La comedia de Hollywood en medio de una severa crisis

La comedia de Hollywood en medio de una severa crisis


Desde el periodo del cine mudo, una de las características de la comedia cinematográfica de Hollywood ha sido fusionar el realismo con la exageración, lo que ha dado como resultado un ritmo y una acción absurda en el mejor sentido de la palabra.

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En la llamada Meca del Cine, la comedia, en especial la de enredos, ha cambiado su rumbo y su eficacia en este siglo XXI.

El oficio de provocar carcajadas en las salas de cine se ha concentrado demasiado en variantes del denominado slapstick, es decir, para lograr la risa se abusa de los golpes, de los choques de automóviles o de cualquier vehículo rápido en movimiento, las acrobacias de gente que queda dentro de una pared o que sale volando por los aires o se cae en una fosa que antes era una piscina, más un morbo pasado por lo políticamente correcto.

Esto viene a cuento porque vi recientemente dos comedias que ponen en evidencia el desnivel y el empobrecimiento de este importante género que hoy está enfermo: Hermanas y Guerra de papás, que si bien tienen, al final, un mensaje de reconciliación familiar que va a cautivar a un sector de la audiencia que se conforma con bastante poco, carecen de ese humanismo, poético y social, presente en las películas de los maestros Charlie Chaplin o Buster Keaton.

Tanto Hermanas como Guerra de papás, al igual que tantas otras comedias contemporáneas hechas en el lado industrial de Hollywood, están huérfanas de humor perspicaz y lúcido. Ante la falta de esos atributos luminosos abusan de los chistes de doble significado y de las escenas “graciosas” basadas en las tonterías y la estupidez.

Ambos largometrajes solo son capaces de encontrar la hilaridad con los recursos de ese hijo del circo y las payasadas que es el slapstick, lo que no es suficiente para alcanzar la alta comedia que nos regalaron directores como Billy Wilder, Blake Edwards y Mel Brooks, cuya generación de relevo fueron personalidades como Woody Allen, Sydney Pollack, Barry Levinson, Mike Nochols, Robert Zemeckis, Iván Reitman y Harold Ramis, y más recientemente encontraron sustitutos en Cameron Crowe y los hermanos Coen.



DÚO DISPAR

Hermanas (Sisters) y Guerras de papás (Daddy's Home) se basan en el principio del dúo dispar, que tuvo sus orígenes en la década de 1930 y que alcanzó su momento de mayor esplendor entre los años 1940 y 1960.

Eso en sí no es ningún problema, ya que esa dinámica se practica con éxito desde la época de Stan Laurel y Oliver Hardy; Budd Abott y Lou Costello; los hermanos Marx; Bob Hope y Bing Crosby; Dean Martin y Jerry Lewis; John Belushi y Dan Aykroyd; Robert De Niro y Billy Crystal.

El asunto es que ese dúo podrá tener química como pasa con Tina Fey y Amy Poehler en Hermanas, entre otras, porque vienen de una escuela que educa a compartir escenario como es el clásico programa de televisión Saturday Night Live, pero a ellas no las acompaña una historia capaz, versada y sagaz.

El caso de Guerra de papás es grave en el aparte de parejas que funcionan, pues Will Ferrell y Mark Wahlberg no son compatibles al compartir cartel, aunque los dos en solitario sean comediantes aceptables.

Es normal que en las comedias grandiosas los intérpretes se peleen por ver quién brilla más a la hora de ganarse una sonrisa del público, en Guerra de papás parece que se enfrentan para ver quién causa más sueño y aburrimiento.

Lo triste es que sus premisas daban para mucho y en manos de un experto hubieran sido maravillosas.

Por un lado, Hermanas es sobre la juventud perdida, sobre cómo enfrentamos el presente cuando ya no somos adolescentes, cómo pensamos que estamos oxidados cuando el asunto muchas veces es cuestión de actitud y qué modelo de comportamiento le vamos a heredar a nuestros hijos.

Del costado de Guerra de papás es sobre la figura paterna y quién puede ser un padre más adecuado: el de sangre que te abandonó cuando eras pequeño o el que te crió y se quedó allí para que juntos sortearan las curvas y las largas avenidas de la vida.

RÉPLICAS

El guion de Hermanas nos invita a conocer a una hermana juiciosa, divorciada, mojigata y acomplejada, encarnada por Amy Poehler, y la otra es irresponsable, promiscua, sexy y desordenada, a cargo de Tina Fey.

En Guerra de papás aparece un padre serio, cariñoso, estable, pero feo, responsabilidad de Will Ferrell, y el otro es desenfrenado, inmaduro, dado al desmadre y atractivo, que es la contribución de Mark Wahlberg.

Si se fijan, la construcción de los personajes y sus respectivos conflictos es exactamente la misma: adultos diferentes entre sí que luchan para ser aceptados; además se sienten incomprendidos y solos por su situación actual, y por encima de todo, necesitan ser comprendidos y queridos por sus padres y por sus hijos para poder ser felices.

