Las reputaciones: recuerdos, dolores y olvidos



Todos queremos ser admirados por los demás, ser calificados de grandiosos, que las personas sepan quiénes somos y qué hemos hecho para lograr tanto éxito.

Hasta el más humilde de los hombres, aunque sea una vez en su existencia, ha caído en las redes de la más inofensiva vanidad, ya ni hablemos de esa otra vanidad que es más que dañina.

Los medios de comunicación social son vehículos para convertir en héroes o en seres miserables a cualquiera, en cuestión de segundos, minutos u horas, más allá si el individuo en cuestión se lo merece o no.

Los periodistas, los fotógrafos y los caricaturistas, entre otros oficios vinculados con el compartir, orientar y transmitir información, también tenemos, o aspiramos a poseer, esa aura que trae consigo los que alcanzan la grandeza y el reconocimiento general. Vaya, que se obtenga al final del camino, eso son otros 500 pesos.

Por eso, todos soñamos con que nuestro trabajo sea reconocido, que los esfuerzos que hacemos sean recompensados, y que podamos tener, aunque sea asegurada, una nota a pie de página en el enorme libro de la historia. Vaya, si puede ser un párrafo o un capítulo entero, la satisfacción aumenta, aunque es una empresa titánica alcanzar  semejante hazaña y pocos lo logran.

Esa es parte de las áreas que explora Juan Gabriel Vásquez en su admirable novela corta Las reputaciones (Alfaguara).

Juan Gabriel Vásquez nos presenta una novela íntima en su fondo, breve en su estructura, pero contundente en sus mensajes y objetivos, en la que este escritor colombiano deja claro que sabe contar historias y dejarlo a uno preso de su magnetismo.

El nuevo título del autor de El ruido de las cosas al caer (premio Alfaguara de Novela 2011, English Pen Award 2012 y premio Gregor von Rezzori-Citta di Firenze 2013) tiene como epicentro a Javier Mallarino, un veterano caricaturista colombiano que desde hace años ha tenido el poder de acabar o dar a conocer la trayectoria de un funcionario   a través de las revistas y periódicos donde ha laborado por décadas.

Con sus dibujos satíricos y sus caricaturas llenas de sorna ha logrado captar la emoción, las frustraciones y las aspiraciones de los habitantes de su país.

Mallarino lo sabe y lo disfruta, y por eso evita que el gusanillo de la ostentación se alimente de él. Le ha costado conseguir esa parcela de poder, ese estatus que puede ser pasajero y los sacrificios que han sufrido él, sus familiares y sus amigos.

Este artista del lápiz ha tenido una vida que busca ser lo más ejemplar posible, ser dueño de un comportamiento modelo, en lo que cabe dentro de su condición de humano, porque sabe que debe tener moral si quiere evaluar el desempeño de los políticos y de los gobernantes.

También no se anda con engaños en la cúspide de su carrera.

Sabe que si da un paso en falso, si muerde alguna manzana tentadora, todo lo conseguido lo puede conducir a la ruina, quizás no financiera, si no de la otra, de la que vale mucho más, la de perder su buen nombre, la que lo lleve a perder su querida independencia, más aun, su credibilidad, y sin ellas, quedará huérfano de esa reputación que aparece en el título de esta historia.

Aquí es cuando entra en escena el otro gran tema de la novela Las reputaciones: los hechos pasados, y con ellos, los recuerdos que pueden ser engañosos, y los olvidos que se dan para, quizás, creer que ciertos momentos delicados o penosos no ocurrieron.

Ambas circunstancias, lo entiende ahora Mallarino, son mecanismos de defensa que tenemos todos en nuestra mente para no enfrentarnos a ciertas situaciones, pues corremos el riesgo de que nada vuelve a ser lo mismo.

El día que Mallarino recibe un reconocimiento nacional, cuando toda una sociedad se levanta para saludarlo y aclamarlo por su desempeño profesional, el ayer se hace presente para decirle que tiene una deuda pendiente que cumplir, que se traduce en unas cuantas preguntas por responderle a una niña que hoy ya es una dama, pero si atiende ese llamado, si mira hacia atrás, ese prestigio suyo puede quebrarse en varios pedazos, y ya a su edad, y con tantos tiburones al acecho que solo esperan un movimiento en falso, no podrá componer su reputación.

Estamos ante la disyuntiva de darle cara al pasado, con todos sus dones y amarguras, o correr en sentido contrario para estar a salvo de ciertas certezas que causan gran dolor, aunque se sabe que muchas veces el alivio no se obtiene de esa manera.

¿Qué novela premiada con el Alfaguara han leído? ¿Han leído en el pasado obras de Juan Gabriel Vásquez?

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