Ha muerto el exnarcodictador de Panamá Manuel Antonio Noriega, sin lugar a dudas el personaje más siniestro que ha producido mi país.
Informante de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos desde su época estudiantil, gobernó con una retórica antiyanqui que llevó a soldados panameños a dar muerte a Robert Paz, teniente del Ejército estadounidense. Pocos días después, el 20 de diciembre de 1989, el presidente George H. Bush, quien dirigió la CIA y conocía a Noriega, ordenó la invasión de Estados Unidos a Panamá que desplegó al menos 24 mil soldados estadounidenses, destruyó al ejército panameño entrenado por Estados Unidos, y permitió la toma de posesión de Guillermo Endara, quien había sido recién electo con amplia mayoría en unas elecciones canceladas por Noriega al perderlas su candidato designado. Como consecuencia Panamá se declaró país desmilitarizado y neutral, el segundo de América Latina después de Costa Rica.
Como uno de los fundadores del diario La Prensa, el periódico independiente opuesto a la dictadura, sufrí personalmente los embates del general Noriega. El periódico fue cerrado y destruido por las tropas en varias ocasiones, pero cuando volvíamos a publicar siempre aumentaba la circulación. Por iniciativa del general israelí Mike Harari tuve una serie de reuniones con Noriega, donde pude experimentar la mezcla de prepotencia autoritaria y cobardía personal, típica de todo bully.
Otra faceta interesante de Noriega era que a pesar de colaborar estrechamente con la CIA y contar con sendas cartas de felicitación de la Drug Enforcement Agency o DEA (Agencia antidrogas de Estados Unidos) , de hecho había puesto a Panamá al servicio de los carteles colombianas de la droga, llevando a Panamá a convertirse casi totalmente en un narco-Estado. Noriega cobraba por cada embarque de droga que transitaba por el istmo panameño, y a quien no pagaba lo reportaba a la DEA, entidad que lo felicitaba por permitirle sus drug busts- En realidad, la DEA se convirtió en el enforcer del narcodictador en su negocio de estupefacientes.
Pero la historia más horrible del gobierno de Noriega fue la sanguinaria crueldad que usó contra los que consideraba enemigos del régimen. Por ejemplo, la decapitación del médico Hugo Spadafora, exviceministro de Salud de Omar Torrijos, quien amenazó con divulgar la conexión Noriega con la droga. Este crimen produjo un impacto terrible en una población conocida por su repudio a la violencia. El asesinato del sacerdote católico Héctor Gallegos, cuyo cuerpo nunca apareció, fue representativo de la represión y la tortura que Noriega aplicó a toda la población que protestaba contra su narcodictadura, en un cuadro muy parecido al que vive Venezuela en estos momentos.
La invasión que depuso y tomó preso a Noriega fue altamente criticada internacionalmente, pero en su mayoría los panameños la catalogaron como una “liberación” por tropas extranjeras que habían sido las que formaron al ejército panameño y entrenaron a Noriega en la famosa Escuela de las Américas en la Zona del Canal (conocida por los latinoamericanos como la “escuela formadora de dictadores”). Su catálogo de hombres fuertes, autócratas y tiranos abarca desde Leopoldo Galtieri , miembro de la junta argentina, hasta Vladimiro Montesinos, el oscuro operador de Alberto Fujimori en Perú, pasando por el caudillo panameño Omar Torrijos.
La Prensa, diario que ayudé a crear con 1,000 pequeños accionistas, incluidos sus empleados-asociados, medía con encuestas las actitudes de los panameños posinvasión, esperando que fuera asomando una herida en el ser nacional por la invasión, y pudo corroborar que los panameños son el pueblo más pro americano del continente. Panamá recobró su libertad y la democracia. Acaba de terminar con éxito la expansión de su Canal, que ha sabido manejar mejor que lo que lo hizo un poder mundial como Estados Unidos.
La invasión liberó a Panamá de una viciosa narcodictadura y de un típico tirano latinoamericano apoyado por el país más poderoso del mundo para lograr “estabilidad” en su lucha anticomunista de la época. Estos tiranos hacían de subalternos del gran poder norteamericano, pero con una secreta actitud de “obedezco pero no cumplo”. Es la historia de la dinastía Somoza en Nicaragua, de Rafael Leonidas Trujillo en República Dominicana, de Augusto Pinochet en Chile, y otros dictadores útiles a los intereses de Washington. La invasión de Panamá coincidió con la caída del muro de Berlín, y fue la última invasión armada de Estados Unidos en América Latina. Ojalá haya sido, de una vez y para siempre, el fin de la era de las intervenciones del gigante del norte en el patio trasero.
Aparte de la noticia, la muerte de Noriega no tiene mayor significado para el presente de Panamá; Noriega ni siquiera pudo lograr el sueño de todo militar: una muerte heroica, ya que con los primeros tiros de la invasión se quedó paralizado, no dio una sola orden y huyó hasta la embajada del Vaticano, donde luego terminó entregándose a las tropas de Estados Unidos sin pena ni gloria.
(Artículo publicado en el New York Times en Español)