La película 'Salsipuedes', un retrato social de Panamá

La película 'Salsipuedes', un retrato social de Panamá


Tráfico de influencias, mora judicial, pobreza en crecimiento, gobiernos que desperdician el dinero público en tonterías, barrios dominados por las pandillas, desintegración familiar, una clase social que paga más impuestos que los sectores más privilegiados, un Estado paternalista que da subsidios cuando debe dar concretas oportunidades de desarrollo y una corrupción galopante que le amarra las manos a la justicia y a las leyes.

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Todos estos temas quedan en evidencia en la recomendable Salsipuedes, una película que en esencia demuestra que la democracia panameña está en crisis, una crisis que existe desde mucho antes que los militares dieran su nefasto golpe de Estado en 1968 y una crisis que ha ido creciendo en una etapa democrática con más de un presidente ladrón o inepto o ambas características.

El istmo es un alma perdida que se mira a sí misma con cariño y se engaña cuando le pregunta al espejo “del progreso” cuál es el mejor país del mundo.

Nuestra sociedad está convencida de que ofrece equidad y bonanza a todos sus ciudadanos, porque hay un consolidado sistema bancario, porque cada vez abren más centros comerciales y porque los cinco edificios más altos de Centroamérica están ubicados en la ciudad capital.

Salsipuedes plantea que no todos los hombres y mujeres en este país están bien como creen los gobernantes en sus oficinas con aire acondicionado, personalidades de la baja política que se desviven cortando cintas, para creer que hacen a plenitud su trabajo, es decir, cumplir los imposibles que prometieron durante la campaña electoral y que el pueblo les cree una y otra vez: seguridad plena, educación de excelencia, servicios óptimos de saneamiento, un sistema de salud envidiable, ausencia de desigualdad social...

Este admirable largometraje de los directores Ricardo Aguilar Navarro y Manolito Rodríguez (quien además la escribió), plantea que residimos en un país de estructuras débiles, donde la igualdad de crecer y avanzar, principio y fin de todo desarrollo concreto, todavía no ocurre para todos en Panamá, una situación que tristemente se repite en buena parte de América Latina.



MADUREZ NACIONAL

El cine nacional ha demostrado en 2016 una madurez notable casi al 100%, salvo un largometraje de triste recordación que intentó, de forma fallida y carente de emociones, manejar la comedia negra con supuestas cuotas de reivindicación social, aunque en el fondo se desvió en una lamentable sucesión de clichés: El Cheque, de Arturo Montenegro.

El resto de nuestro séptimo arte presentado este año en el quinto Festival Internacional de Cine de Panamá (IFF Panamá) ha denunciado, desde la inteligencia y el buen gusto, que todavía falta mucho para que Panamá pueda decir que salió del llamado Tercer Mundo.

Los admirables documentales A la deriva, de Miguel I. González; La Ruta, de Pituka Ortega Heilbron, y Es hora de enamorarse, de Guido Bilbao, van por el mismo camino crítico de Salsipuedes.

Estos cuatro títulos nos llevan a preguntarnos qué país somos hoy, qué Panamá deseamos ser en un futuro y cómo podemos salir de este círculo vicioso que nos hace seguir, hacia adelante, aunque a ritmo de tortuga con problemas de reumatismo.

A la deriva va más allá de darle voz a las víctimas del envenenamiento por el caso del Etilenglicol, pues también deja claro que la salud pública en Panamá no siempre protege a los pobres, al que dice darle refugio, sino que muchas veces lo arrincona, le da una atención hecha de migajas, y en más de una ocasión lo olvida a su suerte. Al final se confirma que en nuestro territorio falta formular serias y racionales políticas sanitarias.

Tendremos en esta metrópolis un Metro y una línea de Metrobuses a nuestra disposición, lo que se agradece a sus responsables, pero, por un lado no sabemos a ciencia cierta si hubo sobrecostos en estos logros, y por otro, algo igual de grave, los tres protagonistas del documental La Ruta se siguen levantando a las 3:00 de la mañana para estar a tiempo en sus respectivos trabajos, pues para ellos no se han logrado mejoras sustanciales en materia de transporte.

En tanto, Es hora de enamorarse (Premio del Público Revista K al Mejor Documental) nos recuerda que más de una persona con discapacidad reside al margen del bienestar nacional y mundial, pues no siempre tienen acceso a una educación adecuada y a un empleo digno, y ellos también tienen todo el derecho a conocer la alegría, la solidaridad, el cariño, la amistad y el amor de sus semejantes.



DESDE LA REALIDAD

Salsipuedes, que ganó el premio del público a la mejor película de América Central y el Caribe en el Festival Internacional de Cine de Panamá 2016, tiene una cámara precisa e impecable, y un guion que se maneja bien entre las fronteras de la ficción y lo documental, dando como resultado una propuesta amena y convincente que, además, logra conmover.

A eso agregarle una fotografía preciosa y luminosa, incluso cuando muestra los claroscuros de los barrios.

