Las rotundas victorias en las primarias de New Hampshire logradas por Donald Trump en el Partido Republicano y Bernie Sanders en el Demócrata constituyen un buen ejemplo del efecto que los discursos populistas alcanzan en el electorado estadounidense. Aunque la situación no es nueva –ninguno de los tres últimos presidentes ganó en las primarias de New Hampshire– el establishment de ambos partidos tendrá que hacer un gran esfuerzo si no quiere tener en las presidenciales de noviembre a candidatos difíciles de controlar.
Apelando al voto de miedo –terrorismo islamista, inmigración y posible vuelta de la recesión económica– Trump ha logrado la mayor victoria en las primarias republicanas en este estado desde 2000. El multimillonario se ha permitido el lujo de despreciar la manera tradicional de hacer política en este tipo de elecciones: ni visitas puerta a puerta ni un elevado número de pequeños actos en ayuntamientos y centros sociales. Mientras sus contrincantes recorrían los vecindarios entre la nieve, Trump volaba en contadas ocasiones en su avión privado a New Hampshire para asistir exclusivamente a actos multitudinarios. Su frase más elaborada en política exterior ha sido su propuesta de “mandar al infierno al Estado Islámico”.
La dirección republicana, que se está rindiendo a la evidencia del empuje de Trump, trata de buscar otro candidato elegible. El que sale de New Hampshire en mejor posición es el gobernador de Ohio, John Kasich, que ha quedado segundo, pero a casi 20 puntos de Trump.
Y aunque en el campo demócrata el panorama presenta algunas diferencias, también ha habido revuelta populista: Sanders –cuyo futuro no parece tan despejado como el de Trump– hace mucho daño a la favorita oficial, Hillary Clinton. El senador por Vermont apela a la rabia y la frustración de una clase media golpeada por la crisis económica y que no termina de notar los efectos de la recuperación. Sus propuestas, de muy difícil aplicación, suenan como la solución anhelada para millones de votantes. Wall Street y el establishment están constantemente en su punto de mira, y Sanders ha sido lo suficientemente hábil como para identificar a Clinton con ambos conceptos. Frente a esta estrategia, la ex secretaria de Estado está experimentado en carne propia las dificultades para imponer un discurso racional sobre uno emocional.
En esta situación en la que tantos votantes se sienten traicionados y abandonados por los políticos convencionales, a los que rechazan con toda firmeza, no puede extrañar que el exalcalde de Nueva York Michael Bloomberg esté reflexionando sobre si lanzarse a la carrera electoral como candidato independiente. New Hampshire es más que un toque de atención: es un aldabonazo. Pero es solamente –con Iowa– el comienzo del proceso de primarias. Una vez errada la previsión de que Trump y Sanders perderían fuelle por sí solos en las urnas, llega la hora de la verdad para todos los aspirantes. Un electorado enfadado busca respuestas. Por el momento, triunfan aquellos candidatos que ofrecen soluciones simples a problemas complejos.