Ante la convocatoria a nueva marcha nacional por la calidad de la educación, es oportuno reflexionar sobre el tema central que limita los intentos por retomar el camino prioritario para el país. En efecto, la calidad es mencionada con insistencia en los encuentros entre educadores y autoridades, en conferencias, protestas, diálogos, investigaciones y en diversas iniciativas para proseguir el camino interrumpido desde la derogación de la reforma educativa en 1979.
La primera conclusión es reconocer que pocas décadas de la historia registran el estado actual de crisis en los planteles y el acumulado de fracasos, repitencias, deserciones y ausencia de un plan nacional de educación, basado en políticas públicas que resulten del valor real que cada gobierno le atribuya.
Por primera vez, el sistema cuenta con el presupuesto per cápita más alto en América Latina, que suma más de 1,000 millones de dólares para 2017. Pero es lamentable que el diálogo se limite a la obsolescencia de la infraestructura escolar; a preguntas por el desconocimiento de la Ley Panamá Bilingüe; a reclamos por incumplimiento de los acuerdos de huelga, y se relegue el debate sobre la situación de los planes y programas de estudio, formación docente y definición del modelo educativo que requiere Panamá para el próximo decenio.
Conviene aclarar que el concepto “calidad de la educación”, ofrece una diversidad de significados, al suponer un juicio de valor respecto al tipo de formación que la sociedad ofrece, condicionado por factores ideológicos, culturales y políticos, que son dinámicos y cambiantes. De manera que la definición de calidad también muestra variaciones en el tiempo y entre una sociedad y otra.
La principal finalidad atribuida a la educación es el pleno desarrollo de la persona, así consta en los instrumentos de derechos humanos de carácter internacional, como en la legislación de diferentes países. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura estableció“una propuesta de cambio centrada en el aprendizaje de todos”, mediante el enfoque de cinco dimensiones integradoras: 1. Relevancia, aprendizaje significativo; 2. Equidad, igualdad de oportunidades; 3. Pertinencia, utilidades del aprendizaje; 4. Eficacia, logro de objetivos; y 5. Eficiencia, uso de recursos al menor costo y mayor rendimiento.
En el debate de la calidad se enfrentan aproximaciones con diversos matices. Los enfoques conductistas, instrumentales, focalizados en la medición del impacto, que entienden la calidad como un conjunto de indicadores mensurables, asociados a la aplicación de pruebas estandarizadas (PISA, Serce, Terce, entre otros).
Desde la otra perspectiva, humanista, constructivista y focalizada en los procesos de aprendizaje, lo central es el desarrollo de capacidades en los educandos para que construyan significados y den sentido a lo que aprenden; desarrollen el pensamiento crítico, creativo, con el docente como mediador de dicho proceso. Los resultados son considerados de largo plazo, asociados al desarrollo de personas integrales, sociedades más justas y equitativas para reducir la pobreza.
Para algunos gobiernos y empleadores, calidad es sinónimo de competitividad y dominio del idioma inglés; para los padres es la seguridad de que sus hijos puedan insertarse en el mercado laboral, con salarios idóneos, posibilidad de mejoramiento laboral y movilidad social; para los organismos internacionales es cumplir los estándares establecidos en sus visiones regionales, con frecuencia estandarizados para una región multicultural.
A pesar de los numerosos subsidios que entrega el sector (Meduca, Mides e Ifarhu, entre otros), se carece de un departamento de investigación educativa, apoyado en estadísticas confiables para medir el impacto y efectividad de estas ayudas en el mejoramiento del proceso de aprendizaje. Su debilidad más evidente es la ausencia en todos los componentes del sistema educativo y cultural; de recursos humanos especializados, con calidad para innovarse, administrar, supervisar y evaluar integralmente su funcionamiento.
La característica fundamental de la educación que incluye hasta el nivel superior, desde la promulgación de la Ley 47 de 1946 y la Ley 34 de 6 de julio de 1995, ha sido una travesía marcada por marchas, paros, huelgas y la confrontación entre autoridades y gremios docentes, bajo la tímida intervención de padres y madres de familia y el silencio preocupante de los estudiantes.
Confío en que esta nueva marcha por la calidad educativa permita a la sociedad, sobre todo a las autoridades, reconocer que la formación humana es la prioridad de un país, hoy por hoy, obsesionado por la cultura del cemento y los megaproyectos. Si no le prestamos la suficiente atención a la realidad del sistema educativo, “mañana será siempre tarde”.