La película 'Joy': el consumo desmedido de una sociedad

La película 'Joy': el consumo desmedido de una sociedad


Joy se desenvuelve dentro de la creciente y agresiva sociedad de consumo. Su historia de superación femenina se enmarca en medio de la efímera y contundente civilización del bienestar.

El director David O. Russell, quien se encarga del guion de esta película en compañía de Annie Mumolo, explora lo que el escritor Mark Twain resumió de forma brillante y profética hace más de 120 años: “la civilización es una multiplicación ilimitada de necesidades innecesarias”.

Las caídas y los triunfos a lo interno del despiadado mundo de los negocios de Joy Mangano, proveniente de la clase media de Long Island, es el pretexto perfecto de David O. Russell para decirnos que debemos tener cuidado con las expectativas ilimitadas que nos educan a seguir y encontrar lo supuestamente importante cueste lo que cueste.

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El realizador echa mano de esta esforzada mujer estadounidense, que hoy tiene 59 años, para también hablarnos de los deseos de un mundo que nunca queda satisfecho, y a lo largo de 124 minutos acerca a la audiencia a esa costumbre innoble de siempre querer más de lo que se tiene y de lo que se requiere.

Aunque David Russell trata de contar una película motivacional desde una fría óptica fatalista, y a pesar de que su protagonista creó más de 100 objetos para el hogar de cierta utilidad, el cineasta prefiere invertir mucho de su trama en mostrar lo insensato que es comprar más de lo que se requiere y cómo la televisión en las décadas de 1970 y 1980 (ahora esa responsabilidad recae más en la internet) era la gran aliada en Occidente para construir un principio aterrador que ha llevado a más de una ruina individual y familiar: una necesidad lleva a la otra.

Joy desenmascara otro pilar dentro de la polémica y superficial masificación del consumo: se garantiza la dicha absoluta comprando objetos tras objetos, que el confort materialista es lo único que brinda al ser humano una verdadera felicidad, y la admiración social solo se alcanza cuando se obtiene la mercancía deseada.

LOS COSTOS DEL PROGRESO MATERIAL

David O. Russell se siente cómodo en el pasado. Por eso, la mayoría de las películas que ha firmado como director, productor y guionista ocurren durante las décadas de 1970 y 1990 en Estados Unidos.

Otra característica de este nacido en la ciudad de New York, en 1958, es que busca la forma de trabajar con un elenco fijo, una especie de compañía teatral, solo que ocurre en el ámbito del cine, costumbre que también llevan a cabo colegas suyos como Martin Scorsese, Steven Spielberg, Quentin Tarantino y Tim Burton, entre otros.

De allí que es usual que su cartel lo integren actores que se han convertido en habituales también para sus espectadores: Mark Wahlberg, Bradley Cooper, Jennifer Lawrence, Christian Bale, Amy Adams y Robert De Niro.

A su vez, los intérpretes tienen entre sus deseos que David O. Russell los llame para participar en alguna de sus producciones, pues con frecuencia hay nominaciones al premio Óscar de por medio.

Esto le pasó en dos ocasiones a Christian Bale, Amy Adams, Bradley Cooper y Jennifer Lawrence. Mientras que consiguieron una nominación a la estatuilla dorada Melissa Leo, Robert De Niro y Jacki Weaver.

De este grupo ganaron el Óscar Bale por American Hustle; Leo por The Fighter y Lawrence por Silver Linings Playbook.



FAMILIA ES FAMILIA

Un elemento que también es un sello en los largometrajes de David O. Russell es la familia como un punto de apoyo o como una roca pesada sobre los hombros de sus miembros.

En el drama deportivo The Fighter (2010), el clan que rodea a Micky Ward (Mark Wahlberg) es de lo más tóxico, al punto que si desea superarse como deportista debe tratar de alejarse de los suyos lo más rápido y lejos posible.

