Panamá no escapa hoy a un tsunami cuyas gigantescas olas amenazan, como un cáncer terminal, a toda nuestra sociedad. Nos referimos a la corrupción que nos ahoga y que se ha tornado más mortal, cuando la lideran presidentes y expresidentes del continente latinoamericano que se esconden detrás del populismo para atracar los fondos de gobiernos que ellos, malamente, presiden, creando así una descomposición económica, ética, moral y social.
En Panamá, le llamamos la “mafia” gobernante: sindicatos, educadores, transportistas, médicos en entidades públicas, empresarios, medios de comunicación y seudoperiodistas que ayudan a moldear la opinión pública; al igual que a magistrados, como el actual presidente de la Corte Suprema de Justicia, que según los medios de comunicación han nombrado de a dedo la mayoría de los jueces que puedan manipular para así controlar la justicia.
No escapan a esto los “honorables” servidores públicos que ocupan puestos de elección popular: diputados, alcaldes y representantes. Todo gira alrededor de sus ansias de poder y de dinero.
El pecado y culpa de esta concepción la tienen, principalmente, los políticos que provienen de extracción popular debido a las penurias económicas de sus humildes hogares, situación que los lleva a buscar riquezas por medios rápidos e ilícitos, mirando a los nuevos poderosos de cuello blanco que, también han hecho fortuna por medios fraudulentos u oscuros.
Con el caso Lava Jato de Odebrecht, hemos visto cómo no solo los gobernantes de nuestros países se han visto involucrados, sino también sus funcionarios y colaboradores más cercanos.
La adicción y la glotonería, sin límites, a la corrupción que ha permeado a los niveles más bajos y diversos, conjuntamente con un mudo silencio –semejante a las apacibles aguas de un río que se diluye en el mar–, despiden un olor nauseabundo en la nación y de ello no escapa la Autoridad del Canal de Panamá, la Contraloría ni la Policía Nacional, porque en estos organismos el germen de la delincuencia y la corrupción está ya presente y, por este motivo, todo se disfraza y se esconde.
Los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, en amplio contubernio, ocultan los entuertos y tienen al país secuestrado a su antojo y su beneficio.
Cuidado, el apocalipsis de San Juan toca ya nuestras puertas.