Aunque ocurren en países y épocas distintas, tanto La delgada línea amarilla (México) como Magallanes (Perú) son miradas íntimas sobre las relaciones humanas.
El protagonista de ambos dramas, Damián Alcázar, participó en estas producciones porque siempre se inclina por aquellas historias profundas que le “digan cosas importantes” a los espectadores.
A lo largo de su carrera, la que comenzó en 1985 con el cortometraje El centro del laberinto, este actor mexicano, que fue uno de los invitados del quinto Festival Internacional de Cine de Panamá (IFF Panamá), desea colaborar con proyectos audiovisuales que “nos reúna como seres humanos” en torno a una sala de proyecciones.
Dice sí a los filmes que “revaloren y que nos enseñen que debemos vivir la vida de una manera plena y satisfactoria. Eso me gusta mucho de esta clase de argumentos”.
La condición obligada es que sea un argumento interesante. “No tiene por qué ser una trama que critique directamente a lo político, pero sí que suene a algo contestatario, que tenga alguna subversión”.
DERECHOS HUMANOS
Magallanes, del director Salvador del Solar, plantea que todavía falta mucho por hacer en materia de justicia en los casos de abuso de poder en el continente americano.
“Esto tiene que ver con el asunto de la ideología y al servicio de quién pone la gente el poder”, señala quien este año será el principal de la película Ana y Bruno, de Carlos Carrera, con quien ya laboró en En el crimen del padre Amaro (2002).
En el caso de Magallanes, salen a flote los abusos de un militar retirado y cómo uno de sus subalternos se arrepiente años después de colaborar en los delitos cometidos por mandato de su superior.
Obviamente, el derecho y las leyes no colaboran a solucionar aquella violación a los derechos humanos sobre una menor de edad.
“Por norma, los militares son obligados a cumplir las órdenes sin reflexionar, ni mucho menos a enjuiciarlas. Eso les impide tomar una decisión de ser humano. Los militares son un conjunto de gente que se les prepara y se les ejercita para cumplir órdenes, ya sea para destruir o para construir en el menor de los casos”, indica Damián Alcázar, quien ha ganado en ocho ocasiones el premio Ariel (el Óscar mexicano), seis veces como actor principal y dos como intérprete de reparto.
El asunto es que su personaje en Magallanes, un taxista solitario llamado Magallanes, “cobra conciencia” de sus equivocaciones “años después, cuando le toca la fibra personal del amor. Se siente mal por lo que hizo”.
De alguna manera, este militar se enamoró “de la joven a la que le hizo daño en el pasado, prácticamente sin querer, como me supongo que muchos militares lo hacen. Seguramente a otros les da un placer hacer daño, sobre todo en las guerras, donde los peores resultados los sufre la sociedad civil”.
Le atrajo de su personaje que tenía una cierta sensibilidad, que queda de manifiesto porque dibuja y porque a su manera trata de ayudar a una de las víctimas de un general hoy enfermo.
“Esto ya habla de la sensibilidad de Magallanes”, cuando manifiesta sus emociones desde el dibujo. “Tiene cierta capacidad de reflexionar y observar desde su arte. Seguramente lo que hizo le pesó muchísimo a lo largo de su carrera como militar. Por eso, nunca salió adelante”.
SIN EMPLEOS
Le atrajo La delgada línea amarilla, del director Celso García, porque pone en evidencia la cantidad de trabajadores que no encuentran un empleo, o que deben aceptar cualquier labor, aunque sea pésimamente remunerada, para llevar los frijoles para su casa.
Le parece increíble que millones de hombres y mujeres en el mundo “ganan una bicoca, que ganan casi nada, y con eso tratan de mantener a sus familias”.
“En general, las circunstancias de los trabajadores no son las mejores. Están totalmente condenados. Ni siquiera tienen muchos de ellos un seguro social que les alcance”, dice Damián Alcázar, cuya única tentación con Hollywood fue con Las crónicas de Narnia: El príncipe Caspian (2008), del director Andrew Adamson, y lo hizo porque le atraen las novelas de C.S. Lewis.
En México, le preocupa la situación de la salud pública. “El obrero que se enferma, cuidado y se muere. No hay manera. Todo está privatizado. Los grandes laboratorios están hechos para solo dar ganancias y no para la salud”.
