Matasnillo: Río que brilla, río que muere



Una garza avanza sigilosa sobre el agua fresca y transparente del Matasnillo. Busca alimento en el lecho del río con la mirada clavada en las piedras. Pasa el tiempo y no encuentra nada, solo basura. Emprende el vuelo y desaparece entre los árboles.

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Río MatasnilloEl otro MatasnilloLos visitantes del Matasnillo

Es mitad de mañana y cantan las aves en el Parque de Los Guayacanes, en Villa Cáceres. Un gavilán gris defiende su espacio contra otro pájaro. Suenan apenas los pasos acelerados de los merachos sobre el agua que huyen con cualquier movimiento inusual. El riachuelo corre transparente y hay basura. Mucha basura.



La corriente viene desde atrás de la Policlínica Alejandro De La Guardia hijo, al borde de la avenida de La Paz. Es un barrio en una sabana que solía ser la finca de Domingo Díaz, presidente a finales de la década de los 40. Alrededor hay varios cerros y, según una señora que tiene 60 años de vivir allí, el ojo de agua de esa quebrada está hoy bajo la iglesia Santa María La Antigua.

El río Matasnillo es uno de los ocho que atraviesan la ciudad de Panamá: Tocumen, Río Abajo, Juan Díaz, Cárdenas, Curundú, Matías Hernández y Tapia. Estos siete se originan o pasan por áreas boscosas y sin urbanización. El Matasnillo, en cambio, nace y muere en el corazón del centro urbano panameño. No tiene un curso principal, sino que es la suma de todas las quebradas que lo alimentan.

En sus seis kilómetros de largo cruza barriadas, zonas industriales, áreas financieras, comercios, restaurantes, y desemboca en la bahía de Panamá, en la avenida Balboa, justo al comienzo de Punta Paitilla.

El río ha sido condenado por la densidad de población en sus bordes. Arrastra basura, excremento, residuos industriales, hediondez: contaminación pura.

Aun así, todavía hay lugares donde parece un río y no una cloaca. El proyecto de saneamiento ha aportado mejoras en sus 10 años de trabajo. No ha sido fácil traerlo a la vida. La resurrección del Matasnillo tomará más de tres días.

LA MANO DEL HOMBRE

El Matasnillo aparece encapsulado por murallas de piedra frente a la iglesia Santa María La Antigua, en Villa Cáceres, donde nace uno de sus afluentes, conocido como quebrada Guayabo. Un pentagrama de tuberías sale de los patios traseros de las casas. También hay mucho verdor. Su nivel apenas cubre el pie. Hay poca basura, pero aumenta a medida que el río serpentea.

Llega fresco y transparente al parque de Los Guayacanes. Hay garzas y sardinas. Tortugas, incluso. Avanza por debajo de las casas de Miraflores y cruza la vía Transístmica. Al otro lado, sus aguas reaparecen libres, aunque empiezan a perder claridad, y atraviesa la 12 de Octubre, La Loma y la Fernández de Córdoba. Cada vez con más desperdicios, cada vez más turbio. Sin embargo, aún no desprende malos olores.

Cuando alcanza la calle Asia -detrás de los bomberos de vía España-, un pequeño puente muestra una placa con la fecha de su inauguración en 1921 bajo la tercera presidencia de Belisario Porras. Conocer la historia del Matasnillo es conocer la historia de la ciudad de Panamá.

El primer registro del río en la historia istmeña es de 1671. El pirata inglés Henry Morgan lo utilizó como fuente de agua en su intento por tomarse la ciudad de Panamá de entonces, hoy Panamá Viejo. El fango alrededor del Matasnillo también le sirvió para derrotar a las tropas españolas y entrar a la ciudad que horas después sería consumida por un incendio.

Para entonces, ya llevaba ese nombre. No hay un motivo claro: algunos dicen que fue porque allí se ahogaron niños, otros por el nombre de un arbusto, o quizás por el apellido de quien lo descubrió. No hay información que dé pistas. Lo que sí es seguro es que se llamaba así desde comienzos de la colonia española, confirma el historiador Alfredo Castillero Hoyos. “No todo en la vida tiene una explicación”, dice.

Con la fundación de la nueva ciudad, hoy el Casco Antiguo, el Matasnillo quedó rezagado, allá en el monte. Las fuentes de agua principales de la ciudad eran los chorros -chorrillos- que bajaban del cerro Ancón. Tipos en mulas iban con barriles, los llenaban y los vendían. Aguateros les decían.

