Manuel Antonio Noriega, quien entre 1983 y 1989 fue el hombre fuerte en Panamá, sedujo a más de un escritor que lo convirtió en un personaje de ficción o bien pasó a ser objeto de estudio desde la mirada del ensayista.
En realidad, confiesa el escritor panameño Juan David Morgan, ha leído pocos libros sobre Noriega, quien murió la noche del lunes a los 83 años.
Para Ricardo Arturo Ríos, escritor y promotor cultural, Noriega “es un personaje para Edgar Allan Poe”, narrador que es considerado como uno de los padres de la novela negra.
MANIFIESTO
Una de los primeras obras publicadas en Panamá sobre Noriega fue escrito por el abogado y académico Jorge Eduardo Ritter, Los secretos de la Nunciatura.
Tras pocos meses de la invasión de Estados Unidos a Panamá, ocurrida en 1989, Jorge Eduardo Ritter entró a un restaurante en Bogotá, El refugio alpino, “célebre porque allí abrevaban periodistas e intelectuales. Era una época feliz, pues no existían ni celulares ni correo electrónico, y las comunicaciones telefónicas en Bogotá eran muy malas, por lo que todo intercambio era personal, en vivo, cara a cara", recuerda este abogado y académico.
Allí se encontró con un periodista amigo suyo, Yamid Amat, a la sazón director del noticiero matutino de Radio Caracol. “Él se levantó para saludarme y sin siquiera darme la oportunidad de presentarle al condiscípulo universitario que me acompañaba, me dijo: “tienes que escribir un libro sobre Noriega", destaca el también diplomático y columnista.
Y sin esperar la respuesta de Jorge Eduardo Ritter, Amat procedió a presentarle a las personas que le acompañaban, después de lo cual les dijo el propio Amat: “el excanciller, que fue embajador en Colombia, va a escribir un libro sobre Noriega’. Yo, perplejo, no atinaba a responder. Encima le dijo a una de sus contertulias, Mireya Fonseca, entonces editora de Planeta: ‘usted va a ser la editora de Ritter’; y a mí: ‘ella va a ser su editora’. Me senté en otra mesa a almorzar, y dos horas después las dos mesas eran una sola, y discutíamos sobre el título que llevaría el libro”.
Cuando el libro Los secretos de la Nunciatura se publicó, rememora Ritter, un columnista del periódico colombiano El Tiempo escribió un comentario que cerró con esta frase "…para beneficio de la buena prosa, se dice que el manuscrito fue revisado y mejorado por Gabriel García Márquez". Desde luego era mentira, pero la aclaración de García Márquez, aparecida en la primera página de El Tiempo, catapultó las ventas: "la única razón –escribió—por la que no lo he leído, es porque Ritter no me lo ha mandado”.
Agotadas sucesivas ediciones, en los meses siguientes Ritter no quiso que se volviera a publicar, “pues a más de consideraciones históricas y mi testimonio personal de aquellos años, contenía algunas especulaciones sobre lo que habría de suceder en el juicio que se le siguió a Manuel Antonio Noriega. Y unas se cumplieron, pero otras no”.
OTROS TÍTULOS
“Quizás el título más conocido, por la fama del autor, y menos apegado a la verdad, sea El sastre de Panamá, de John Le Carré”, opina Juan David Morgan, pieza narrativa que fue llevada a la pantalla grande por el director John Boorman y que fue rodada en buena medida en este istmo.
Por otro lado, Guillermo Sánchez Borbón, a dos manos con Richard M. Koster, escribió In the Time of the Tyrants.
Morgan cita dos ensayos provenientes de la unión americana. Uno de ellos es Divorcing the Dictator, de Frederick Kempe. “Es probablemente el que más analiza al personaje, sobre todo, desde el punto de vista de su relación con la CIA”, indica Morgan. El otro, que también versa sobre la relación de Noriega con Estados Unidos, es Our Man in Panamá, de John Dinges.
Para Rosa María Britton, médica y escritora, ambos libros dejan ver el sentido de culpa por un sector de Estados Unidos por aquello de que Noriega fue apoyado y luego desterrado “por la DEA y la CIA. Noriega es una historia de vergüenza tanto para Panamá como para Estados Unidos, país donde lo usaban de informante y trataban de pasar de alto su asunto con el tráfico de drogas”.
