Si nunca ha tenido sexo en su vida, si ha explorado el placer carnal de forma insatisfactoria, si tiene tabúes sexuales ocultos por resolver, si jamás ha leído una novela erótica de Henry Miller o los diarios de Anaïs Nin, si no ha tenido la curiosidad de ver películas como El último tango en París (Bernardo Bertolucci, 1972) o Henry & June (Philip Kaufman, 1990), si no ha visto completa una producción pornográfica o si le atraen los personajes controladores y dados a humillar a los demás, entonces le arrebatará la versión fílmica de 50 sombras de Grey (Sam Taylor-Johnson, 2015).
Si a usted como espectador (a) le atraen las historias de hombres que someten a mujeres a desmanes variados en materia sexual, entonces no haga filas para comprar un tiquete para ver 50 sombras de Grey, lo que le recomiendo es buscar clásicos eróticos como Belle de jour (Luis Buñuel, 1967), Historia de O (Just Jaeckin, 1975) y Secretary (Steven Shainberg, 2002).
Otra opción es ver producciones de menor calidad, pero que poseen un mayor poder sexual y artístico que 50 sombras de Grey (Fifty Shades of Grey), como 9 semanas y media (Adrian Lyne, 1986) y El cuerpo del delito (Uli Edel, 1993).
De acuerdo, Sam Taylor-Johnson tiene una notable capacidad visual para darle cierto clima, entre fino y rudo, a la versión audiovisual de una obra toscamente redactada, pero dentro de los anales del cine erótico 50 sombras de Grey es un producto sobrevalorado.Claro que la película es más envolvente, fluida y exuberante que la novela en la que se basa, aunque ninguna es objetivamente provocadora si la comparamos con libros y películas que en materia de sexo lograron cotas más altas desde la perversidad, lo delirante o la osadía.Vamos mal en una película sobre sexo y dominación, sobre mujeres sumisas y hombres poderosos en muchos sentidos, cuando sus actores exigen en sus contratos que no se les verán sus órganos reproductivos en la gran pantalla y que si se hacen primeros planos de partes de sus organismos deben usar los servicios de dobles de cuerpo. Si la película y el libro se hubieran concentrado en una insana y perturbada relación amorosa y sexual en tiempos decadentes, perversos y frívolos como los de hoy, que en alguna medida lo desarrollan, hubiera funcionado mejor.
MÁS SOMBRAS QUE LUCES
El libro y la película de 50 sombras de Grey ofrecen personajes y conflictos desdibujados: chica pobre, virgen y tímida conoce a chico rico, intimidante y con mucha cama.
Ambas realzan el sadomasoquismo y el fetichismo, y no estoy seguro si además se plantean en qué medida el sexo y el amor pueden ser una grave enfermedad.
100 millones de ejemplares vendidos evidencia que hay un sector, principalmente de mujeres, interesada en el arte erótico.
Luego de ver tan fría adaptación audiovisual, 50 sombras de Grey hubiesen llegado mejor al celuloide de la mano de directores interesantes como Gus Van Sant, Bret Easton Ellis, Steven Soderbergh, Joe Wright o Benett Miller. Todos dijeron que el proyecto les era atractivo.
E. L. James prefirió una cineasta más dócil y por eso optó por la británica Sam Taylor-Johnson (Londres, 1967), aunque ambas, de la manera más cortés posible, han dicho que su relación profesional no fue la ideal.
Después vino la expectativa de quiénes interpretarían a la inocente Anastasia Steele (estudiante de literatura inglesa) y al sádico empresario Christian Grey.
A pocas lectoras, porque este fenómeno es eminentemente comandado por las damas, les interesaba quién sería Steele, todas deseaban saber cuál cuerpo masculino encarnaría a Grey.
Aunque se especuló sobre la Ryan Gosling y Matt Bomer, quien se quedó con el papel fue Charlie Hunnam, el que luego renunció y fue reemplazado por un actor de cartón con músculos llamado James Dornan, que en la serie The Fall también tiene entre sus habilidades el amarrar a la gente.
SIN FUERZA DRAMÁTICA
50 sombras de Grey no cumple las promesas del género literario y cinematográfico del erotismo. Está rodada con la estética trivial, liviana y atrevida de los anuncios de Calvin Klein que hizo en años pasados el propio James Dornan.
Tanto la novela como la película pretenden ser una retorcida versión para mayores de edad de los cuentos de hadas de la literatura popular: el sentido de propiedad libidinoso hacia la mujer como premio y trofeo.
En estos cuentos, las damas son inútiles, incapaces de resolver sus propios problemas, hasta que llega el caballero que las salva del peligro. Acá el hombre valiente tiene dificultades para manifestar cariño por traumas de su niñez, pero eso no le impide ser un as en la cama, y además rico. ¿Qué más se puede pedir en esta era materialista y ambiciosa?
A la dama se la salva de los riesgos y se le ofrece una mejor posición social (no por menos su salvador es un príncipe azul), pero luego aparece el asunto de la dominación y la codicia sexual, pues la finalidad del caballero es casarse con la chica, o sea, poseerla.
50 sombras de Grey se fuerza en ser libidinosa y no lo es porque se pone límites de qué sacar en escena en materia sexual sin que la censura la califique como película pornográfica, y eso tire por el suelo el marco posible de su audiencia. Por eso, ante el miedo de recibir una calificación NC17 en Estados Unidos, la directora eliminó o editó escenas sexuales que aparecen en el libro.
Los personajes de la película tienen un carácter caricaturesco y estereotipado, y la culpa lo tiene el libro.
Desde El amante de Lady Chatterley y La insoportable levedad del ser, es conocido en la literatura y en el séptimo arte el tema del despertar sexual de la mujer en manos de un hombre experimentado, por lo que el planteamiento de 50 sombras de Grey no es nuevo ni ardiente ni sensual ni impúdico.
Las letras y el audiovisual desde hace siglos y años, respectivamente, han explorado ese sexo descontrolado que altera cualquier tabú moral, religioso o social, de modo que lo que plantea Grey en la pantalla grande es todo, menos transgresor.
El séptimo arte ha indagado la pasión, brutal y explosiva, que destruye cuerpos y almas de los amantes, desde El último tango en París (Bernardo Bertolucci, 1972) al El imperio de los sentidos (Nagisa Oshima, 1976), pasando por Parfait Amour (1996), de Catherine Breillat, y Contratiempo (1980) de Nicolás Roeg, con una capacidad de riesgo que no posee 50 sombras de Grey.
¿Quieren ver películas que les muestren la primera vez de una mujer en los mares de la sexualidad? Entonces deben ver Une partie de champagne (1936), de Jean Renoir o Un verano con Monika (1953), de Ingmar Bergman o El graduado (1967), de Mike Nichols.
Hay quienes piensan que 50 sombras de Grey es la película erótica de esta generación, porque les habla de los placeres y los riesgos del amor físico. De ser así, ¿tiene el rigor de Comizi D’Amore, (1963), de Pier Paolo Pasolini o de las Confidencias de mujer, (1962), de George Cukor? La respuesta se resume en una sola palabra: No.
¿Les gustó 50 sombras de Grey? ¿Qué película erótica recomiendan? ¿Qué libro de corte erótico les agradó?