Una de las misiones del arte es indagar en el pasado de los pueblos, tanto en el lado luminoso del ayer como en sus costados más sombríos.
El séptimo arte panameño, poco a poco, redescubre el pasado histórico del país, y quien lo ha hecho mejor es el documental.
Así, ese viaje al pasado ha sido investigado con meritorios resultados estéticos en documentales istmeños recientes como El último soldado, de Luis Romero; Invasión, de Abner Benaim, y El guerrillero transparente, de Orgun Wagua.
Hoy, 20 de diciembre, se cumple un aniversario más de uno de los momentos más violentos y tristes de Panamá, cuando el ejército estadounidense invade el istmo con la razón o el pretexto de sacar de circulación al dictador Manuel Antonio Noriega.
Esta fecha es ideal para ver, a las 9:00 p.m., El último soldado, a través de la pantalla chica, cuando se proyecte por el Servicio Estatal de Radio y Televisión (Sertv).
También coincide la fecha para tener en casa Invasión, que está a la venta en formato DVD y del que me ocuparé en otro momento de forma más amplia.
Me concentro en El último soldado, un emotivo y contundente documento de obligatorio visionado por todo aquel que por azar del destino o por decisión propia ha decidido convertir en su hogar este hermoso y peculiar istmo.
Luis Romero entrevista a personalidades de la política, el arte y los derechos humanos, tanto de derecha como de centro, izquierda e independientes, buscando la manera de no darle demasiado protagonismo a ninguna tendencia ideológica.
Quizás la línea argumental de El último soldado, en principio y en papel, fue la salida del último militar estadounidense de suelo patrio, pero al final, queriendo o no Romero, el verdadero trasfondo de su película son las relaciones tormentosas y contradictorias entre una potencia mundial (Estados Unidos) con un país con un punto privilegiado del orbe: Panamá.
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