Para Britton, Noriega demostró en ocasiones ser un hombre inteligente “y en otras era un bruto. Le ofrecieron en varias oportunidades que dejara el poder y siempre decía: ‘ni un paso atrás”.
La propia Britton analizó esa parte última de la dictadura militar en su novela Laberinto de orgullo, que redactó 10 años después de la invasión de Estados Unidos a Panamá. “La escribí porque por mi condición de médica tenía acceso a gente de todo tipo, por ejemplo, personas cercanas a Noriega”.
Juan David Morgan plantea que desde el punto de vista editorial, “más importante que Noriega fue la invasión de Estados Unidos a Panamá que lo derrocó. Sobre este tema se publicaron varias novelas en Panamá”, entre ellas una de este abogado y académico, Cicatrices Inútiles, en la que también figura Noriega.
Desde el punto de vista de Morgan, lo esencial no fue el exgeneral, sino su relación con la CIA “y su derrocamiento a través de una invasión armada. Es lo único que explica que sobre Noriega se hayan escrito más libros que sobre Omar Torrijos Herrera, personaje de mucho más trascendencia”.
En opinión de Morgan, lo más relevante en torno a Noriega es el libro “que aún no se ha escrito, sobre los 27 años que pasó recluido en prisiones de Estados Unidos, Francia y Panamá. Creo que no hay panameño que haya estado preso por tanto tiempo. Esta realidad y su hermetismo, su silencio en torno a todo lo ocurrido me hacen pensar que si hubiera hablado, entonces quizás sí tendríamos un libro profundo e interesante sobre el personaje”.
GLORIA GUARDIA
La novelista y ensayista Gloria Guardia ofrece a continuación su parecer sobre un libro puntual que habla sobre Manuel Antonio Noriega:
Frederick Kempe, Divorcing the Dictator (London, I.B. Tauris, 1990, 480 pp.). "Una obra que oscila entre el reportaje periodístico y el agudo ensayo político. Muy bien documentado con fichas bibliográficas casi desconocidas, incluso por un investigador dedicado, el libro es una crítica, sin disimulos, de los diversos y descarnados juegos de los EE.UU. para mantener un control férreo y a todo nivel, sobre Panamá, tanto por su disposición geográfica, como por su posible y peligrosa ascendencia dentro de los múltiples escenarios políticos, ideológicos y económicos que surgieron durante una época específica en la región. Si bien, en los primeros capítulos, el autor dedica más de una página a describir al chiquillo paupérrimo, abandonado por sus mayores, que juega durante tardes enteras en el terraplén del casco viejo de la capital panameña, pronto vemos surgir a Noriega como un estudiante becado que, asiste en Perú, a la Escuela Militar de Chorrillos, el sitio adecuado para que los EE.UU. pongan sus ojos en él, reclutándolo como aprendiz a informador de la CIA. Desde allá y entonces, vemos reaparecer a un joven, ya oficial, más seguro de sí mismo, gracias a sus relucientes galeones dorados, y sobre todo, dispuesto a hacer toda suerte de méritos con el fin de ganarse la confianza de sus superiores en la Guardia Nacional panameña (léase, entre otros, del entonces oficial holgazán, pero astuto, Omar Torrijos Herrera), y sobre todo, de sus jefes en la sede de la Central Intelligence Agency, en Langley, Virginia. Así, a medida que la narración cobra cuerpo y se desarrollan los turbulentos acontecimientos que marcaron la segunda mitad del siglo XX y llega, a paso lento pero seguro, el fin de la Guerra Fría, observamos cómo se acentúa el perfil psicológico de “Cara ´e piña” -el mote con que la prensa y el pueblo han bautizado a Noriega; sabemos cómo y de qué maneras se manifiestan, a diario, las trazas del ser cínico y perverso del ya para entonces Jefe del G2; y, por último, nos informamos cómo y por qué el coronel y después general se hace del poder absoluto del pequeño país y, en el camino, traiciona y asesina, a sangre fría, incluso a sus más allegados. En ese instante, Kempe se detiene y analiza con pormenores, dos casos característicos de la perversidad del sujeto: los asesinatos de los protagonistas de la llamada Masacre de Albrook y la decapitación del médico-guerrillero Hugo Spadafora. En el primero, el Dictador enfurecido tras conocer las maquinaciones de sus subalternos para derrocarlo y remplazarlo en la jefatura del Ejército y también del Estado, les da el tiro de gracia tanto a su compadre, el mayor Moisés Giroldi, como al subteniente Ismael Ortega, y a los 11 oficiales restantes, sublevados el 3 de octubre de 1989. Según Kempe, cuando Noriega descubre lo que concluye como un frustrado golpe de Estado, se desquicia y arremete a tiros contra sus oficiales, que una vez delatados, pierden la brújula cuando saben que el presidente norteamericano de entonces, Mr. Bush padre, les ha quitado su apoyo y el Gobierno de los Estados Unidos se ha lavado, indiferente, las manos. Kempe, sobresale aquí, gracias a la lúcida comparación que hace con las tragedias de Eurípides y cómo en ésta se repiten, casi se calcan, los hechos sucedidos durante la Invasión de Bahía de Cochinos, cuando el entonces presidente de los Estados Unidos, J.F. Kennedy, les negó toda cobertura aérea a los mercenarios, convirtiendo el desembarco en una masacre que tiñó de sangre las playas cubanas durante los días 15, 16, y 17 abril del hoy apodado “mes rojo” del año 61 del siglo pasado".
