Los cubanos en la isla al fin podrán ver a los Rolling Stones antes de que se jubilen. Incluso el propio dictador Raúl Castro tendrá la oportunidad de saludar a los venerables chicos malos del rock antes de su propio retiro, anunciado para 2018.
A lo largo de estas casi seis décadas que ha perdurado la revolución cubana, Mick Jagger y su grupo han envejecido llevando por el mundo su rompedora música, mientras que Raúl y Fidel han empleado su tiempo en reprimir a casi cuatro generaciones. En esta ocasión, al menos los más jóvenes (y más de un baby boomer que atesoró en secreto discos de vinilo con el logotipo de la lengua que simboliza la irreverencia de los Rolling) saltarán tal cual Jumpin jack flash en un estadio donde la mítica banda británica estará“encima de la bola”.
A pesar de que hasta ahora la apertura que vino con el deshielo entre Washington y La Habana ha sido más una operación de maquillaje que un gesto real de cambio, se agradece que los Rolling desembarquen en un país que se perdió el terremoto de la contracultura en las décadas de 1960 y 1970. Es verdad que llegan ya mayores y curtidos por la mala buena vida que se han dado, con todos los excesos imaginables, pero su consigna es salir al escenario mientras el cuerpo y la voz aguanten. Si no, que se lo pregunten a Keith Richards, cuyo arrugado rostro es el mapa de una vida que ha rodado más que la piedra de la famosa canción de Bob Dylan.
Cuando gran parte del planeta descubría a los Beatles y los Rolling a principios de la década de 1960, Cuba comenzaba a cerrarse al mundo bajo una dictadura comunista, que a muchos kilómetros y con el océano por medio calcaba el modelo soviético que la subsidiaba. Fueron los años de la represión feroz. La persecución a los muchachos melenudos que deseaban emular a los beats, los hippies, a los contestatarios roqueros. El ostracismo de los “antisociales”. Los encierros en los campos de trabajo forzado de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, donde acababan quienes se salían de los parámetros de una revolución mojigata y casposa. No era país para Rolling Stones.
Aquella fue una época de desmelene, revolución sexual, experimentación con las drogas psicodélicas. En la Factory de Warhol, Jagger y su banda protagonizaron más de una jugada salvaje. Fueron los locos años 60, 70 y 80 del siglo pasado. En sus giras mundiales, los Rolling llegaban a las grandes ciudades con los estadios llenos hasta la bandera, y un público que bailaba enardecido al ritmo de Honky tonk woman, Let’s spend the night together o Brown Sugar.
Pero mientras unos jóvenes disfrutaban hasta el desmayo, a otros solo les llegaban las noticias de su música por la radio o discos clandestinos. Corría 1969 cuando en Berlín Oriental se propagó el rumor de que los Rolling darían un concierto en la parte occidental desde una azotea próxima al muro. Cientos de muchachos se congregaron con la esperanza de verlos y escucharlos de lejos, pero la policía política hizo redadas contra los contestatarios que se habían hecho falsas ilusiones.
En la España de Franco, los Rolling estaban prohibidos y no fue hasta 1976, un año después de la muerte del caudillo, cuando el grupo tocó por primera vez en una noche mágica en la Monumental de Barcelona. A partir de entonces los estadios del país se llenaron con sus asiduos conciertos y los jóvenes que vivieron la transición a la democracia bailaron con su música, rendidos a Sympathy for the devil.
Por fin los Rolling harán tronar La Habana el próximo 25 de marzo y “morritos” Jagger los pondrá a botar con la energía de la que todavía presume a sus 73 años. Será una gozada. O una “gozadera”. Un golpe de aire fresco (aunque tardío), a pesar de que nada o casi nada ha cambiado. You can’t always get you want y (I can’t get no) Satisfaction serán himnos deliciosamente subversivos para una juventud sin horizontes que le da la bienvenida a sus majestades satánicas. @ginamontaner