Joaquín Sabina: territorio mítico

Joaquín Sabina: territorio mítico


Joaquín Sabina, cantante y escritor, subversivo, soñador e iconoclasta, ha escrito cientos de piezas y sonetos, y ha publicado una veintena de álbumes en solitario más otros en compañía.

Mucho trabajar para el que más de una vez se ha definido como un vago.

Este hijo de la ciudad de Úbeda (España, 1949) pensaba que terminaría siendo un profesor de literatura y que publicaría una o dos novelas que serían las delicias de un reducido grupo de lectores, pero el destino le tenía otros derroteros y terminó siendo un ícono dentro del olimpo de los cantautores iberoamericanos.

Más que popular, lo que ha adquirido este apasionado de la vida es prestigio. Esa condición lo hermana con el resto de la élite de los más granados cantautores que comparten historias en la lengua de Cervantes: Violeta Parra, Silvio Rodríguez, Rubén Blades, Luis Eduardo Aute, Joan Manuel Serrat, Pablo Milanés, Juan Luis Guerra, Charly García y Andrés Calamro.

Sabina es nuestro Bob Dylan, nuestro Leonard Cohen. Como estos colegas suyos, ha tenido cada etapa de subidas y bajadas a causa de los excesos con el tabaco, el alcohol y otras cosillas, y tarde o temprano, Joaquín ha tenido el tino de resucitar cada vez más renovado.

El hijo de Jerónimo Martínez Gallego (inspector de policía) y Adela Sabina del Campo (ama de casa) se presentará en Panamá este 28 de mayo en el centro de convenciones Atlapa.

El que de chiquillo cantaba en español los éxitos de Little Richards, Elvis Presley y Chuck Berry, llega al istmo en el marco de la gira “500 noches para una crisis”, un tour que luego lo llevará el 30 de mayo a Bogotá, el 1 de junio a Medellín y el 5 de junio a Quito.

‘¿Y cómo huir cuándo no quedan islas para naufragar?’, se pregunta Joaquín Sabina en ‘Peces de ciudad’.



NACIDO PARA SER UN TROVADOR

En las canciones de Joaquín Sabina hay imaginación y deseo, júbilo y tristeza, ironía y candidez, lucidez y ausencia de complejos, así como ternura y cinismo por partes iguales.

Sus letras van del desencanto al erotismo, de la euforia a la pena, y del humor pícaro a la más agridulce inocencia.

En sus letras hay cinismo, a veces hay un tono de desafío, y en otras hay melancolía y dudas de lo pasado, del presente y lo venidero.

Es un pagano espiritual el que compartía sus noches de juventud en los bares, una vida callejera de fiestas, tragos y demás delicias cuando el sol desaparecía, que benefició a su corazón bohemio y a sus canciones nostálgicas, aunque no tanto a su salud.

Sus letras manejan un sentido del honor y una ética admirables; textos en los que deja claro que la fama no le apetece lo suficiente y que la gloria es demasiado escurridiza para hacerle caso.

Este noctámbulo y tabernario, loco y valiente, y escéptico y disconforme, toca el alma de los que escuchan sus poesías cantadas, ya sea que para que este cronista urbano use los tristes acordes del bolero, el sentimiento del mariachi, la pasión del rock, la agonía del blues o lo cadencioso del rap.

‘Que las verdades no tengan complejos. Que las mentiras parezcan mentiras. Que no te den la razón los espejos. Que te aproveche mirar lo que miras’: ‘Noches de boda’, de Joaquín Sabina.





CALLE MELANCOLÍA

Los temas de Joaquín Sabina son estallidos de libertad, proclamas contra el conformismo y la seriedad, pero sin caer nunca en la retórica siempre hipócrita, cuando aboga por lo que piensa es lo único correcto.

Tampoco transmite sus ideas con un tono macabro o suicida o perverso, pues lo suyo es celebrar a los amigos, a los tristes, a los que pierden, a los que andan sin tener un puerto seguro donde llegar, a los que el amor les tiró la puerta en su cara.

Esta es su manera de enfrentar y engatusar al dolor, al desengaño, a la rutina, al desamparo, a la tristeza y a la ansiedad, es su propuesta, a quemarropa, de ir contra lo establecido que siempre da hastío.

Mago que no tiene miedo a perder, cuando habla de los desamores que golpean; los tugurios que te cobijan; de las lágrimas que te liberan; de los perdedores que no se ocultan; del vino que invita a olvidar; de los besos sinceros que roban hasta el corazón más duro; de las noches en vela en busca de una compañía; de los azotes del fracaso cuando se sabe vencedor; de las risas que alivian las fatalidades; del placer de amar sin condiciones; de las mentiras que sirven para que el engaño duela menos, y de las palmas del público agradecido por la función.

Y SIN EMBARGO

Joaquín Sabina desprecia el patriotismo y no se siente hijo de ninguna parte, aunque hay ciudades que le inspiran y a las que le dedica más de una canción, como lo son Madrid, México D.F. y Buenos Aires.

El que recorría bares y cantinas con su guitarra, primero en Londres cuando se exilió y luego en Madrid cuando maduró, cantando piezas de otros, de Bob Dylan a autores mexicanos e italianos, un día se dio cuenta de que debía tener su propio repertorio, pero sin dejarse mandar por las exigencias de una industria discográfica que se atraganta cuando ve aparecer a los vanguardistas y a los libertarios.

Gracias a esa decisión, Joaquín Ramón Martínez Sabina, que nació el 12 de febrero de 1949, segundo hijo de Jerónimo y Adela, es autor de clásicos como Pongamos que hablo de Madrid, Calle Melancolía, Yo me bajo en Atocha y Nos dieron las diez.

Sin dejar a un lado otras joyas del trovador como Que se llama soledad, ¿Quién me ha robado el mes de abril?, Con la frente marchita, Medias negras y tantas otras.

Mientras que 19 días y 500 noches, junto a El hombre del traje gris, Física o química o Yo, mí, me, contigo, están entre sus mejores discos, de acuerdo con su propia opinión.

¿Cuál es tu canción favorita de Joaquín Sabina?

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