DEMOCRACIA HERIDA
Lamenta el estado de salud de la democracia en la América Latina.
Por ejemplo, Magallanes ocurre en Perú, donde después de escrutar el 100% de los votos de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, la candidata de Fuerza Popular, Keiko Fujimori, obtuvo el 39.8% de los sufragios, y que Peruanos por el Cambio, liderado por Pedro Kuczynski, alcanzó el 20.98%, de acuerdo con la Oficina Nacional de Procesos Electorales de Perú.
Cabe recordar que Keiko es hija de Alberto Fujimori, quien fue presidente de Perú y que actualmente está preso por violaciones a los derechos humanos y corrupción.
Mientras que Dilma Rousseff, presidenta de Brasil desde 2014, está acusada de manipulación de las cuentas públicas y existe un proceso de destitución que la oposición impulsa en su contra en el Congreso.
Que en algunos países de la región la situación de la democracia no sea la mejor, se debe a “los manejos de los intereses económicos”.
No confía en los políticos y “deberíamos despedirlos a todos. Los que pertenecemos a la sociedad civil deberíamos tener la posibilidad de juntar entusiasmo y sacar adelante a nuestras nuevas generaciones”.
Esa determinación por un futuro prometedor se haga “sin la ayuda de los políticos, pero es una idiotez lo que digo, ya que es una utopía, porque los políticos tienen la sartén por el mango”.
“Los políticos saben cómo repartirse el dinero. Son ellos los que están manipulando a la sociedad”, indica quien ha participado en largometrajes de alto contenido político como La dictadura perfecta (2014) y La ley de Herodes (1999), ambas de Luis Estrada.
Le parece que se debe “erradicar la política y buscar otra solución, aunque te repito, esa es una utopía”.
EL ASCENSO DE TRUMP
A Damián Alcázar le da miedo que gane la Presidencia de Estados Unidos un individuo como Donald Trump, quien es favorito para quedarse con la nominación republicana para la Casa Blanca.
Puede que Trump gobierne porque Estados Unidos es “una sociedad reaccionaria y conservadora. No sé cómo llamar a este grupo que encuentra en el racismo a su mayor fantasma, y que su peor enemigo es el que es diferente y extraño para ellos”.
“Me parece muy raro cómo es la sociedad norteamericana, vaya, la sociedad en general, que somos bastante racistas”, señala quien en 2017 participará del filme El secreto del retrato.
Puso como muestra su encuentro con un taxista aquí en la ciudad capital durante su participación en el Festival Internacional de Cine de Panamá (IFF Panamá).
El chofer de taxi le habló bellezas de las islas en Guna Yala, aunque quedó de piedra cuando esta persona le comentó que lo único negativo de aquellos parajes eran los grupos originarios.
“En México también me he encontrado con gente así, o el chiste en Ecuador que me dijo un taxista: si usted ve a un hombre blanco corriendo es un deportista, pero si es negro es un ladrón”, manifiesta quien ha tenido una corta visita a la telenovela con títulos como Demasiado corazón (1998), Todo por amor (2000) o El alma herida (2003).
“Estamos metidos en esta manera de pensar y eso habría que erradicarlo. Una manera es hacer películas que traten de remover la conciencia de la gente, aunque sea un poco, para poder cambiar el rumbo”, indica.
SERES DESAPARECIDOS
Le parece bastante difícil que se sepa toda la verdad en torno a la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Iguala (sur de México).
Resalta que el asunto está rodeado de “muchas sospecha” cuando se habla de los estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, de los que no se supo nada más después de la noche del 26 de septiembre de 2014.
“Se dice que el ejército pudo ser. El punto es que los cuarteles son inexpugnables, ningún civil puede entrar allí. Por lo tanto, si fueron ellos, los pudieron haber quemado en los llanos o en unos hornos”, anota.
“Es prácticamente imposible ubicar en un basurero a más de 40 cuerpos. Necesitas mucho combustible para desaparecer los vestigios de un esqueleto humano y esto ocurrió a cinco minutos de donde está el ejército”.
Considera que el ejército no existe para “sembrar arbolitos. Ellos deben saber lo que está pasando en la comunidad y deben tener todo coordinado. Entramos en el terreno de la sospecha, por lo que no se podrá saber a ciencia cierta qué pasó. Y punto y no va a pasar nada”.
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