"El segundo asesinato que nos narra Kempe, a lujo de detalles, resulta bastante más conocido por los lectores, dada la sordidez del hecho mismo y la celebridad de la víctima: un médico con pinta de galán de la Cinecittá romana,, que por ideales, lo deja todo, se afilia a los sandinistas nicaragüenses, convirtiéndose en guerrillero con el casi exclusivo propósito de expulsar del poder al último miembro de la estirpe sangrienta de los Somoza, el general Anastasio Somoza Debayle, cuya familia ha gobernado, Nicaragua, pese a una que otra interrupción, desde 1936, cuando el padre, Anastasio Somoza García, expulsa de la presidencia al tío de su esposa, el Dr. Juan Bautista Sacasa, con el beneplácito de los Estados Unidos. No es por azar que el autor haga, entonces, un alto con el calculado propósito de describirnos, al detalle, la decapitación de este bien plantado médico panameño por órdenes directas de Noriega. Así y con la destreza de un fino tejedor de sucesos entre los hilos cruzados de los telones, el autor señala, como motivaciones para el crimen, la inquina, rayando en odio, de Noriega por la víctima dada su gallardía física y su sobrada intrepidez frente el pánico del militar, cuando se entera de que el médico ha recabado y guarda consigo la precisa información y las pruebas que lo condenan, no solo por sus múltiples negocios ilícitos, sino y sobre todo, por sus vinculaciones -al más alto nivel-, en el trasiego de drogas y armas hacia Centroamérica, México y los Estados Unidos. Dentro de este turbulento y malsano escenario político, descrito con maestría, por Kempe, conocemos de la presencia protagónica de Noriega durante las pugnas ideológicas y de poder entre los diversas sectores del marxismo-castrismo cubano, del sandinismo nicaragüense y de la guerrilla colombiana; sabemos de la guerra de los contras, financiada por el narcotráfico y sobre el correspondiente blanqueo de capitales; se nos narra cómo el dictador panameño tira, saca y traiciona una y otra vez a todas las partes, hala de los hilos de la tramoya de éste y aquel escenario; y así el lector llega al ansiado final, cuando Bush, “El prestidigitador- jefe”, autoriza la invasión militar de los Estados Unidos a Panamá, y la maniobra se cumple con armamentos descomunales –en-prueba, durante la noche del 19 al 20 enero de diciembre de 1989".
"Capítulo seguido, el autor narra, a manera de un video en cámara lenta, la salida de Noriega de los predios de la Nunciatura y su entrega a las autoridades responsables del Comando Sur de los EE.UU., al atardecer del 3 de enero de 1990. Recomiendo la lectura y estudio de esta magnífica y muy didáctica obra de Frederick Kempe. Y lo hago, por su narrativa vivaz e impecable, por la solidez de sus argumentos, por su rica e incuestionable bibliografía, por las minuciosas descripciones del carácter degenerado de su protagonista, y ulteriormente y sobre todo, para que se conozcan y nunca más se repitan los hechos del drama sangriento que padeció el pueblo panameño durante los 21 años de una dictadura militar impuesta por los militares Omar Torrijos Herrera y Manuel Antonio Noriega y consentida, sin escrúpulos y para su seguridad y beneficio, por varios gobiernos de los Estados Unidos de América".