Un James Bond a lo Nolan



Inglaterra es tierra de notables cineastas. Por ejemplo, es la madre del londinense Alfred Hitchcock (1899-1980), el director más influyente entre sus colegas en la década de 1980 y 1990.

Una muestra reciente: Christopher Nolan (1970), uno de los realizadores que más efecto positivo ha provocado en el séptimo arte industrial. Pocos títulos independientes han podido tener una estructura tan de relojería suiza como la que brindó Nolan en Memento (2000).

Cuando pasó a las ligas de los presupuestos gigantescos, su trilogía sobre Batman marcó la estética de cintas no solo de superhéroes, como la desigual The Amazing Spider-Man (2012), de Marc Webb, sino también en géneros tan equidistantes como Skyfall (2012), de Sam Mendes, el título que establece los 50 años de la saga cinematográfica de James Bond.

Mendes (1965), otro realizador indie inscrito en el club de los proyectos millonarios, firma su primera película de producción inglesa y lo hace con dos intenciones precisas. Por un lado, su Skyfall (uno de los tres más brillantes abordajes audiovisuales sobre la creación de Ian Fleming) ofrece guiños a las cinco décadas que tiene en la pantalla grande el hombre con licencia para matar y, a la par, su Bond y su villano van en línea directa a los conflictos del justiciero de Ciudad Gótica y el Joker.

Skyfall respeta la dinámica típica de una cinta Bond: chicas lindas seducidas por el espía, excelentes coreografías de persecuciones (por tejados, en tren, en motocicleta), escenarios hermosos y peligrosos, y la eliminación de un malvado con deseos enfermizos.

La contribución de Mendes a lo Nolan es presentar al Bond más humano de las 23 películas en torno a este personaje que, en entregas pasadas (en particular las de Roger Moore y Pierce Brosnan), parecía salido de la Marvel.

BATMAN AHORA ES ESPÍA

El James Bond de Sam Mendes en Skyfall es un tipo derrotado y confundido, como el Batman de The Dark Knight Rises (2012), de Christopher Nolan, más ciertos referentes a Casino Royale (2006), de Martin Campbell, cuando vemos a un espía que se siente fuera de foco en una sociedad hecha de espejismos, en la que el bien se asemeja al mal.

Silva, el villano (un relevante Javier Bardem) de Skyfall, es el hermano mellizo de Bond, tal como fue el Joker de Heath Ledger en relación con el Batman de Christian Bale en The Dark Knight (2008), de Nolan.

En la trama de Skyfall hay una lucha perenne entre el pasado y el presente. Que si Bond y M ya deben irse al retiro, que si tiene razón de ser la existencia de los espías en esta época, si es mejor regresar a la casa de la infancia o la solución es destruir el inmueble como símbolo de seguir adelante (esa secuencia parece un homenaje a la Straw Dogs de Sam Peckinpah).

Mendes reinventa y refresca la marca Bond, como lo hizo Nolan con la de Batman. Ambos han desarrollado películas emotivas, dramáticas y existenciales, aunque en apariencia sean solo thrillers de acción.

Los dos creadores ofrecen a sus respectivas franquicias un factor enigmático, psicológico e intimista, donde la audiencia nota que sus héroes son tan mortales como ellos y, además, el espectador no está 100% seguro de lo que ocurrirá a continuación.

Bond, después de ser herido casi de muerte, se aleja de ese mundo de intrigas feroces, y como Jason Bourne lo olvida por completo, pero la diferencia entre estos señores es que el estadounidense no sabe quién es y, cuando lo descubre, no le agrada el hallazgo; mientras que el inglés sigue fiel a la corona, aunque irónicamente sea su gobierno el que lo vea como un estorbo sin mayor sentido de la modernidad. Aquí otra semejanza con el Batman de Nolan, que debe salvar a una metrópoli que lo rechaza y lo persigue.

El malo de Skyfall iguala en inteligencia macabra al Alec Trevelvan, interpretado por Sean Beans en GoldenEye (1995), de Martin Campbell, aunque reitero su parentesco con el Joker, más ciertos rasgos del psicópata brillante de El silencio de los inocentes (1999), de Jonathan Demme.

M tiene ahora su momento cumbre. Si bien no es novedad que la secuestren –ya pasó en The World Is pot Enough (1999), de Michael Apted– ahora a Judi Dench (quien pidió la baja), le permiten demostrar por qué es una actriz tan brillante, ofreciendo una M como salida de la mente de Freud.

Nolan sabía que no volvería a rodar un nuevo Batman (por decisión propia), como Mendes que no dirigirá el siguiente Bond (no depende de él). De allí que cada cual deja una fundación sólida del edificio fílmico que le tocó construir.

Les recomiendo ver Skyfall y luego me cuentan.

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