La humildad: ¿fortaleza o debilidad?



Para algunos la humildad es una virtud, una fortaleza del carácter que las empresas buscan al seleccionar personal, para otros es una debilidad derivada de la carencia de autoestima. ¿Quién tiene la razón?

Cuentan que una persona le dijo a su maestro: “Soy un buscador de la verdad”. El maestro contestó: “Si quieres encontrar la verdad hay algo fundamental que necesitas saber”. “Ya lo sé, es la irresistible pasión por la verdad”, dijo el discípulo con mucha seguridad. “No, es la humildad para aceptar que puedes estar equivocado”, respondió el maestro.

Como menciona la historia, tener la capacidad de aceptar que podemos estar equivocados, que no somos perfectos o que aún nos falta por aprender y crecer, es uno de los rasgos que definen la humildad.

De las tres definiciones de humildad proporcionadas por la Real Academia de la Lengua Española, solo una alude a la virtud de conocer sus propias limitaciones, mientras que las otras dos aluden a la bajeza de nacimiento o a la sumisión. No es de extrañar que para muchos la palabra humildad tenga un aura peyorativa.

Nada más alejado de la realidad. La persona que demuestra humildad tiene una alta autoestima para reconocer que no es perfecta, que tiene mucho que aprender de las ideas de los demás. Se requiere de mucha autoestima para tener la humildad de reconocer los logros y éxitos de los demás sin sentirse menos.

Como mencionan Wilson, Sturm, Biron y Bach ser humilde no implica reducir nuestra propia valoración, más bien significa incrementar la valoración de los demás. Las personas humildes dejan de estar centradas en sí mismas y aprenden a apreciar el valor de todos los seres humanos. Entienden que todas las personas son valiosas y tienen algo que aportar.

El autor Jim Collins encontró un factor común en su investigación sobre líderes que llevaron a sus empresas de ser buenas a extraordinarias: La humildad. Las empresas más exitosas eran lideradas por gerentes con alto grado de humildad y determinación. Se distinguían por buscar el beneficio y la visibilidad de la organización y no su prestigio personal. Estos líderes se miran al espejo y no a la ventana, es decir, asumen su responsabilidad en los errores cometidos y no buscan culpables porque reconocen que se pueden equivocar.

La humildad además nos hace personas más agradecidas, nos permite reconocer que no nos merecemos todo y nos hace valorar más lo que tenemos. Las personas más humildes son mejores miembros de equipo, porque no se sienten dueños de la verdad y tienen más apertura a las ideas de los demás. También porque aceptan mejor las críticas constructivas ya que saben que no son perfectos y pueden mejorar.

Cuentan que un discípulo que regresó de hacer servicio desinteresado en el hogar de leprosos de la ciudad, se acercó a su maestro y le dijo: “¡Me fue extraordinario! Los monjes dijeron que yo era el que cuidaba mejor a los leprosos, incluso dijeron que nunca habían tenido una persona como yo”! Al escuchar esto, el maestro arrojó bruscamente una vela al fuego y le dijo: “De la misma forma que el fuego consume la cera, tus buenas acciones se consumen cuando alardeas de ellas”.

Si uno valora la humildad, nuestro peor enemigo será la soberbia de nuestro ego. El ego es capaz de engañarnos a nosotros mismos, disfrazándose de humilde. En la mente del ego, mostrarse humilde puede ser una estrategia para ganar mayor aceptación y reconocimiento de los demás.

En mi opinión, para desarrollar la humildad hay dos frentes. El frente emocional, que es resolver nuestras inseguridades, traumas inconscientes, elevar nuestra estima y así controlar nuestro ego.

El otro frente es el espiritual. Si cultivamos nuestra espiritualidad, podremos ver a Dios en las demás personas y aprender a reconocer y valorar más su contribución a la vida.

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