Mientras que en la comedia dramática y romántica Silver Linings Playbook (2012), los abnegados padres (Robert De Niro y Jacki Weaver) del problemático e inestable Pat (Bradley Cooper) le brindan todo su apoyo para su rehabilitación, aunque su díscolo hijo es su peor enemigo, aunque su existencia se hace más llevadera cuando encuentra en el baile y en una hermosa vecina una válvula de escape.

En tanto, en la comedia de intrigas American Hustle (2013) no hay una familia como tal sino un equipo integrado por parejas sentimentales que tiene sus dilemas: unos son los estafadores sin escrúpulos y los otros son sus inocentes víctimas, y cada grupo con sus respectivos conflictos debe sortear a una New Jersey rodeada de políticos, espías y mafiosos.

En su más reciente título, Joy, el personaje central es una esforzada madre de dos hijos, Joy (Jennifer Lawrence), quien tiene que salir adelante con sus inventos, a pesar de que su madre desequilibrada que se pasa horas viendo telenovelas al estilo de Falcon Crest y Dinastía;, su padre mujeriego y violento; su madrastra manipuladora; su exmarido bueno para nada (salvo para cantar en un club nocturno de mala muerte) y su envidiosa hermanastra sean peores que los malvados hombres de negocios que buscan aprovecharse de sus ideas.

En casa, Joy debe ser consejera matrimonial, psicóloga, plomera, administradora, contadora...



CAERSE Y LEVANTARSE

Para David Russell, 2015 será un año para olvidar.

Por un lado, se dio el lujo de presentar dos producciones (Accidental Love y Joy), y ambas, por primera vez en más de un lustro, no conectaron ni con los críticos ni con los espectadores.

Joy maneja con escaso logros artísticos estados contiguos y conexos de los seres humanos: la felicidad y la tristeza, el triunfo y la derrota, las oportunidades y las posibilidades fallidas, el dolor y la euforia, la tragedia y el éxito.

Este dualismo no funciona al 100% porque es complicado saber en cuál Russell quiere hacer más hincapié, y cuando toma por fin una decisión, la elegida evita que la otra crezca en términos argumentales, lo que da como resultado que los integrantes de la platea terminen confundidos y para la bajada cansados.

Joy funciona cuando plantea las opciones políticas, sociales y económicas que deben enfrentar las mujeres, en especial las que les cuesta más trabajo superarse porque tienen mucho en contra que resolver, es decir, a las damas que no tienen una educación universitaria, a las divorciadas, a las que tienen hijos cuyos padres no son responsables y a las que deben mantener a todos los adultos y menores a su alrededor.

Se mantiene a flote cuando Joy critica a los que desean más de lo que dicta la lógica y el buen juicio, cuando se busca el poder adquisitivo a costilla de los demás, cuando presenta los peligros y las penurias que hay detrás de un logro y cuando la seducción de acumular termina golpeando la autoestima de los que caen en la trampa del consumo desmedido.

Joy pierde fuelle cuando no sabemos qué género prevalece. Eso afecta su ritmo y sus intenciones y evita que uno sepa dónde está.

En ocasiones Joy es una sátira, en otras es un drama de superación personal, más adelante es un drama social, luego pasa a ser una comedia negra, se traslada después al melodrama y más tarde es una ácida parodia.

Entiendo que Joy sea un discurso que pone en duda conceptos tan populares por los libros de auto ayuda como el bienestar, la alegría, la fortuna y la bonanza, pero incomoda cuando David O. Russell se concentra de forma morbosa más en los escollos que en las victorias de su figura principal.

Durante más del 95% del metraje se enfoca en evidenciar los abusos que sufre la inteligente y abnegada mujer que es Joy, al punto que ella, y nosotros de paso, pensamos que la vida de adulto no siempre es como imaginamos cuando éramos niños, y que el universo no da oportunidades a nadie, salvo que hagas trampas.

Está bien que Joy sea tan sórdida y pesimista en sus planteamientos, pero ese tono acaba cuando abruptamente Russell llega con el final feliz para que la audiencia evite caer en la más honda depresión.

Entonces, ante tanta fusión, Joy es divertida en el sentido menos convencional, es alegre de la forma más retorcida y es aleccionadora de la manera más brutal.

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