Mientras usted lee este artículo es probable que la antigua ciudad de Palmira, en Siria, esté siendo destruida por el llamado Estado Islámico (EI). Semanas antes, la ciudad asiria de Nimrod, y el Museo de la Civilización en Mosul fueron victimadas por otro puñado de bárbaros. Yo nunca tuve la oportunidad de visitar ninguno de estos sitios arqueológicos, claves para entender la historia de la humanidad, pero siento una tristeza profunda por la pérdida de estas joyas arquitectónicas que muestran de lo que es capaz la humanidad en sus momentos de mayor lucidez. Fundada en el siglo III, Palmira está situada en la que fuera una estratégica ruta este-oeste del Oriente Medio y sus ruinas fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad en 1980.
Me imagino que a nadie debería sorprender que quienes son capaces de filmarse degollando a quienes consideran sus enemigos crean que destruyendo estas majestuosas ruinas borran una parte del pasado pero esta conjetura no trae consuelo. Nada mitiga nuestro horror cada vez que vemos las imágenes autocelebratorias de “limpieza cultural” que muestran a un salvaje armado de una sierra eléctrica cercenando las alas de un mítico toro que había sobrevivido más de 2 mil 500 años, o a otros bárbaros armados con mazos desmoronando maravillosas e irrepetibles estatuas de mármol.
El fenómeno conocido como “limpieza cultural” no es nuevo. En el siglo XX los nazis le dieron fama con las quemas de libros, “queman los libros que no fueron capaces de escribir”, dijo Thomas Mann en 1933 en una frase que compendia a la perfección la insensatez de la “limpieza cultural”. Según Eckart Frahm, profesor de Asiriología en Yale, “el Estado Islámico se opone enérgicamente a la noción de un estado-nación construido siguiendo tradiciones pre-islámicas y por ello destruye los remanentes de esas tradiciones”. Otros expertos intentan explicar lo inexplicable añadiendo dos motivaciones extra. Destruyen para borrar cualquier vestigio de influencia extranjera y para afirmar su religiosidad con la destrucción de los ídolos legitimada en el Corán. Aunque tampoco se puede excluir la avaricia como motivo, el desorden facilita el saqueo de antigüedades para venderlas al mejor postor una vez recuperada la apariencia del orden.
La actual devastación cultural ha revivido viejos debates y justificado, en algunos casos, la preservación de obras de arte en Museos de Occidente. Afortunadamente, algunos de los relieves y estatuas de Nínive, consideradas entre las mejores obras de arte jamás creadas, están hoy en el Museo Británico de Londres. En Berlín, en los tres museos que componen el Pérgamo, se preservan, entre otras maravillas, la Puerta del mercado de Mileto, el colosal altar de Pérgamo y la impresionante Puerta de Ishtar de Babilonia, con sus esculturas de dragones, toros y leones.
Algunos especialistas se consuelan pensando que llegado el momento, si es que algún día llega, con ayuda de las nuevas tecnologías se podrán reconstruir los antiguos monumentos y para ello recomiendan que mientras sea posible, la comunidad arqueológica debe dedicarse a documentar con las más recientes técnicas fotográficas aéreas los sitios arqueológicos en peligro de extinción por la estupidez humana. Si se destruye el sitio original, dicen, hay que acudir a la reconstrucción. Después de todo, argumentan, las Pirámides de Teotihuacán en México, Machu Picchu en el Perú, el centro de Varsovia y el de Berlín, el Templo Kinkaku-ji en Japón y las torres gemelas en Nueva York, han sido reconstruidas.
Yo agradezco haber tenido la posibilidad de ver la Victoria Alada de Samotracia en la escalinata del Louvre tanto como haber podido emocionarme al ver la salida del sol en Machu Picchu. Lo que me consuela en medio de la consternación que me causa la posible destrucción de Palmira es pensar que como dice Igor Stravinski en su Poética de la música, “El pasado se escapa de nuestro alcance y nos deja solo cosas dispersas. El vínculo que las unía se nos escapa y, generalmente, nuestra imaginación llena el vacío valiéndose de teorías preconcebidas. La arqueología no nos provee de certezas sino de hipótesis vagas y es a la sombra de estas hipótesis que algunos artistas se contentan con soñar considerándolas menos como hechos científicos que como fuente de inspiración”.