño más h asta llegar a su meta última: ser el inquilino más influyente de la Casa Blanca, y por ende, del planeta.

House of Cards, a partir de un guión base de Beau Willimon, el autor del libreto de la atractiva película Ides of March, evidencia que no siempre los políticos personifican de forma correcta los intereses del pueblo al que  representan.

Monstruos intrigantes y brillantes

La propuesta escénica del programa televisivo House of Cards es romper la cuarta pared que destruyó en el teatro, y sin saberlo también luego en el mundo audiovisual, el dramaturgo y teórico alemán Bertolt Brecht.

El congresista Francis Underwood (Kevin Spacey) mira cada cierto tiempo directo a la cámara y le habla al espectador con su actitud cínica, calculadora y distante. Les comparte a la audiencia sus acciones y sus planes. De esta manera, somos sus cómplices por saber el delito que va a cometer.

Estamos ante un personaje complejo, que es un ángel con alas nuevas si esa máscara le conviene ante sus adversarios, aunque es capaz de clavar un cuchillo por la espalda sin perder la calma si alguien lo traiciona o no le hace caso.

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en broma, aunque ya quisiera que fuera también en serio, dijo el pasado enero que a veces le gustaría tener algunas de las habilidades políticas de Underwood, entre ellas  ser “despiadadamente eficiente”, para poder enfrentarse a un Congreso, dominado por el Partido Republicano,  que le pone trabas a todas sus propuestas.

Antihéroes

Francis Underwood pertenece a esa cofradía de antihéroes que han logrado ser entrañables para el público televisivo moderno.

Aunque tiene  sus diferencias, este mandamás de   Washington presenta una personalidad amoral que cualquiera con un nivel básico de rectitud rechazaría, pero que uno termina encantado de verlo  actuar, una situación que se repite con otros genios enfermos de la pantalla chica.

Underwood pertenece a esa galería que conforman el profesor de secundaria con un cáncer terminal que vende drogas ilícitas en el programa Breakind Bad; el mujeriego, traumado y alcohólico publicista de Mad Men; el asesino en serie y justiciero profesional de Dexter y ese médico antipático, odioso y deslumbrante de Dr. House.

Además, House of Cards es miembro del club de programas  de televisión  que te enseñan cómo se arman las campañas viciadas que orquestan los poderosos de saco y corbata para dominar a la sociedad y muestran los mecanismos que usan para evadir la ley o los escándalos que trae consigo los excesos,  como hace Underwood, y que también ejecutan los relacionistas públicos y expertos en resolver crisis de las series House of Lies, Scandal y Ray Donovan.

Fenómeno

Netflix, responsable de House of Cards, tenía en   2013 unos 90 millones de usuarios en el planeta, un tercio de ellos solo en Estados Unidos.

Su thriller político, que navega del humor negro al drama, hizo historia en la pantalla chica al  ser la primera producción realizada y distribuida exclusivamente de forma digital a través de internet en obtener 9 candidaturas a los premios Emmy, uno de ellos, a mejor drama del año, compitiendo de igual a igual con las grandes cadenas generalistas como ABC o NBC y con canales de cable como HBO.

En la 65 edición de los Emmy, la Academia de la Televisión de Estados Unidos le otorgó tres estatuillas: dirección, cinematografía y casting.

Recibió cuatro nominaciones al Globo de Oro y venció en la categoría de mejor actriz en serie dramática con  Robin Wright, y tres nominaciones del Sindicato de Guionistas de Estados Unidos (ganó el aparte de mejor nueva serie).

House of Cards también fue uno de los programas más vistos en streaming (sin necesidad de descargarla) en Estados Unidos y en otros 40 países en   2013.

¿Qué opinan de House of Cards? ¿Cuál es la película predilecta de ustedes en la que labora Kevin Spacey? ¿Los políticos de verdad son igual o peor que los políticos de la televisión y el cine?

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