El año pasado, la corrupción le costó al mundo más de un billón de dólares. Dinero que no podemos utilizar para mejorar la atención sanitaria, la educación, la alimentación ni el cuidado del medio ambiente.
Un estudio demuestra que en Panamá la corrupción le cuesta a cada ciudadano $592 al año. Y eso es solo una parte del problema de la mala gobernabilidad. Muchos países son administrados de forma ineficaz, sin rendición de cuentas, transparencia ni un estado de derecho.
Administrar mejor a los países tendría beneficios obvios. No solo reduciría la corrupción, sino que los gobiernos podrían proporcionar los servicios que el público quiere, con mejor calidad, y es probable que el crecimiento económico aumentaría. En una encuesta que la ONU aplicó a siete millones de personas en todo el mundo, la opción de un gobierno honesto y sensible quedó en cuarto lugar en la lista de prioridades. Participantes de países sudamericanos la posicionaron, incluso, en tercer lugar, detrás de educación y asistencia sanitaria.
Mary E. Hilderbrand, de la Bush School of Government and Public Services (Texas A&M University), escribió el documento principal sobre la mejora de la gobernabilidad. Como señala, es obvio que las naciones bien gobernadas son mejores que las mal gobernadas. Pero, hay dos problemas. El primero gira en torno a si la buena gobernabilidad es un requisito previo para el desarrollo, o una consecuencia de él. Los análisis históricos demuestran que las buenas instituciones, como la seguridad de los derechos de propiedad, son el factor más importante detrás de la variación en la riqueza, y que más corrupción supone menor crecimiento económico. Eso pareciera sugerir que una mayor seguridad de los derechos de propiedad y una menor corrupción, generarán más riqueza. Sin embargo, análisis posteriores demuestran que sería fácil que el aumento de la riqueza y el crecimiento económico lleven a una mejor gobernabilidad. Por ahora, es difícil decir que esto es la principal manera de iniciar un círculo virtuoso.
El segundo problema es que no sabemos mucho acerca de cómo tener un buen gobierno. Un estudio de 80 países en los que el Banco Mundial (BM) tenía programas para sobre gobernabilidad, demostró que en el 39% de ellos mejoró y en el 25% empeoró, lo que indica un éxito moderado. Sin embargo, los países a los que el BM no ayudó registraron tasas de éxito y fracaso similares, esto sugiere que los programas no hicieron diferencia. La cuestión básica es que, mientras el mundo puede acordar que sería genial deshacerse de la corrupción y tener gobiernos transparentes, que rindan cuentas, sabemos poco acerca de cómo lograrlo. Proponer objetivos como “reducir sustancialmente la corrupción y el soborno en todas sus formas”, es una consigna con buena intención pero con poco contenido. De hecho, Hilderbrand considera que muchas de las metas propuestas son demasiado generalizadas, y algunas hacen un mal uso de los recursos. Sin embargo, ella encuentra un objetivo que haría mucho bien por cada dólar gastado: “Para 2030, proporcionar identificación legal a todos, incluyendo el registro de todos los nacimientos”. Puede sonar como un paso poco ambicioso para quien vive en democracias prósperas en las que esto se da por sentado, pero sería un gran avance para muchos países en desarrollo.
Este es un resultado medible, por lo que el progreso se puede monitorizar. Supone que deben funcionar los servicios públicos que proporcionen los registros y los mantengan. La construcción de esta capacidad en un área bien definida proporcionaría el modelo de cómo otros servicios se pueden prestar con eficacia.
Habría beneficios reales para cada ciudadano con identidad legal. Le ayudaría a reclamar sus derechos legales, por ejemplo, y a establecer derechos de propiedad, vitales para que prosperen y para que la economía crezca. Las elecciones se vuelven menos vulnerables a la corrupción cuando los votantes están registrados. A medida que la economía crece, la identidad legal es esencial para la apertura de una cuenta bancaria o para obtener un permiso de conducir.
La buena gobernabilidad es importante. Pero, en vez de caer en lugares comunes, debemos centrarnos en objetivos alcanzables y medibles que harán una gran diferencia en los próximos 15 años.