El sábado 26 de abril de 1986, en el bloque número 4 de la central nuclear de Chernóbil, ubicada en Ucrania, una explosión de hidrógeno destruyó la carcasa de un reactor y se liberaron radiaciones de hasta 50 millones de curios.
Así ocurrió el más grande desastre nuclear en tiempos de paz, cuando nubes radioactivas contaminaron el medio ambiente de buena parte de Europa.
A cada rato, mientras leía Voces de Chernóbil (Debate), estaba tentado a cerrar las páginas de este estremecedor libro de Svetlana Alexiévich, para ver si el sosiego regresaba a mi alma.
La demoledora realidad de tanta gente inocente destruida, recogida con esmero por esta extraordinaria periodista bielorrusa, era tan triste que tenía la tonta y pasajera ilusión de que con cerrar el libro terminarían las amenazantes impresiones que inundaban mi mente.
Luego, a los segundos, volvía a tomar aire y abría tamaña caja de Pandora, pues mirar hacia otra dirección no soluciona lo que pasó en Chernóbil por las equivocadas y tardías medidas de unos líderes irresponsables, que no solo tardaron en dar la nefasta noticia, sino que demoraron aún más en resolver algo de la catástrofe por creer que era un signo de debilidad durante la Guerra Fría.
Pocas obras crean imágenes que nunca desaparecen de tu mente, como las que produce esta pieza maestra a cargo de la premio Nobel de Literatura 2015. Son imágenes que te atrapan y te persiguen, que están allí para que nunca olvides lo ocurrido.
Las historias que recoge Alexiévich parecen sacadas del argumento más imposible de series como The Walking Dead o películas como 28 días después.
Lo terrible es que los macabros hechos que registra Voces de Chernóbil no son hijos de la ciencia ficción ni pertenecen a un futuro postapocalíptico. Uno sabe que las consecuencias de aquel accidente nuclear pasaron de verdad y que sus secuelas todavía están allí, latentes.
Además, uno pronto llega a la conclusión de que hay un destacado segmento de la sociedad global que no ha estado del todo comprometida con los miles de muertos y los muchos más sobrevivientes de aquella presencia radioactiva.
Si el poeta latino Virgilio acompañó a los círculos del infierno a Dante Alighieri en La Divina Comedia, fue la Muerte que aparece en el clásico del cine El Séptimo Sello (1957, Suecia, Ingmar Bergman) quien guió a la reportera cuando se trasladó a esa zona devastada.
Svetlana Alexiévich saca a la luz una situación desgarradora y les da la palabra a los testigos de los acontecimientos, a esos seres vivos que parecen, andan y sienten que están como muertos.
La reportera le saca partido al poder irrefutable de la tradición oral: deja que la gente de todas las clases sociales, culturales y económicas se expresen, hablen, recuerden, denuncien, griten, lloren y guarden silencio cuando la soledad, el abandono y el miedo los aplasta.
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