'Puente de espías': moldear la voluntad del espectador

'Puente de espías': moldear la voluntad del espectador


El cine debe estar al servicio de la historia que cuenta y tiene que darle la libertad al espectador para que decida cuál es el mensaje que le transmitió la película.

Una producción no debería estar sometida a dar una lección ideológica como meta última y única, aunque esa sea la intención de su director y aunque el cine sea, entre otras, un aparato de compartir ideas y sentimientos.

El logro por excelencia del séptimo arte es rendir tributo al sentido estético, y a que el público aprenda algo nuevo o experimente una sensación diferente.

El cine no puede caer en el juego perverso de promover o sostener el poder político o económico, ni apadrinar dictaduras de izquierda o de derecha o democracias que parecen dictaduras, y si el séptimo arte va a caer en ese pecado, que por lo menos no se noten los dispositivos que lleven a moldear la voluntad de la gente que está en la sala de cine consumiendo un largometraje.

ENSEÑANZAS

En épocas sombrías, las grandes potencias, desde Roosevelt a Lenin, durante las dos guerras mundiales, así como en la llamada Guerra Fría, los gobernantes han usado el arte más popular de todos, el cine, para “educar” al pueblo de acuerdo a sus intereses más particulares.

Y lo han hecho de la mano de realizadores como Dziga Vértov, John Grierson, Pare Lorenzt, Leni Riefenstahl y G.W. Pabst, en una lista que cabe incluir a Frank Capra y John Ford, entre otros tantos.

Esa tarea de perpetuar un poder también se ha llevado a cabo desde la literatura, la pintura y la fotografía, pero ninguna de estas manifestaciones tiene tanto alcance como el cine y la televisión.



ALGO DE ÉTICA

Es pedir un imposible que el ala industrial de Hollywood se enmarque en una ética a la hora de rodar una película, pues la propaganda, desde los años de Nicolás Maquiavelo hasta la época de Paul Joseph Goebbels, es un acto tristemente legal.

Lo que sí es una decepción es que un director del calibre y el prestigio de Steven Spielberg se atribuya la responsabilidad de adoctrinar a la audiencia con la correcta Puente de espías.

Si bien la fotografía del filme, a cargo de Janusz Kaminski, es soberbia, por más que la puesta en escena de Adam Stockhausen sea de una calidad sobresaliente, más allá de que el actor Tom Hanks vuelve a confirmar su condición del Jimmy Stewart y el Cary Grant de su generación, Puente de espías decae cuando, en aras de seguir las reglas estructurales del cine clásico de los años 60, cae en la imperiosa trampa de vendernos ideas, que encima, ya deben ser superadas.

TÁCTICAS

Es noble que Puente de espías nos recuerde que el diálogo y la negociación deberían ser las armas para usar siempre que exista una diferencia entre personas o países. Por más que el abogado James Donovan (Tom Hanks) sea un ejemplo del buen profesional que no se vende ni tiene un precio, Puente de espías pierde bríos cuando Steven Spielberg quiere convencernos de que la extinta Unión Soviética es una villana en toda regla y que Estados Unidos, a pesar de sus defectos, es el mejor de los mundos.

Alguien debe darle urgentes clases de historia del siglo XX a los jerarcas de Hollywood y a Spielberg, pues Estados Unidos fue el gran vencedor de la Guerra Fría: colaboró para derrocar la dictadura de la Unión Soviética, así como al resto de las dictaduras de Europa Oriental, sin olvidar que participó en la caída del muro de Berlín y en la unificación de Alemania. Entonces, ¿por qué rodar de esa manera Puente de espías?

Es positivo que Puente de espías eduque a las nuevas generaciones sobre los cálculos y las tácticas de un tiempo de tantas capas como la Guerra Fría, sobre ese momento posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial, donde los pactos, unos públicos y unos más en privado, involucraban a políticos, militares y economistas, creando en la sociedad global el temor de estar bajo el yugo de la zozobra y la tensión, ya que se pensaba que cualquier día, en nombre de la hegemonía mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética iban a provocar un conflicto bélico de proporciones inimaginables, aún mayor que la estela dejada por Hitler y sus huestes.

También es valioso que Puente de espías, a partir de la relación entre James Donovan y el espía soviético Rudolf Ivanovich Abel (Mark Rylance), aborde temas como la convivencia, la generosidad, la agresividad, la tolerancia, la admiración, el respeto y la comprensión. Pero lo negativo es cuando Steven Spielberg confunde información con esa siempre útil estrategia de los poderosos: la propaganda.

Puente de espías debió ser la ocasión para reclasificar y revaluar los hechos históricos en torno a la Guerra Fría, ver ese llamado telón de acero que hizo irreconciliable a Estados Unidos y sus aliados con la Unión Soviética y los suyos, y hacer ese ejercicio de volver a ver con los ojos objetivos y revisionistas que da hacerlo de manera retrospectiva en el siglo XXI, pero Spielberg prefirió convertir en héroes a unos y en malvados a otros.

Como Maquiavelo, Spielberg en Puente de espías ejerce el oficio de “aparentar” cuando acomete la misión de ser patriota a ultranza.

Parece que Steven Spielberg critica el sistema de justicia de Estados Unidos cuando este no quiere ofrecerle un juicio justo al espía soviético; parece que critica el proceder desafortunado de la CIA, pero al mostrarnos, una y otra vez, las virtudes como abogado de James Donovan, nos remarca que a largo plazo en la unión americana prima la verdad y el derecho, lo que puede ser cierto, pero, por favor, dejen que el espectador lo decida sin que le laven su psiquis.

Spielberg olvida que durante la Guerra Fría, Estados Unidos, violando los derechos de sus ciudadanos, orquestó una cacería de brujas contra todo aquel estadounidense que era o aparentaba ser comunista, una decisión que también alcanzó a la industria del entretenimiento y del sector cultural de la mano férrea del senador Joseph MacCarthy.

Hubiera sido didáctico que Puente de espías desarrollara aún más un elemento que estuvo muy presente dentro la Guerra Fría: convertir los casos de espionaje internacional en procesos judiciales públicos, como se dio con Julius y Ethel Rosenberg, Guy Burgess, Donald D. Maclean y Klaus Fuchs, entre otros.

Nunca como hasta ahora con Puente de espías, Steven Spielberg se apodera del thriller como un confiado sucesor de Alfred Hitchcock dentro de este género cinematográfico. Una pena que en esta ocasión la ideología fuera por delante del arte.

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