Manos sucias, un ejemplo de porno-misieria



a película Manos sucias representa a Colombia en el Festival Iberoamericano de Huelva. La película Manos sucias representa a Colombia en el Festival Iberoamericano de Huelva.

Hay películas que te causan sentimientos encontrados. Por eso, a veces pienso que hasta es mejor cuando las producciones te desagradan por completo o las adoras en su totalidad. Como que es más sencillo tener preciso para qué lado de la balanza queda tu impresión de una producción.

En la versión número 40 del Festival Iberoamericano de Cine de Huelva (España) he sentido ese sabor de boca, entre dulce y amargo, entre emoción y desilusión, cuando terminé de ver la colombiana Manos sucias, que en el pasado Festival Internacional de Cine de Tribeca (Estados Unidos) obtuvo el premio al mejor nuevo director para Josef Wladyka, y que representa a Colombia en pos de una nominación en la categoría de mejor película extranjera del premio Óscar.

Manos sucias, que Wladyka escribió junto con Alan Blanco, aborda tres temas demasiado tratados por el cine y la televisión latinoamericana desde los años de 1970 y, en especial, por la industria audiovisual colombiana: las drogas, la pobreza y la violencia.

Entiendo que el negocio ilícito ha hecho tanto daño a Colombia, uno de los países más emprendedores y llenos de talentos del continente americano, pero es tan habitual ver el narcotráfico en las telenovelas y en sus largometrajes de ficción, que me preocupa que lo utilicen solo para ganar dinero, porque es un hecho que se supone deploran.

APOLOGÍA

En ocasiones, ciertas películas y telenovelas colombianas transmiten un aire de apología al delito combinado con la porno-miseria.

Esa palabra, porno-miseria, siempre me ha encantado desde que se la escuché hace unos 15 años a Edgar Soberón Torchía, un gran crítico nacional. Me parece un término exacto: es aprovecharse del dolor ajeno, del que no tiene derechos porque está en lo más bajo de la pirámide de la riqueza.

Fue porno-miseria lo primero que se me vino a la cabeza cuando terminé de ver Manos sucias, ópera prima de Wladyka. Ese afán de mostrar la pobreza con esta clase de demagogia no puede confundirse con denuncia, más bien está cercana al panfleto y encima se aprovecha de la pésima situación de los demás en aras, supuestamente, de ayudarlos.

Soy honesto, de Manos sucias me gustó mucho su fotografía, sus agitados movimientos de cámaras, que utilice escenarios reales, que te muestre esa Colombia costeña que no aparece en los catálogos de turismo, que con pocos elementos visuales transmite un mensaje fuerte y me agradó el desempeño de sus dos actores (Christian James Abvincula y Jarlin Javier Martínez).

Es en su trama y en el manejo de esta donde pierde puntos, pues te deja ese pesar de que esto ya me lo contaron y quien critique este tipo de pobreza lo acusan de burgués que no le importan los sectores desfavorecidos o te señalan como alguien que no entiende la denuncia social artística.

Sí, admito que es interesante que los personajes de este thriller dramático sean unos muchachos encargados de transportar 100 kilos de cocaína por el mar Pacífico en el sector de Buenaventura y entregárselas a capos menores, pero eso no puede sustentar el núcleo de una película.

No me sorprende que solo dure 84 minutos. Es que como historia no daba para mucho más. Si hubiera sido un corto o mediometraje otro gallo cantaría. Esa precisión le hubiera dado más consistencia.

Manos sucias no tiene la potencia y la crudeza de Ciudad de Dios (Brasil, 2002), de Fernando Meirelles y Katia Lund; ni maneja el neorrealismo de Rodrigo D: no futuro (Colombia, 1990), de Víctor Gaviria.

Tiene escenas bien planteadas como la reacción de uno de los jóvenes mensajeros cuando asesina por primera vez, cuando el otro le comparte cómo le matan su único hijo y una peculiar persecución en moto. Pero, ¿eso debe crear cariño y comprensión por estos delincuentes? ¿Deben parecerme simpáticos porque son pobres y, por tanto, debo aceptar que acaben con la vida de otros igual o en peor situación que ellos? ¿Debo perdonar que se dediquen a un oficio tan miserable como traficar drogas, porque no tuvieron acceso a una mejor educación o porque no había bibliotecas o canchas deportivas en sus barrios?

Manos sucias es la típica película construida para triunfar en los festivales, de esas que por su crudeza y su supuesto deseo de poner sobre el tapete incómodos temas gustan a los jurados. No me sorprendería que obtenga más de un premio en Huelva, quizás el mayor de ellos, el Colón de Oro, un desacierto porque no supera a otros títulos de la sección oficial como Casa grande (Brasil), Hoje eu quero voltar sozinho (Brasil) y Mr. Kaplan (Uruguay). Bueno, al final se aplica una verdad: para gustos, los colores.

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