El arte es un mapa con múltiples rutas a escoger y cada quien decide cuál es el recorrido que desea hacer. Mario Calvit optó por avanzar sin mirar atrás.
“No se justifica quedarse quieto, ni tampoco ser complaciente. Eso nunca”, sentencia Calvit en la sala de su apartamento junto a su compañera de vida y de sueños, su esposa Silvia.
Su pintura evita la comodidad y huye despavorido de poner un solo color en el lienzo para complacer un capricho o una moda, como queda patente en su individual “Inéditos”, que se presenta hasta el 14 de septiembre en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC).
Mario Calvit confía que la concepción temática, las composiciones de colores y las innovaciones estéticas que ofrece en esta muestra van a motivar al público en esta segunda individual que presenta en el MAC, ya que su primera cita en este centro cultural fue hace 14 años.
“Inédito” se compone de una veintena de acrílicos sobre lienzo y 15 obras de acrílicos sobre papel, todos hechos entre 2004 y 2014.
TEMÁTICAS
Algunos de esos cuadros muestran las crisis más profundas del ser humano: la soledad, la desorientación y una naturaleza herida por la mano despiadada de la especie más inteligente que hay sobre la Tierra.
La obra de Mario Calvit es un examen sobre el comportamiento del hombre moderno y la calificación es todo menos que positiva.
En sus pinturas el norte es el paisaje, constituido por llanuras, montañas y árboles frondosos que ya no se ven en esta ciudad con exceso de concreto y vidrio.
El paisaje en Calvit es colorido, lleno de texturas y empastes, con soles que se van ocultando en busca de descanso, con aves y flores hermosas que intentan recordarnos que la naturaleza es un acto de belleza.
Calvit refuerza así su amor por el medio ambiente, que a la par es una forma de regresar a su infancia, cuando aprendió a querer el campo y a quienes lo cuidan.
En esa línea también aparece el caballo como concepto de exploración. “Esta es una forma de hacer consideraciones y reflexiones sobre la naturaleza y la relación del hombre con ella en su condición de ser supremo”, refuerza Calvit, el mayor de cuatro hermanos.
Por eso, su observación “se basa en la complejidad orgánica del interior del país”.
INICIOS
En Mario Calvit fue primero su cariño por el paisaje y luego su romance con el arte. Ambas relaciones ocurrieron en los campos de Antón, donde nació y se quedó hasta 1945, rodeado de golondrinas, caballos y gente laboriosa.
Recuerda sus dibujos en la escuela primaria, en especial cuando hizo los trazos de una bandera ondeante y un maestro le preguntó quién se lo había hecho y que quedó perplejo cuando le contestó que él.
O cuando le ayudaba a su mamá, una experta costurera, que bordaba las más intrincadas formas, y el niño Mario dibujaba esas formas a lápiz para que ella luego hiciera su parte con agujas, telas e hilos.
Más las clases de carpintería donde aprendió a confeccionar aviones y automóviles, que serían el punto de partida para su posterior fascinación por la escultura.
Mario Calvit tomó la decisión de ser pintor cuando estaba en quinto año de secundaria en el Instituto Nacional.
Por entonces era conocido por ser el autor de satíricas caricaturas sobre sus docentes, lo que motivó que en más de una ocasión visitara la dirección del plantel, no necesariamente para felicitarle por su creatividad.
Entonces dejó las aulas del Nido de Águilas y las cambió por los salones de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, donde encontró la guía, el apoyo y la amistad de un profesor que era un maestro de la plástica nacional: Juan Manuel Cedeño, quien se dio cuenta pronto que el joven Calvit tenía potencial, y colaboró en su desarrollo.
Mario Calvit tiene su primera individual en 1959. Le tocó una época difícil en un Panamá donde las galerías y los museos dedicados al arte no abundaban. Entonces optó por exponer su trabajo en espacios alternativos como la Asamblea Nacional y el Museo de Ciencias Naturales.
Ahora, después de tanto bregar, piensa que “Inéditos” será su última individual. Los amantes del arte, de seguro, estarán con la esperanza de que no sea así.
A RESCATAR EL TIEMPO
Cuando Mario Calvit mira en silencio por su ventana, pinta en su mente recuerdos de su Antón de la infancia, y lo hace con colores, entre ocres y brillantes, para que en sus cuadros ocurra un doble milagro: que lo antiguo se vuelva nuevo y lo que está ausente regrese.
Todos los días, desde hace más de 60 años, sus ojos reclaman el tiempo que él se niega a olvidar, y su imaginación y sus manos rescatan, pincelada a pincelada, el pasado en sus obra plástica.
En esta individual, Calvit comparte sus árboles difuminados por la tarde, sus caballos que corren en pos de un río dorado, y unas llanuras que esperan la visita del viento y de la lluvia.
¿Qué opinan de la pintura panameña?