Los chistes de Hermanas quieren ser más audaces (una forma fina de decir vulgaridades) para captar la atención del espectador adulto, mientras que el lenguaje ofrecido por Guerra de papás quiere conquistar al sector familiar.

Pronto la cinta protagonizada por Tina Fey y Amy Poehler frena su argumento supuestamente atrevido porque no quiere pasar los límites que ella misma dice corroer.

Su director, Jason Moore, en especial en la larga y rutinaria escena de la fiesta en Hermanas, se la quiso tirar de reencarnación del John Landis de Animal House (1978), o por lo menos parecerse a las bromas escatológicas de Bobby y Peter Farrelly, y su intento da agrura por si acaso llega al nivel de las cintas de Jim Abrahams.

¿Será que Jason Moore no vio en sus clases de cine Barton Fink (1991) si lo que deseaba era ser indecente?

Mientras que los realizadores John Morris y Sean Anders desean en Guerra de papás ofrecer cierta ternura a lo Penny Marshall y John Hughes y si acaso se parecen a una versión mediocre de Chris Columbus o David Zucker.

En el fondo, tanto Hermanas como Guerra de papás son conservadoras y puritanas, esclavas de una moral que no las castigue con la censura de “para mayores de 18 años”. No es para nada negativo manejar una comedia sin dobleces, el punto es que quieren ser insolentes, pero no se atreven de verdad a serlo.

Por ejemplo, Hermanas no se acerca al erotismo que se logró en títulos emblemáticos de Hollywood como What's New Pussycat? (1965), El Graduado (1967), Goodbye Columbus (1969) y Carnal Knowledge (1971).

En otro orden de ideas, me encanta mucho que Hermanas tenga al frente a dos comediantes mujeres, algo que se volvió normal en la pantalla grande desde 1950 de la mano de las versátiles y hermosas Marilyn Monroe, Lauren Bacall y Betty Grable, pues antes de esa fecha lo de hacer muecas y chifladuras era un territorio casi eminentemente masculino.

Lo que lamento, reitero, es que Tina Fey y Amy Poehler no vinieron al mundo cuando el Hollywood disparatado era propiedad de los geniales directores Stanley Donen, Richard Quine, Billy Wilder y Blake Edwards, entre otros.



REACCIONES

La reacción inmediata es pensar que quien escribe estas líneas no encontró el valor de estas películas.

Para no llamarnos a sorpresas, tanto Hermanas (60% de aprobación de un total de 100) como Guerra de papás (29% de 100) fueron calificadas con una enorme F por parte de los críticos estadounidenses.

Les comparto unas cuantas muestras.

Para Geoff Berkshire, de la revista Variety, Guerra de papás es “una mezcla intragable con poco con lo que satisfacer al público familiar o a cualquiera a quien le guste reírse. Aburrida y trillada”.

En tanto, Dave Calhoun, de Time Out, señala que Daddy's Home “provoca alguna sonrisa de vez en cuando, pero no son los mejores momentos ni de Wahlberg ni de Ferrell”.

Por su lado, Peter Bradshaw, del periódico The Guardian, señaló que Hermanas es un “estupendo cine para las masas. Es boba, emotiva y divertida”.

Para A.O. Scott, del diario The New York Times, Sisters “es, al mismo tiempo, demasiado cuidadosa y demasiado descuidada para coger una auténtica ventaja de las espinosas implicaciones de su premisa. Es demasiado incómoda y no suficientemente incómoda”.

DETERIORO

El cine como arte de feria nació con la comedia y esa relación de unir espectáculo visual con risas ha sido beneficiosa, pero también un escollo para que este género cinematográfico merezca un puesto justo en el devenir del séptimo arte.

Históricamente se ha planteado que la comedia muda de Chaplin, Keaton, Lloyd, Langdon y colegas era superior a la primera etapa sonora, y que después en los años 1930 algo se recuperó de esa chispa cuando ya el sonido fue materia dominada, y resurgió en las siguientes tres décadas.

Una cuota importante de la comedia estadounidense comercial del siglo XXI está en crisis, pues le falta originalidad, es dependiente de repetir patrones que no le exijan nada a la audiencia y utilizan esquemas más que sencillos como deja claro tanto Hermanas como Guerra de papás, las que son incapaces de ofrecer una segunda o tercera lectura a unos consumidores que solo quieren evadir la realidad a punta de reírse por tanta simpleza junta.

Por culpa de producciones como Hermanas y Guerra de papás a la comedia como género no la toman serio y la ven como una mera herramienta para el divertimiento más frugal.

Después de ver estas dos películas llegó a mi mente un pensamiento de Charlie Chaplin: “Me gusta mil veces más obtener la risa mediante un acto inteligente que mediante brutalidades o banalidades”.

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