Belisario Porras, un santeño del Partido Liberal, visualizó una ciudad en crecimiento, y desde su primera administración, en 1912, inició un proceso de expansión limitado por la Zona del Canal que obligaba a que su desarrollo fuera casi horizontal. La idea de Porras era la siguiente: el centro seguiría siendo el Casco Antiguo. Estaría rodeado de un área denominada núcleo, que comprendía los arrabales de la ciudad -Calidonia, Bella Vista-. Luego vendría una expansión denominada radio urbano, que se estiraba hasta lo que hoy es Obarrio y cuyos bordes eran delimitados por el Matasnillo. Del otro lado del río, comenzaba el extrarradio, que vendría a ser como la periferia de la ciudad de aquellos días y que llegaba hasta otro río: el Matías Hernández.

El Matasnillo, entonces, quedó rodeado de proyectos urbanos que luego se transformaron en áreas pobladas con muy poca competencia en cómo tratarlo. Con el tiempo, llegaron las contradicciones: frenar los desbordes con cemento y propiciar los desbordes con basura.

En el río hay vasos de foam, vasos de plástico, chancletas, latas de cerveza, latas de soda, adornos navideños, cojines de sillas ejecutivas, jeans de varios colores, trozos de vidrio, tenedores, tubos de pvc, cuerdas, zapatillas, piezas de computadoras, sacos de arroz, un microondas, una licuadora, bujías, billetes de lotería -2597, 31, 32, 80, 27-, soporte de abanico eléctrico, zapatos de bebé, telas de colores, sábanas, hojas de cinc, paquete de chicharrones, botella de malta, una bandera de Brasil, un televisor, placas de auto, bloques de cemento y una radiocasetera. Las huellas de la sociedad panameña.

A comienzos de la década de los 90, algunos arquitectos tuvieron una idea: tapar el problema de los desechos en lugar de solucionarlo. Construirían unos pilotes de diseño aerodinámico alrededor de Marbella sobre los que pondrían una plancha de cemento. De allí hasta el cielo. La idea no prosperó, ya que con la primera crecida la basura se atoró en los pilotes y el río se desbordó. Pequeño fracaso del incipiente boom inmobiliario.

“El urbanismo es la consecuencia de una manera de pensar llevada a la vida pública por una técnica de la acción”, diría el arquitecto suizo-francés Le Corbusier muchas décadas antes.

ODA A LA INMUNDICIA

En la esquina entre la avenida de La Paz y la calle de Club X, el Matasnillo es como un refugio, un escondite del ruido de los autos, del aire pesado y del sol que quema. En ese lugar nace otro de sus afluentes, justo detrás de un taller en el que se reparan ambulancias. Está lleno de maleza y tuberías, y lo alimenta una cuneta que viene desde la calle. La vegetación es tupida y contrasta con la cruel intemperie de la avenida de La Paz. Bocinas de automóviles versus el trino de las aves.

Transporta un montón de desperdicios, pero sigue siendo transparente. Recorre el patio de las casas viejas del barrio conocido como Las 400 y bordea el Camino Real de Betania. Se recarga con más desperdicios y comparte con la naturaleza: sardinas, un árbol de fruta pan y una mata de bambú.

Al cruzar la Transístmica se desnaturaliza. Huele a inmundicia, a la mezcla de aguas estancadas y negras más basura en descomposición. Es que justo antes, detrás del Banco Nacional, se le une el afluente que viene desde la barriada industrial en Los Ángeles y que pareciera venir del mismo infierno. Es agua oscura y maloliente que arrastra sedimentos de lo que parece ser excremento. Hiede. Una iguana que flota hinchada y muerta explica que la vida no tiene lugar allí. “Hoy huele a flores. En verano es peor”, dice alguien que trabaja en un comercio al borde del río.

El afluente hediondo nace en la cima de Dos Mares, en la base de un edificio alto y lujoso incrustado en una gran roca de la que brota agua. El chorro baja la loma por debajo de la tierra y luego es encajonado por el asfalto. Aparece libre por primera vez justo frente a la Coca Cola, en la Urbanización Industrial.



