China, Estados Unidos y Panamá: la diplomacia del abrazo de oso

China, Estados Unidos y Panamá: la diplomacia del abrazo de oso
Xi Jinping se encontrará con Donald Trump en el marco de la Cumbre del G20 en la ciudad de Buenos Aires,


A finales del mes de noviembre se reunirá en Bueno Aires, Argentina, el G20, el grupo de los 20 países de las economías más importantes del mundo. Estados Unidos, México y Canadá firmarán el Nafta revisado, que en adelante se llamará Usmca.

Argentina buscará un paquete económico que oxigene sus debilitadas finanzas, mientras que Rusia conseguirá que la comunidad internacional se haga de la vista gorda con sus abusos en Ucrania.

Arabia Saudita se sacudirá el descuartizamiento de un periodista en Turquía. Así, de esta manera cada país llevará su agenda buscando el imprimátur de los miembros del exclusivo club. Todos, salvo uno, China es el invitado de honor, la niña más linda y deslumbrante de la fiesta y la que a pesar de los redobles de tambor de Mr. Trump, es el socio comercial con el cual todo el planeta quiere hacer negocios.

Después de la Cumbre del G20, el presidente de Estados Unidos viajará a Colombia; mientras que el presidente de la República Popular China, viajará a Panamá por dos días. Panamá… no Brasil, México, Venezuela o Cuba. Si no, Panamá. Esta maniobra del ajedrez de la geopolítica mundial puede ser mal entendida por los políticos panameños y llegar a convertirse en una oportunidad perdida.

Me temo que el presidente Varela y sus asesores, en las postrimerías de un gobierno interruptus puedan buscar “mangos bajitos”, que terminen por comprometer a los panameños por generaciones venideras en proyectos sin ton ni son y desaprovechen realmente lo que este momento puede representar.

Da la impresión que existía la intención de firmar el tratado de libre comercio de China con Panamá durante esta visita del mandatario chino, y a falta de ese acuerdo, las candilejas puedan enfocarse hacia el préstamo para construir el tren de Panamá a David. Es decir, esto sería una catástrofe porque el país adquiriría una deuda de unos 6 mil millones de dólares, equivalentes al costo de la ampliación del Canal de Panamá para ejecutar un proyecto cuya rentabilidad y beneficios conexos son sumamente dudosos.

Panamá debe tener otras prioridades urgentes para nuestro desarrollo nacional. No hay agua potable en nuestras barriadas, tenemos un terrible sistema de recolección de basura, nuestro sistema educativo está desfasado y carecemos de seguridad alimentaria. Si el financiamiento chino fuera realmente tan generoso, los proyectos prioritarios deberían ser la planta potabilizadora de Bayano (800 millones de dólares), las extensiones de la línea 1 del Metro a Chilibre, la línea 2 a Pacora, la línea 3 a la Chorrera, por ejemplo.

Quizás el mayor valor agregado estaría en reconstruir la planta física de la educación panameña: imaginemos 200 escuelas de excelencia, cada una con 100 salones, con sus respectivas computadoras y servicios de internet, cafeterías, laboratorios, huertos escolares, bibliotecas, auditorios, gimnasios, piscinas, y con pista de atletismo con una cancha de fútbol incluida.

Estas escuelas serían de jornada extendida y se convertirían en el puntal del siglo XXI panameño, ya que transformaría la educación de los futuros profesionales panameños. Un estudio de la Singularity University, un proyecto de Google y la NASA revela que el 60% de los trabajos que harán los estudiantes que hoy están en la primaria, no existen todavía.

Más allá de lo que Panamá obtenga a corto plazo de China, hay que sopesar las relaciones estratégicas con Estados Unidos y el rol de Panamá en la región centroamericana y del Caribe. Hay quienes sostienen que Panamá debe construir una carretera que rompa el tampón del Darién para unirnos comercial y logísticamente con América del Sur.

Poniendo de un lado el desastre social y ambiental que esto sería, es muy dudosa la viabilidad económica de mover carga desde Medellín hasta el Puerto de Balboa, si ya Colombia tiene puertos propios más baratos que lo que tenemos en el Pacífico panameño. Abrir el tapón del Darién tampoco le convendría a Estados Unidos y China no tiene el interés de desestabilizar a Panamá y por ende a Centroamérica.

El triángulo norte de América Central necesita un plan Marshall que reconstruya las economías, los servicios públicos, la seguridad ciudadana y las capacidades de los gobiernos de Guatemala, Honduras y el Salvador. De esta forma, los ciudadanos de nuestros países hermanos no tendrían que enfrentar el terror a las maras ni la incapacidad e ineficiencia de sus propios gobiernos.

A Panamá le conviene muchísimo que la caravana migratoria que se fue al norte, rebasando a las policías fronterizas de México y Estados Unidos, no se transforme en un movimiento hacia el sur de Centroamérica.

Igualmente, toda nuestra región es víctima de desastres naturales como terremotos, inundaciones y huracanes. China tiene amplia experiencia enfrentando estos mismos fenómenos y además es un líder mundial en tecnología e innovación para enfrentar el cambio climático.

El vacío dejado por las políticas estadounidenses en los últimos 30 años, desde que Henry Kissinger concibió la iniciativa de la Cuenca del Caribe en 1983, se refleja en la falta de asistencia para el desarrollo de la región. Lo que ha traído como consecuencia para Centroamérica que los coyotes trafiquen seres humanos, los carteles se aprovechen para el trasiego de drogas y la inseguridad generalizada de nuestros países hermanos cause que millones de centroamericanos se hayan movido hacia México, Estados Unidos y Canadá. Esta fuga de cerebros y exportación de capital humano es una tragedia devastadora para el desarrollo centroamericano.

Es un mito pensar que la inversión extranjera, Estados Unidos, la Unión Europea o China por sí mismos, van a desarrollar nuestros países. Solo si se conjugan las condiciones mínimas de gobernabilidad e institucionalidad en nuestras sociedades latinoamericanas se puede poner el pie en el acelerador del camino hacia el desarrollo.

Chile y Uruguay son dos grandes ejemplos de que no hay atajos para esta tarea y que los demás países pueden ser buenos socios y aliados cuando las élites políticas actúan con integridad, inteligencia y están libres de conflictos de interés. Lo contrario es un cuento chino, o peor aún, una mala telenovela latinoamericana.

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