La basílica de San Pedro se convirtió la mañana de este domingo 6 de noviembre en un improvisado centro de detención, donde mil presos escucharon en primera persona la brutal denuncia del papa Francisco sobre la “hipocresía” que se esconde tras un sistema penal que excluye la reinserción de estas personas en la sociedad.
“A veces, una cierta hipocresía lleva a ver solo en vosotros personas que se han equivocado, para las que el único camino es la cárcel. No se piensa en la posibilidad de cambiar de vida, hay poca confianza en la rehabilitación”, exclamó Jorge Mario Bergoglio.
El pontífice argentino llegó a confesar: “Cada vez que visito una cárcel me pregunto: ¿por qué ellos y no yo? Todos cometemos errores”. De este modo alertó de los “esquemas ideológicos” o “las absolutas leyes de mercado” que “aplastan a las personas” porque –según acotó después– “no se hace otra cosa que estar entre las estrechas paredes de la celda del individualismo y de la autosuficiencia, privados de la verdad que genera la libertad”. Por ello, señaló que la actitud de quien “señala con el dedo a quien se ha equivocado” es muchas veces una “excusa para esconder las propias contradicciones". Los asientos de la basílica más grande del mundo estuvieron ocupados por personas que cumplen condena en cárceles de 12 países del mundo, si bien la mayor parte procedía de Italia. Para algunos de los detenidos –que estuvieron en todo momento vigilados por agentes de la policía penitenciaria– era la primera vez que salían de prisión con un permiso especial. El Vaticano –que no implementó medidas de seguridad especiales– organizó este evento sin precedentes antes de poner fin al Año Santo de la Misericordia el próximo 20 de noviembre. Cuando lo inauguró el pasado 8 de diciembre, al abrir la Puerta Santa en la basílica de San Pedro, Bergoglio resumió en una sola frase la esencia de su pontificado: “Cuánta ofensa se le hace a Dios, cuando se afirma sobre todo que los pecados son castigados por su juicio, en vez de anteponer que son perdonados por su misericordia. Debemos anteponer la misericordia al castigo”, declamó entonces. Tras la misa, como cada domingo, Francisco se asomó al balcón de su estudio privado en el Palacio Apostólico, se situó al lado de los más despreciados por la sociedad, los reclusos, y reclamó para ellos, un acto de “clemencia”, además de la mejora de las condiciones de las cárceles. “Someto a la consideración de las autoridades civiles competentes la posibilidad de cumplir, en este Año Santo de la Misericordia, un acto de clemencia hacia aquellos presos que sean considerados idóneos para gozar de esa medida”, señaló finalmente.