Un mundo de medio metro de ancho y 4 mil 285 metros de largo



Leer Salvaje es acompañar a Cheryl Strayed a recorrer un mundo de medio metro de ancho y 4 mil 285 metros de largo. Esas son las medidas del Sendero del Macizo del Pacífico (SMP). Una ruta de senderismo que bordea la costa oeste de Estados Unidos desde el desierto de Mojave en California y Oregon hasta el estado de Washington. Desde que publicó estas memorias, en 2012, no ha estado sola en ese viaje.

Supe de este libro por una amiga que había descargado la muestra, le gustó y lo compró en formato digital. Al concluirlo quedó con ganas de que la autora siguiera caminando para acompañarla en el sendero. Ha sido un éxito de ventas en Estados Unidos, de lo contrario no lo habrían llevado al cine, ni el papel principal lo habría hecho Reese Witherspoon.

Hace unos meses encontré la versión en español en la librería El Hombre de La Mancha de Multiplaza.

Strayed caminó mil 700 kilómetros sola en 1994, un capítulo del libro se llama “La única chica en el sendero”. Tenía 26 años y poca experiencia en senderismo. Eso queda manifestado en las primeras páginas en las que relata cómo inexpertamente intenta armar su mochila y ponérsela a la espalda en un capítulo al que llama “Encorvada en una postura mínimamente erguida”. A su mochila, que sería a la vez su inseparable compañera, la bautizó Monstruo.

Pero al SMP llevó cargas más pesadas: su divorcio de un hombre que la amaba y al que amaba, pero era imposible vivir juntos; la muerte repentina de su madre a causa del cáncer, ocurrida cuatro años atrás y el resquebrajamiento de su familia, su padrastro y sus hermanos habían tomado cada uno por su camino, tras la muerte de la madre.

No había logrado establecerse profesionalmente, trabajaba de mesera o de lo que podía. Lo que sí sabía era seducir. El sexo casual y tanteos con la heroína se habían convertido en su escape.Cuando se topó con una guía sobre el SMP, supo que eso era algo que le gustaría hacer, que tenía que hacer. Ahorró sus propinas para comprar equipo de excursionismo y se lanzó a la aventura.

‘No sabía a dónde iba hasta que llegué allí’

El libro es una ventana al mundo del excursionismo, una práctica muy extendida y organizada en Estados Unidos, con caminos señalizados, bitácoras públicas, puestos para el descanso, voluntarios y muy buenos libros guía.

En las paradas para los caminantes se puede beber refrescos que saben a cielo, recoger correspondencia y provisiones enviadas por correos, bañarse y dormir en una cama. Hay cajas donde los senderistas dejan lo que les pesa demasiado o ya no les sirve, pero que para otros pueden ser un tesoro.

Ampollas, escaldaduras, calor sofocante, frío extenuante, hambre, sed, pies mojados dentro de botas pequeñas, pérdidas de uñas son parte de la caminata, pero también hay paisajes que dejan sin aliento, alivio en la sombra, paz en el silencio, el descubrir lo rico que es dormir en una cama limpia y la solidaridad de los otros caminantes.

Strayed pasa la mayor parte del tiempo sola, intentando resolver problemas ordinarios: encendiendo un mechero para calentarse o evitando que la lluvia empape sus provisiones. Pero las noches oscuras en las que no alcanza a ver ni la palma de su mano le dan la oportunidad de poner en orden sus ideas, de reflexionar sobre lo que ha ocurrido en su vida.

Intuía que se encontraría a sí misma en el sendero, por eso describe su llegada con las palabras: “no sabía a dónde iba hasta que llegué allí”.

Se reconcilia con su madre, que tuvo que huir de un esposo abusivo (el padre de Strayed y sus tres hermanos), pero que supo enseñarles la alegría de las cosas pequeñas.

Strayed, que disfrutaba la lectura, llevó 12 libros al sendero, entre ellos Mientras agonizo, de William Faulkner. Debido al peso, se recomendaba a los excursionistas quemar las páginas leídas. Al final de Salvaje, Strayed puso una lista de estos libros como un agradecimiento a su compañía.

Le costó mucho perdonar el distanciamiento de su padrastro, que tras la muerte de su madre rehizo su vida con una nueva familia. Casi al final del libro escribe: “Eddie no me había querido como yo esperaba, pero me había querido cuando más importaba”. Él le enseñó, de niña, a encender una fogata, la llevó a acampar por primera vez, le mostró cómo montar una tienda y hacer nudos”. Sin él nunca habría llegado al sendero.

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