Luce turbio y despide un olor a pozo putrefacto. Se oscurece a medida que serpentea por detrás de varios talleres y empeora al recibir una descarga directa justo antes de la cancha de béisbol J.J. Vallarino. Por la tubería chorrea a borbotones un líquido rojo sangre que raspa las fosas nasales con su olor a detergente.

El tubo emerge por debajo de la calle, en un ángulo en cuyo final aparece la empresa Panamá Boston, que fabrica aceite, jabones, margarinas y detergentes, y que asegura que allí solo envasan y distribuyen; que ese líquido no es de ellos. Los talleres alrededor también niegan su responsabilidad.

Aun así, el Matasnillo todavía no lleva su aroma característico. Al menos, no hasta después de que pasa por la Agencia Benedicto Wong, justo después del campo de béisbol, en la que producen toallas sanitarias, jabones, bebidas de aloe, repelentes de mosquito, productos para el pelo, sazonadores y refrescos en polvo. Enseguida después de esta fábrica el olor es nauseabundo y penetrante, y acompaña aun lejos de él. La empresa no habló sobre su relación con el Matasnillo, pues la persona a cargo “estaba muy ocupada”.

Con la unión de este afluente con el que viene desde cerca del Club X, el río ya es otro: sucio, maloliente, asqueroso. Así pasa por la Escuela Ricardo Miró, donde juegan niños a su alrededor. Hay veces en que los estudiantes van al río a buscar alguna pelota perdida. Tratan de no tocar el agua, pero luego secan la pelota con las manos. Y sigue el juego.

La unión de los afluentes sigue por El Carmen, cruza vía España y se encuentra con el cauce que baja desde la iglesia Santa María La Antigua. Se mezclan y se convierte en el conocido Matasnillo hediondo que luego va por vía Brasil, calle 50, Marbella y finalmente avenida Balboa.

Antes de cruzar vía Brasil, el agua deja de ser enteramente chocolatosa y adquiere tonos de verde, violeta y gris: un caleidoscopio repugnante. También cambia su textura. Se nota espesa y aceitosa; escamosa, incluso.

Desde los primeros asentamientos cerca del Matasnillo, los drenajes de aguas servidas hacia el caudal eran normales. No había educación ambiental y se pensaba que el agua salada se encargaría de aniquilar las bacterias fecales, explica el hidrólogo Luis Escalante.

El Matasnillo entonces se convirtió en una especie de vehículo de inmundicia hacia la bahía. Cada litro de agua contaminada afecta ocho litros de agua limpia.

Un informe del Ministerio de Ambiente con fecha de este año confirma que sigue en estado terminal. Está elaborado a través de unos puntos que calculan según sus coliformes, el oxígeno disuelto, la demanda bioquímica de oxígeno y los sólidos suspendidos. De 100 hasta 71, el agua tiene una buena calidad; de 70 hasta 51, regular; de 50 a 0, mala. En su cuenca alta, cuya muestra fue tomada por el parque de Villa Cáceres, marca 51 puntos. En su cuenca media, tomada en la Escuela Ricardo Miró, marca 27.5. En Paitilla, su cuenca baja marca 28 puntos.

La Autoridad de los Recursos Acuáticos de Panamá (ARAP) da más detalles en un documento de hace unos años: el nivel de coliformes tolerable es de 500 unidades por mililitro; el Matasnillo marca 5 millones de unidades. En demanda bioquímica de oxígeno, el máximo debería ser 35 miligramos por litro; el Matasnillo marca 114 miligramos. Ambas mediciones son la segunda peor de la tabla de ríos. En el primer lugar: el Curundú.

Un informe revela que su agua posee 19 miligramos por litro de nitrógeno, cuando lo tolerable es 10 miligramos. También marca 7 miligramos por litro de fósforo, cuando el máximo es 5 miligramos.



El problema es de vieja data. En 1964, en su tesis de ingeniería, Alberto Luis Gordón y Víctor Manuel Cano concluyeron que la contaminación del Matasnillo estaba a plenitud. “Forman parte de la cuenca pequeños riachuelos y afluentes provenientes de tanques sépticos como son los dos grandes tanques comunales de Villa Cáceres y muchos otros...”.

En 2007 se puso en marcha el programa de saneamiento de la bahía. Consiste en crear nuevas redes de alcantarillado que envían las aguas negras a diferentes plantas de tratamiento. El proyecto ha avanzado en un 90%, pero todavía falta mucho por hacer, dice Eddie González, director regional del área este del Instituto de Acueductos y Alcantarillados Nacionales. En otras palabras, sigue siendo una porquería.