Aunque Elmis Castillo (encarna al niño que de joven retorna al istmo) ofrece por momentos una propuesta actoral sin mayores dimensiones, Maritza Vernaza da una lección interpretativa como una madre que busca ayudar a su hijo, aunque la solución que selecciona no sea la más adecuada.

En tanto, Lucho Gotti ofrece una propuesta de un abuelo dulce y cómplice. Mientras que Jaime Newball tiene el reto de entrar en la piel de un boxeador lleno de heridas por dentro y por fuera, resultados de tanto pelear contra la pobreza, la soledad y su mala cabeza.

Punto y aparte merece la inolvidable Alina Rodríguez (1951-2015), quien en Salsipuedes es una vecina que conoce y protege a un abuelo, a su hijo y a su nieto. Un personaje que todo aquel que ha crecido en un barrio ha conocido, por lo menos, una vez. En mi caso, fue la tía Sobeida y doña Petra, dos damas que junto a mi madre moldearon mi carácter a punta de regaños, enseñanzas y mimos.

La actriz cubana, además de brindar un papel soberbio, colaboró con los directores en algo más. Ella, fuera de sus responsabilidades directas, ayudó a buscar y entrenar por tres meses a ese grupo fantástico de niños de actuación natural, que en una que otra escena le roban el mandado a sus colegas adultos y formados.

Lo que causa molestia es que Salsipuedes tenga mucho más que ofrecer al público que varias de las películas de Hollywood que monopolizan hoy día la cartelera en Panamá y está en menos salas, lo que limita su alcance. Incluso, en cinco complejos cinematográficos del país ni siquiera aparece.

Luego vienen los dueños de sala a pedirle al cine nacional que tenga un desempeño en taquilla igual o superior que los títulos de la meca del cine.



EL HIJO DEL CAMPEÓN

Un niño está en el aeropuerto de Tocumen. Va rumbo a la ciudad de Washington, Estados Unidos. Antes de seguir adelante con esa aventura impuesta por sus mayores, se escapa de su madre para despedirse por última vez de un abuelo que lo quiso y lo respetó.

Así arranca Salsipuedes, una hermosa producción que estudia cómo un boxeador termina en la cárcel, cómo un abuelo muere de tristeza, cómo un niño pierde parte de su identidad por crecer en tierras lejanas y cómo un Estado y una sociedad le dan la espalda a su gente.

Salsipuedes plantea que la justicia en Panamá es selectiva y encima es lenta en sus procesos.

Si el pobre roba una media va preso por 10 años, pero si un expresidente está prófugo en Estados Unidos porque lo acusan de robar durante su mandato, pasa poco para dar con su paradero (aunque sepan en qué ciudad y en qué edificio de apartamentos reside) y pedirle explicaciones.

Salsipuedes es, además, sobre los que se quedan en Panamá obligados, pues en la primera ocasión se irían sin pensarlo. Una reacción que se entiende si el país no les ofrece opciones de crear las bases para un mañana más humano.

Salsipuedes es una metáfora de los que quieren y no pueden salir del barrio, del país, de su pasado, de los recuerdos, de lo perdido; los que pueden y no quieren continuar, y de los que toman la valiente decisión de no perder la fe por lo que ofrece el mañana.

Salsipuedes es sobre el destino que cada quien se construye y su argumento le pregunta al público si ese destino es algo preestablecido por fuerzas exteriores o si se puede alterar.

La película de Ricardo Aguilar Navarro y Manolito Rodríguez, aunque cae en uno que otro lugar común en su trama, refleja con notas altas cómo el amor por la patria no siempre desaparece, cómo el amor a un deportista problemático no se extingue en el corazón de una maestra y cómo el sistema cree más en reprimir y castigar que en orientar y educar a un pueblo.

MIRADA SINCERA

Salsipuedes retrata los vicios y las virtudes de los habitantes de los barrios populares.

Aunque la trama ocurre en un sector imaginario llamado Salsipuedes, lo que presenta el filme es una postal de lo que sucede en sectores como El Chorrillo, Barraza, San Felipe, Santa Ana y Plaza Amador.

Otro de los méritos de Salsipuedes es que se rodó en esos escenarios reales. Nada de locaciones recreadas. Nada de mirar desde arriba una situación marginal que pide a gritos ayuda.

Al contrario, la mirada de los cineastas Ricardo Aguilar Navarro y Manolito Rodríguez es sincera y justa, una mirada de frente a una problemática social de esa parte de la ciudad que no siempre aparece en las rutas turísticas promovidas por el Estado y las agencias de viaje.

Las calles y avenidas que observa el espectador en la pantalla grande son de verdad, y otras han ido desapareciendo, como ocurre con la verdadera Salsipuedes, que ahora ha perdido, casi por completo, el brillo peculiar que tenía hace décadas.

Por lo que Salsipuedes tiene también una cuota grande de documental, al mostrar lo que ya no está y lo que debería mejorar si los gobernantes de turno, así como los pasados y de seguro los que vendrán, se empeñaran en lograrlo.

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