La semana que pasó empezaron a publicarse de forma indirecta, los boletines de calificación de las políticas públicas del gobierno de Ricardo Martinelli. Estos análisis no son producto del calor de la politiquería criolla, sino de estudios estadísticos comparativos sumamente serios. Aunque hubo una leve mejoraría de siete puntos entre las pruebas TERCE y SERCE, países menos prósperos que el nuestro mostraron una mejoría de 50 puntos.
Es en el tema de la distribución de ingresos y riquezas en donde nuestro país ha profundizado su gran fracaso socioeconómico. Según el Banco Mundial, Panamá es uno de los 10 países más desiguales del mundo. En el año 2009, 40% de la población más pobre recibía la ridícula cantidad de 4.1 % del producto interno bruto (PIB) como ingreso. Para el año 2014, esta cantidad es apenas del 3.6% del PIB.
En casi toda América Latina, la segunda cantidad fue menor que la primera por la caída de los precios de las materias primas. En casos específicos como Brasil, Argentina y Venezuela sus economías estaban en franca recesión. Chile tuvo uno de los peores terremotos del último medio siglo y múltiples países del Caribe fueron azotados por huracanes implacables. Panamá no sufrió nada de esto. Por el contrario, el PIB panameño creció como la barriga de un niño que se apresta a comer todo un pastel para el solo.
Los lectores analíticos seguramente afirmarán que el 40% más pobre de 2009 era menos gente que el 40% más pobre de 2014. Otros observarán que en términos de dólares nominales, aunque en 2009 recibían más como proporción, en 2014 el pastel era mucho más grande. Sin embargo, estos dos argumentos no toman en cuenta que, precisamente, en ese periodo se establecieron los subsidios más generosos que ha ofrecido el Estado panameño en su historia: desde 100 a los 70, la Beca Universal, el Ángel Guardián y se continuó con la Red de Oportunidades. Todo esto sin tomar en cuenta la regaladera de bolsas de comida, los piso y techo, y la proliferación de muy generosas partidas circuitales que beneficiaron a diputados amigos y conversos por igual. El resultado neto es que los pobres de Panamá terminaron siendo más pobres después del gobierno liderado por Ricardo Martinelli.
Para crédito de los anteriores gobernantes, el problema de Panamá es estructural. Panamá se ha destacado históricamente por un altísimo grado de desigualdad que sigue las líneas divisorias de clase social, etnicidad, raza, ubicación geográfica y nivel educativo, principalmente.
¿Por qué es importante erradicar la desigualdad?
Si uno repasa la literatura de las instituciones multilaterales sobre este tema, encontrará algunas explicaciones casi metafísicas de la importancia de la igualdad. Para mí, la igualdad tiene importantes ventajas sociales, culturales, económicas y éticas. La igualdad aumenta nuestra competitividad, reduce nuestra mortalidad, mejora las finanzas públicas, cimenta las instituciones y el sentido de pertenencia. Aunque es posible imaginarse un país pobrísimo donde hay un alto nivel de igualdad porque todo el mundo es miserable, la noción aquí expuesta se orienta hacia la igualdad de acceso a servicios públicos, oportunidades de desarrollo personal y el disfrute de un entorno favorable para el desarrollo del talento y la convivencia pacífica. La desigualdad nos está matando.
¿Cuáles son las causas profundas de la desigualdad en Panamá?
Bien pudiéramos construir una lista de supermercado de razones que fundamentan una sociedad sumamente desigual desde el racismo hasta la corrupción, pero principalmente pienso que las siguientes son las fundamentales:
1. Débil espíritu de identidad nacional
Al panameño promedio le sería muy fácil enumerar las cualidades y gustos culturales más representativos de nuestro país y —aunque a todo el mundo le late el corazón cuando hay uno de los nuestros en las olimpiadas, o la selección nacional está en la cancha—, son, precisamente, esas muestras excepcionales de identidad común las que confirman la debilidad de la cohesión nacional. En países muchos más pobres, hay una mayor cantidad de voluntarios que nutren el tejido social con su activismo, y además, en términos generales las poblaciones suelen defender mucho mejor sus intereses colectivos que los panameños.
2. Fragilidad institucional
Las instituciones públicas y privadas en Panamá son muy susceptibles a las distorsiones provocadas por una cultura política caciquista y muy expuesta al dinero sucio. Es sorprendente lo rápido que un narco o un lavador de dinero puede insertarse en los más altos círculos de poder, sin que haya filtros o barreras de control. Da pesar la rutina de cada cinco años de la puerta giratoria de las decenas de miles de funcionarios que son botados cada vez que cambia el partido político en el poder. Por supuesto que la corrupción y el tráfico de influencias son también síntomas de este problema.
