Los actos de corrupción propiciados por la empresa transnacional Odebrecht desde el inicio de su presencia en Panamá, en el año 2006 hasta la fecha (gobiernos de Torrijos, Martinelli y Varela), no se pueden ver como una simple conducta ilícita de una empresa que repartió coimas entre servidores públicos de alto vuelo, empresarios y banqueros, en lo absoluto.
Se trata de un fenómeno estructural público-privado que arranca con el tormentoso nacimiento de la República y reproducido durante toda nuestra historia, primero, por la denominada oligarquía del ancien régime liberal y, después en posinvasión, por la “clase política” neoliberal. Lo que ha ocurrido con estos tres últimos gobiernos, es que la “clase política”, en su conjunto, ha hecho del Estado una “empresa criminal” y del “arte de gobernar” una actuación “gansteril” .
En consecuencia el tema no se resuelve con shows mediáticos y encarcelamiento de un par de “chivos expiatorios”, como cosa puntual o coyuntural. Al contrario, el examen histórico del cohecho con los dineros del erario público nos indica, con claridad meridiana, que el fenómeno no es individual, sino colectivo y corresponde la exclusiva responsabilidad de estos hechos a un grupo de personas unidas por vínculos familiares y de negocios, generalmente, pertenecientes a una misma clase social que han detentado el poder político del Estado por más de una centuria: La oligarquía, gamonalismo o “clase política”.
Ellos son los que roban la nación y sobre ellos debe recaer el juicio político del pueblo. Les corresponderá llevar a cabo los procesos penales al Ministerio Público, al Órgano Judicial y a la Asamblea Nacional.
La fiesta de los cacos la inicia la vieja oligarquía con los “millones de la posteridad”; continúa con los “gamonales del matadero”; seguido del régimen militar; y alcanza su cenit con la democracia de pacotilla posinvasión del “grupo la llave”; la privatización de casinos, IRHE, Intel, etc.; los “durodólares” y otras linduras; el proyecto de riego Remigio Rojas, la “cinta coimera” y los sobornos de Odebrecht; el Metro, la cinta costera 2 y 3, el proyecto Curundú del gobierno recién pasado, y las bellezas de la “taquilla” de la administración “trasparente”.
En consecuencia, no se puede hablar de actos aislados, sino de una conducta sistémica que no va a terminar encarcelando a cuatro pectiniculus, sino derrotando a la “clase política” dominante, primero, ideológicamente mediante el desarrollo de una gran “batalla de las ideas” y, segundo, políticamente en las urnas.
Para que la utopía de una república social de derecho, solidaria y participativa sea posible, es necesario primero que la clase media abandone su zona de confort o “palacio de invierno” y vuelva a las calles junto al pueblo y, principalmente, la juventud y las mujeres para hacer de Panamá un “país decente”, crítico y entendido en la diversidad.
Hay precedentes históricos del rol de vanguardia política y social jugado por las capas medias panameñas, por ejemplo, la formación del grupo político Acción Comunal, de inicios de la tercera década del siglo pasado, así como el Frente Patriótico de la Juventud, constituido en la década de 1940. “Solo el pueblo salva al pueblo”, pero con un proyecto de nación democrático e inclusivo.
Hoy, gracias a la corrupción de Odebrecht y a las actuaciones del gobierno del troglodita Donald Trump, el “panameño de a pie” ha echado a andar y podemos decir: La marcha hacia la victoria popular, ya se inició.
¡Así de simple es la cosa!