Ricardo Darín es un hombre con suerte y lo sabe. El trabajo en cine y teatro le sobra. Es un monstruo cuando está al frente de una cámara y cuando pisa un escenario. Ha protagonizado varios clásicos contemporáneos, no solo del séptimo arte de su Argentina natal, sino también de Iberoamérica.
Comenzó siendo un niño en el mundo del entretenimiento. Es hijo de actores, por lo que las luces, los ensayos y las grabaciones le son habituales.
Sus necesidades y objetivos han cambiado de lugar con el transcurso de los calendarios. “El oficio del actor es complicado. Siempre recuerdo esto que me decían actores mayores y que lograron notoriedad”.
Esos compañeros de faena le enseñaron algo más: a no quedarse quieto, a saltar de un proyecto a otro y a recordar que mientras le pueden sobrar propuestas, hay colegas suyos que les cuesta conseguir triunfar, que tratan de mantener “mínimamente un poco de estabilidad laboral, para poder vivir de lo que les gusta hacer”.
Todo, comenta, lo ayuda a evitar que la fama le dé mareos, enfermedad que se esfuerza por no padecer. “Este oficio es inestable, por uno que tiene suerte hay miles que están bregando todo el tiempo y no puedo olvidarme de esos compañeros”.
“Siempre tuve la fortuna de ser invitado a proyectos, siempre encontré gente que me ofrecía laburo, que han confiando en mí, ya sea porque eran conocidos de mis padres o porque me conocían de chavalito o por mis propios méritos”, plantea quien fue uno de los invitados del Festival Internacional de Cine de Panamá.
“Nunca he sido demasiado ambicioso. Con el solo hecho de tener trabajo me siento contento y agradecido. Luego, si he tenido la posibilidad de hacer un trabajo que reciba el reconocimiento de la audiencia y de mis colegas, eso ya es lo máximo”, reflexiona quien ha obtenido 20 premios interpretativos.
Los cambios de timón en la carrera interpretativa de Ricardo Darín se vinculan con el tipo de labores que hace: que si tiene tiempo haciendo comedias, entonces opta por el drama o el musical, o bien si ha coqueteado demasiado con el cine y tiende a ir tras las tablas, y viceversa. Es un débito que tiene consigo mismo y busca saldar esa necesidad.
“Siempre lo que he intentado es no quedarme en un solo lugar, soy de los que creen que la comodidad no es muy creativa. Cuando uno se instala y siente ese sabor dulce de la aceptación, puede tener tendencias a quedarse en la comodidad”, resalta este caballero de 57 años, cumplidos en enero pasado.
A LEER
No cuenta cuántos guiones le llegan a sus manos, pero sí lee muchos, tanto las historias que le proponen como los borradores que los amigos y colegas le envían para que les dé el visto bueno, ya sean cineastas jóvenes o realizadores consagrados. “Es una devolución que hago por lo mucho que he recibido”, comenta un habitual en las películas del director, Juan José Campanella: El secreto de sus ojos, Luna de Avellaneda, El hijo de la novia y El mismo amor, la misma lluvia.
Entre los cuatro o cinco argumentos que recibe, si uno lo obliga a leerlo con más pasión, entonces el gusanillo del actor le comienza a dar comezón y es señal que su talento tiene puerto pensado en una dirección. “Es una ansiedad y una necesidad que me va entrando y entonces pregunto cuál es la idea que tiene el director, cuándo la quiere hacer, si yo podré o no participar”.
SENTIMIENTOS
Su oficio tiene que ver con emociones y saber transmitirlas. Dice que no tiene un método en particular, que se queda con lo que ha estudiado y con la experiencia de tener cerca a colegas de más experiencia.
El tema emocional dentro de su oficio, opina, es bastante polémico. “Si partimos de la base que actuar es un juego”, comparte de forma exclusiva con La Prensa.
“Siempre tuve la sensación de que estoy en una beca de aprendizaje, la oportunidad de ver a mis compañeros actores, casi sin que ellos lo notaran. Ese es un recurso válido dentro del juego”, destaca.
Hay quienes usan recuerdos personales para involucrarse de manera eficaz un personaje. “No es el camino que yo prefiero. Me gusta jugar a creerme que soy realmente esa persona que tengo a cargo y si hay algo divertido en mi trabajo, es intentar no ser tú mismo por un tiempo determinado”.
Ese proceso le parece algo “muy loco, por lo que pueda aparecer y el resultado siempre será distinto”.
Siempre que se enfrenta a un rol se pregunta quién es ese individuo, cómo piensa, qué le habrá pasado antes, “tratar de inventarme su historia, si es que ya no la tiene en el libreto, el guión o el libro, si no está hay que inventarla. De allí nace la columna vertebral, que es la red emocional y racional de ese ser humano y entonces saber cómo camina o mira o cómo sufre o ríe. Ese es el anclaje”.
TABLAS
Otro de sus amores es el teatro. En estos momentos está en cartel en Buenos Aires con el montaje Escenas de la vida conyugal, basado en una obra de Ingmar Bergman, protagonizada junto a Valeria Bertuccelli y dirigidos por Norma Aleandro.
El teatro para Darín es un taller permanente y sorprendente. “El actor, apenas abre el telón, su relación es tan directa con el espectador, y sin intermediarios, eso lo convierte en una relación implícita, una reunión bajo un mismo techo donde no hay adrenalina, vértigo y peligro, y eso es inigualable”.
Le parece fuerte que el espectador puede aplaudirse o levantarse airado e irse, “manifestando a viva voz lo que siente de lo que está viendo. Todo lo que ocurre en el teatro, para bien o para mal, es directo, no te lo cuenta nadie, ocurre allí”.
Además, tiene un plus romántico, que lo ocurrido en el escenario y la platea “solo queda registrado en las cabezas de los actores y el público. Solo nosotros sabemos lo que ocurrió ese día”.
LO SIGUIENTE
Lo más inmediato que se verá de Ricardo Darín será Relatos salvajes, de su compatriota Damián Szifrón, una propuesta que amalgama comedia y suspenso a partir de seis historias.
Va a ser un largometraje que “no va a pasar desapercibido, será de alto impacto en la audiencia, más allá de la suerte que pueda correr. Su temática implica que el espectador no puede mirar para el costado”.
Lo define como un tratado sobre la ira y la violencia, “en un tono bastante poco frecuente: cuando hablamos de cólera lo hace en términos muy dramáticos, aquí además tiene un algo satírica, para desenmascarar a los mecanismos de la violencia, para burlarse de ella. Va a traer mucha discusión”.
¿Cuál es su película especial de Ricardo Darín?