A principios del año 2014 me llamó un amigo sollozando. Él es un tecnócrata, uno de esos técnicos anónimos que ocupaba un escritorio en un ministerio. Se acababa de casar y lo habían obligado a inscribirse en el partido Cambio Democrático (CD). Además de esta afrenta, tenía que proporcionar una lista de 10 nombres, con sus respectivos teléfonos, para la base de datos de las encuestas del partido gobernante. Efectivamente, unos días más tarde recibí la llamadita de la empresa encuestadora. En la polla electoral que resultaba de mi conversación con la chica que hacía la encuesta, ganaban José Domingo “Mimito” Arias, Roxana Méndez y Sergio “Chello” Gálvez. Cuando colgué el teléfono, llamé a mi amigo y le comenté lo ocurrido. Él me confirmó que ya habían llamado a todos sus contactos, quienes habían respondido “apropiadamente” el cuestionario. En ese momento supe que Juan Carlos Varela sería el próximo presidente de la República.
El resultado de las urnas colombianas del pasado domingo 2 de octubre se agrega al rosario de resultados que, en la mayor parte de esta década, han demostrado que -como decía Mireya Moscoso, la entonces candidata que perdía en las encuestas pero resultó electa Presidenta-, las verdaderas encuestas “son de carne y hueso”.
En el último siglo, la encuesta de opinión pública se ha convertido en el instrumento dominante de prospección social. Aunque con pocas fallas destacadas, la herramienta sirvió como insumo para pronósticos electorales sumamente exactos, al igual que generó un importante conocimiento acerca del comportamiento del mercado en cuanto a sus gustos y tendencias.
¿Qué ha provocado la crisis mundial de las encuestas?
Para responder este cuestionamiento hay que entender la metodología que se usa para hacer encuestas. Estas herramientas se construyen principalmente con un modelo estadístico que representa a la sociedad o al grupo demográfico que quiere estudiarse. La muestra se establece de forma que represente proporcionalmente a los censos de población del país. Así, por ejemplo, si 60% de la población es urbana, ese mismo porcentaje deberá serlo en la muestra. En términos generales, con una muestra de aproximadamente mil individuos se puede obtener una encuesta con un margen de error que no debe superar el 3%.
Las encuestas más confiables son las que se hacen cara a cara, en las cuales el entrevistador visita personalmente al encuestado, y recoge las repuestas. Por la complejidad de la logística de este tipo de ejercicio, y su costo económico, se optó por una versión telefónica para obtener los resultados de forma más rápida y eficiente.
¿Cuál es el problema de este modelo?
El modelo telefónico, usualmente se sustenta en líneas de telefonía fija lo que, por definición, excluye a todos aquellos grupos -jóvenes, trabajadores informales y otros segmentos minoritarios de la población- que no tienen una línea de teléfono fija o, que al realizarse la encuesta, no están en sus hogares. Por cierto, aunque en algunos países se ha tratado de remediar esto con encuestas por celulares, la herramienta sigue fallando.Eso, en parte, explica los resultados electorales favorables a Obama en Estados Unidos (y la razón por la que creo que ganará Hillary Clinton), y otros resultados sorprendentes. Sin embargo, hay otro fenómeno que se ha dado entre la población electoral. Así como yo -y otros nueve voluntariosos amigos le salvamos el puesto a una persona-, hay una cantidad importante del electorado que contesta las encuestas con lo que se puede denominar como “la respuesta esperada”. Esto pasó tanto en el brexit, en el Reino Unido, al igual que en el referendo por la paz en Colombia. Mucha gente que decía estar a favor de la Unión Europea o de los acuerdos de paz, solo lo decía al encuestador porque esa era la respuesta que los medios de comunicación y los líderes de opinión pública respaldaban. Para no parecer tontos, los encuestados respondían lo que la sabiduría convencional exigía, pero en su fuero interno, ellos ya habían decidido votar de otra forma.Tanto en el caso del Reino Unido, como en el caso colombiano, los medios de comunicación se parcializaron abiertamente hacia una opción en sus respectivos plebiscitos. Todo medio tiene el derecho de establecer su política editorial y de favorecer la opción política que considere más apropiada. Sin embargo, en materia de cobertura periodística este sesgo editorial no debe ser considerado. Todos los puntos de vista de un debate político deben ser reportados, incluso los de las personas que piensan que la Tierra es plana, o que existe tal cosa como una ideología de género que busca capturar a las inocentes niños panameños para transformarlos en homosexuales. Además, en nuestros países latinoamericanos existe un elemento de estrategia de supervivencia de los votantes frente a las encuestas. Hay una pluralidad de funcionarios públicos y sus familias que forman parte del universo de los encuestados, que junto a los que reciben una Beca Universal, un subsidio de Ángel Guardián o Red de Oportunidades, constituyen una población vulnerable que no va a arriesgar sus beneficios económicos por una respuesta honesta a una encuestadora. La respuesta honesta se guarda para las urnas.Esto explica en buena parte los resultados electorales de Mireya Moscoso y de Juan Carlos Varela. Conozco familias arnulfistas que no están inscritas en el partido político de gobierno, pero que siempre respaldan a sus candidatos. No es el partido el canal de representación de este grupo de seguidores del panameñismo. Este fenómeno no sucede con el Partido Revolucionario Democrático (PRD), en el cual la gran mayoría de sus seguidores son también miembros del partido y militantes activos. Casi todos los simpatizantes del PRD que conozco, se vanaglorian de su membresía.Existen instrumentos complementarios a las encuestas de opinión que permiten refinar los resultados de esos sondeos y entender la verdadera opinión de los electores. Por una parte, los grupos focales ayudan a clarificar lo que verdaderamente siente y opina la gente. Por el otro lado, las llamadas mini-elecciones o votaciones simuladas, usualmente representan mejor los resultados verdaderos de los procesos electorales. En Panamá una obra de teatro llamada “¿Quién quiere ser Presidente)” ha acertado en cinco elecciones presidenciales el ganador de los comicios, ya que al final de cada presentación se realizaba una votación secreta. Desde 1994, esas votaciones secretas identificaron al ganador de las elecciones presidenciales panameñas.Así que no se sorprenda la próxima vez que el resultado de una encuesta no coincida ni siquiera en forma aproximada con los resultados de una elección real. Así somos los seres humanos, demasiados complejos para ser simplificados en una muestra representativa de personas encuestadas cuando iban al baño de su casa, durante la novela de la noche o cuando fueron interrumpidos antes de cenar.