3. Un sistema laboral excluyente
La movilidad laboral en la mayoría de las empresas que funcionan en Panamá no es tan fácil ni tan amplia como debería ser. Es muy fácil culpar a la mano de obra extranjera por este fenómeno, pero el desafío supera al tema migratorio. Es abrumador entrar en contacto con la mayoría de los ambientes laborales públicos o privados, porque el nivel de ineficiencia, tensión y estrés es sumamente alto. Conozco de negocios sumamente exitosos, donde no hay ascensos ni aumentos de salarios para los asociados que hicieron posible que esa empresa fuera próspera. No hay una cultura de formación y crecimiento académico que favorezca que la fuerza de trabajo mejore su productividad. La crisis de la cultura de trabajo en Panamá se agrava aún más por la recesión en ciernes y la transformación tecnológica que ha hecho sumamente eficiente tener los centros de llamadas de muchas empresas en Colombia, o llevar hacia El Salvador o México, una importante cantidad de operaciones administrativas de grandes empresas y que antes se hacían en Panamá.
4. Baja tasa de innovación
La innovación más importante desarrollada en Panamá en los últimos 15 años ha sido la ampliación del Canal de Panamá. Aunque la misma traerá a mediano plazo un aumento significativo del comercio marítimo y de la actividad de los puertos, la gran mayoría de los panameños no obtendrá un beneficio directo de esta inversión. Por otro lado, aunque el Metro de Panamá ha reducido significativamente el tiempo de traslado de un promedio de 230 mil capitalinos al día, el costo económico de los tranques en el área metropolitana supera los mil 600 millones de dólares anuales. Es decir, que la ineficiencia en el transporte y la gestión urbanística cuestan el equivalente a una línea de Metro todos los años.
La reflexión más profunda es la ausencia de innovación institucionalizada tanto en el sector público como en el privado.
El país no tiene incubadoras de empresas, y salvo el caso excepcional de la Ciudad del Saber, no hay un entorno favorable a la investigación científica o a la innovación empresarial. ¿Cuántas empresas están formando científicos e investigadores para resolver sus problemas de negocios? Mientras los científicos de Costa Rica le producen millones de dólares a su economía, con todo tipo de innovaciones, los científicos de Panamá son castigados por una burocracia rapaz y una clase política fenicia que menosprecia al intelectual, al científico y al humanista.
5. Predominio de una arquitectura empresarial endogámica
Las políticas públicas que fomentan la creación de riquezas en Panamá favorecen la concentración de las mismas en muy pocas manos. No es que la economía panameña sea pequeña o, que como somos pocos, todos nos conocemos. Aquí el hecho fundamental es que la forma de interacción empresarial es principalmente por vía de las relaciones. Cuando hay una oportunidad de negocios, la empresa panameña promedio no procura generar oportunidades de negocios a nuevos actores, busca a los familiares y conocidos. Es lo que algunos han dado en llamar como “la República de los primos”. Esto a la larga genera una clase empresarial ineficiente y poco competitiva, que se convierte en un lastre a la productividad del país.
Podemos imaginarnos un banco que solo le da préstamos comerciales a los primos y conocidos de los dueños, con el tiempo ese banco disminuye su rendimiento porque el criterio de selección no es lo que sea mejor para el banco, sino lo que le conviene a la familia. Igualmente cientos de PYMES se ven marginadas de ofrecer sus servicios y crecer, porque tanto el gobierno como el sector privado insisten en favorecer a unos pocos.
Recuerdo que en la Asamblea Nacional cuando se debatió el proyecto de ampliación del Canal se dijo que las PYMES tendrían mucho espacio en la actividad de la construcción. Se mencionaba el ejemplo de la multiplicidad de proveedores de comidas, uniformes y camiones que tendrían una oportunidad de hacer negocios, y que a la hora de la verdad se convirtieron en un puñado de proveedores muy bien conectados y beneficiados con contratos sumamente suculentos. En Estados Unidos, por contraste, los bancos y las grandes empresas están obligadas a darle un pequeño porcentaje de sus negocios a las PYMES, sobre todo si estas pertenecen a mujeres, minorías étnicas o raciales. Así fue que la empresa IBM contrato a una PYMES para que se convirtiera en su proveedor del lenguaje operativo para su línea de computadoras de escritorio. Con ese contrato, Microsoft empezó su camino como gigante tecnológico.
Combatir la desigualdad profunda que existe en Panamá no será fácil porque las estructuras políticas y empresariales existentes se benefician a corto plazo de esta situación. Quizás el paso más importante sea el organizar a la población para que conozca sus derechos, y entienda que los subsidios que recibe son las migajas que sirven como pago para mantenernos en la pobreza. Un siglo de enclaves extranjeros, monopolios y oligopolios nacionales, y un gobierno hipercentralista con un Poder Ejecutivo omnímodo no nos han permitido crear una economía del talento y del conocimiento, que favorezca el desarrollo sostenible de una mejor sociedad.
La desigualdad alimenta el cinismo cívico y profundiza las fuentes de la delincuencia común. Esa falta de equidad es el peor enemigo de Panamá.