La mayoría de las guerras son generadas por el deseo del país agresor de apoderarse de algo que posee el agredido.
A la postre, se quiere disfrazar con nombres heroicos el pillaje. México fue agredido por los españoles quienes se llevaron todo lo que pudieron; posteriormente fue agredido por su vecino del norte y perdió gran parte de su territorio.
Al invadir el territorio mexicano, los soldados de caballería vistiendo sus uniformes verdes, se animaban cantando “Where the green goes…”, de allí el apelativo de gringos que no tiene nada de ofensivo.
En tales guerras de conquista, desde Alejandro y aun antes, los invasores han adquirido hábitos, costumbres y vicios propios de los territorios invadidos. En el norte de México había una cantina, bodegón o pulpería cuya dueña se llamaba María Juana y los parroquianos le decían La Marijuana.
La Marijuana cultivaba una hierba que se hizo popular entre los invasores y estos, al retornar a su tierra, a falta de otro nombre, le dieron a la hierba el de la señora.
Como se puede apreciar, fueron fieles tanto al nombre como a su ortografía para pronunciarla tal como habían oído en México: “marijuana”. Debo aclarar que las cosas que he mencionado no las he leído sino oído, las repito porque parecen tener sentido, aunque quizás no sean ciertas.
Hace muchos años, en Panamá llamaban a la hierba canyac y no había peor insulto que el de decirle a alguien canyaccero. Pasaron los años y, como en cuentos de hadas, la hierba retornó al istmo con el más sofisticado nombre de marihuana; era chick, estaba en onda y era introducida en los altos círculos por jóvenes que estudiaban en EU. Tenía el glamour de su nuevo nombre y origen, y por el hechizo de lo prohibido, del reto y de la audacia, no fue raro que su uso creciera exponencialmente.
Cosa distinta es la hoja de coca, cuyo uso está popularizando el Presidente de Bolivia. Los incas consideraban que dicha hoja era un regalo de los dioses y puede ser masticada controladamente sin grandes consecuencias; de hecho, quienes visitan La Paz y son afectados por el mal de montaña que llaman soroche, toman té o mate de coca como medicamento.
Es natural que los científicos se interesaran en escudriñar las extrañas propiedades de la misteriosa hoja y produjeron la cocaína para fines medicinales. Lamentablemente, el mismo impulso de develar lo desconocido y lo prohibido ha llevado a la humanidad a consumir el alcaloide sin control ni límite llevando a muchas personas a degradaciones extremas que han terminado en el sepulcro.
La famosa bebida Coca Cola tuvo en sus orígenes pequeñas dosis controladas de cocaína, pero dejó de usarse porque en casi todos los países del mundo existen leyes que prohíben el consumo indiscriminado de la cocaína.
La demanda por la cocaína ha aumentado muchísimo lo mismo que su precio y los traficantes procuran hacer llegar el producto a los mercados más redituables y, para ello, mantienen organizaciones en todos los países a lo largo de sus rutas.
Mientras más corrupta una sociedad, más libremente circula la droga y quienes reciben beneficios económicos están ubicados en todos los estratos de la sociedad. El flagelo debe ser combatido, pero más que con armas con educación y con aquello que clamaba la alianza civilista: justicia. Justicia eficaz, real, verdadera y pronta.
Aparentemente las naciones están procurando tímida y zigzagueantemente, permitir el consumo de la marihuana, pero limitando su venta, creo que se están enredando más que en Honduras, pero de alguna forma saldrán del laberinto. Si al consumidor lo obligan a acudir al traficante, crean el mismo nudo que se creó con la ley seca.
Con respecto a la cocaína, se trata de otro cantar. Para nadie es un secreto que estamos inmersos en una guerra abierta, guerra en la cual no habrá sino víctimas y que nunca será ganada con las armas ni la tecnología porque a los traficantes les interesa poco a cuántos o a quiénes maten o encarcelen. Ellos, como monstruos mitológicos tienen la capacidad de rehacer sus redes tantas veces cuantas sea necesario.
De hecho, mientras no se legisle universalmente sobre el uso controlado de las drogas y se siga con la persecución, su costo al detal seguirá subiendo y la corrupción, lavado de dinero, etc., también.
Por esta razón creo que el presidente Martinelli es un hombre afortunado, ya que a seis meses de haber tomado posesión, el 10% de su mandato, tiene la oportunidad en el campo de la justicia, de tomar una decisión tan trascendental como la del metro, o los 100 a los 70, se trata de la escogencia de dos miembros de la Corte.
Mi padre decía que los refranes son evangelios chiquitos; efectivamente, como “cantos rodados” han pasado generaciones y si se siguen usando es porque algo bueno enseñan. Hay uno, muy conocido, que dice: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. Los viejos conocemos del valor de este consejo.
No soy jurista, sin embargo he leído lo que los medios divulgan acerca de los fallos de la Corte. Como norma he leído cuidadosamente la sustentación de sus opiniones del magistrado Adán Arnulfo Arjona; por cierto que no creo que el magistrado Arjona gane un concurso de popularidad dentro de su cónclave, pero sí creo que es respetado por sus pares.
Anteriormente escribí que el ex presidente Torrijos Espino, en mi opinión, había acertado en la escogencia de los dos magistrados por él seleccionados. Creo que estas acciones son trascendentes y, por ello, opino que el presidente Martinelli le haría un gran servicio a su administración y a la patria si aprueba la reelección del magistrado Arjona, pues, los ciudadanos de este país anhelamos que se haga justicia y ésta, como la lluvia, debe venir por gravedad, desde la Corte hacia abajo.
Muchísimos son los ciudadanos que han salido impunes de casos en los cuales la macarucia disfrazada de “legalidad” ha prevalecido sobre la moralidad y la justicia; es en esta esfera sin armas, sin derramamiento de sangre, donde se debe combatir no solo el tráfico de narcóticos sino también toda una gama de inmoralidades que personalidades “impunes” pretenden legalizar. Drogas hemos tenido desde el principio de los tiempos, creo que la educación a largo plazo, apoyada por un sistema judicial serio, podrán no erradicar las drogas, pero sí limitarla y permitir que en el futuro las familias no tengan que pasar las angustias que pasan los padres hoy día.