Sin embargo, la materia fecal no es la única responsable del estado del Matasnillo. El informe de la ARAP revela que su agua posee 19 miligramos por litro de nitrógeno, cuando lo tolerable es 10 miligramos. También marca 7 miligramos por litro de fósforo, cuando el máximo es 5 miligramos.

Es decir, el Matasnillo arrastra descargas químicas de las industrias. No son casos aislados. En 2003, por ejemplo, el Gobierno multó a la fábrica panameña de Coca Cola por “derramar” un “colorante” al Matasnillo que ocasionó que la bahía entera amaneciera teñida de rojo.

Yamil Sánchez, director de Calidad Ambiental del Ministerio de Ambiente, explicó que por ley las empresas deben tener una planta para tratar el agua antes de vertirla al río. Según él, la institución no tiene registros de empresas que descarguen directamente al Matasnillo. Sin embargo, reveló que investigan siete casos por presuntos incumplimientos. No profundizó de quiénes.

EL CORAZÓN DE LA CIUDAD

La vista es apocalíptica desde las piedras en la desembocadura del Matasnillo. Está -como siempre- lleno de basura y rodeado de paredes en tonos oscuros con grafitis como únicas fuentes de color. Apenas si hay unos cuantos mangles tiernos, jóvenes. En el agua oscura y hedionda se reflejan los edificios altos de la avenida Balboa. Parece el óleo de una ciudad que ya fue.

Aparece el ruido de los autos. Una garza nocturna se asusta y emprende el vuelo. Pasa un MetroBus, un diablo rojo: autos en tres niveles de calles. El olor en una de las áreas más exclusivas de la ciudad produce náuseas.

Trabajan y respiran Matasnillo: hoteles de lujo, centros comerciales, apartamentos de millonarios, oficinas panorámicas, restaurantes finísimos, bancos importantes, bufetes offshore, almacenes: todos perfumados por el olor fétido del río urbano.

El arquitecto Álvaro Uribe resume el cuadro: “Antes se pensaba que la naturaleza era el enemigo, había que dominarla y conquistarla, ponerla al servicio de la ganancia. La ciudad era vista como fuente de lucro más que como espacio compartido”.

Dice Uribe, sentado en un café en Marbella, otra de las áreas lujosas impregnadas del aroma del Matasnillo. Por esa área al río se le une otro afluente que viene desde Loma La Pava. Otra de las tantas quebradas que alimentan y hacen al Matasnillo. Bajo el nombre de quebrada Iguana, pasa por El Carmen, detrás de la casa de Roberto Durán, luego Vía Argentina, el Ministerio Público, Obarrio y Marbella.

Esa quebrada, cuenta Reynaldo Sánchez, jefe de Drenajes Pluviales de Panamá Centro del Ministerio de Obras Públicas, es la que ocasiona inundaciones en las áreas que atraviesa. No es responsabilidad suya, explica, sino de lo que le arrojan.

Sánchez confía en el resultado que logrará el proyecto de saneamiento cuando concluya. En realidad, todos se fían de ese producto final. Incluso Gordón y Cano en su tesis de 1964 profetizaban la habilitación de las aguas del Matasnillo para usarlas como balneario si se mejoraba el alcantarillado.

Uribe, por su parte, se muestra un poco reticente a bañarse allí en un futuro. Cree, sin embargo, que se pueden habilitar parques y áreas de paseo.

Ya hay unos cuantos parques alrededor del Matasnillo. En su cuenca alta, está el de Los Guayacanes y el de Villa Cáceres. En su parte baja casi no hay nada. Si acaso uno que otro con paredes que no permiten ver el río. Hay una excepción: entre calle 50 y vía Israel, en la calle 59 este, aparece un parque con bancas, canchita de fútbol tenis y columpios. Las personas que trabajan cerca lo utilizan para almorzar, como un lugar de escape al estrés de la vida en el centro financiero panameño. No les importa el olor, pese a que ya allí el Matasnillo está bastante pestilente.

Por ahí pasan pocos autos, así es que se escucha el agua correr. Ocasionalmente, también se ven grupos de garzas. Sin la basura y el olor sería un oasis en medio del desarrollo urbano. Un río digno de una ciudad. De otro tipo de ciudad, al menos.

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