Las Cumbres de Las Américas son una serie de foros de los jefes de Estados y de gobiernos, en principio de todos los países independientes del continente, para construir una agenda común y enfrentar desafíos de primer orden.
La intención original de estas cumbres era la de promover el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), una iniciativa para expandir los mercados y los intercambios entre el norte, el sur, y el centro del continente.
La visión idílica del proceso ALCA era que los 32 países americanos que no formaban parte del NAFTA, (hoy TEMEC), apalancaran sus poblaciones y mercados para negociar colectivamente temas álgidos con Estados Unidos como la deuda externa, la migración y una aspiración a un intercambio equitativo entre las regiones.
La primera cumbre se celebró durante el año 1994 y para el 2005, el ALCA ya estaba enterrado. Solo la presidencia de Barak Obama (2009-2017), alimentó la esperanza de una mejor relación intracontinental, lo que pareció materializarse en la Cumbre de Panamá en el año 2015, cuando Cuba entró a este foro.
Para 2018, el gobierno del entonces presidente de Estados Unidos Donald Trump (2017.2021), le bajó el perfil a la cumbre de Perú, la cual devino en una división regional sobre la participación de Venezuela, país que se quedó fuera del evento. Ahora le toca al presidente Joe Biden revivir este proceso diplomático en la cumbre de junio de este año.
El entorno electoral
La cumbre de este año se realizará en medio de una crisis por la inflación, con los ojos del mundo concentrados en Ucrania, y con una baja popularidad del presidente Biden y su partido. La cumbre le da la oportunidad de demostrar liderazgo y hacer en el continente americano lo que consiguió con la Unión Europea.
Es bajo el prisma de los intereses de Estados Unidos y la coyuntura electoral del gobierno de Biden, que se debe mirar la visita de por parte de dos miembros del gabinete del gobierno de Biden a la vez. Aunque Panamá ha sido visitada repetidamente por la alta jerarquía del Comando Sur, y por oficiales del aparato de seguridad nacional, el gobierno de Biden no ha sido muy atento con el gobierno de Cortizo.
Digamos, que diplomáticamente no ha habido una oportunidad en las ocupadas agendas de los dos mandatarios para una reunión. Tampoco para la vicepresidenta Kamala Harris.
Además, no se puede olvidar que Estados Unidos no tiene embajador en Panamá desde hace cuatro años.
Una visita que generó otra
Hace unos 25 años, trabajé en el Ministerio de Relaciones Exteriores y me correspondió colaborar en la preparación de la Cumbre de las Américas de abril de 1998. Participé de todas las reuniones técnicas, y lo más que vimos los delegados de casi todo el continente fue el edificio del Departamento de Estado. La entonces secretaria de Estado Madeleine Albright participó únicamente en la propia Cumbre, nunca en una reunión preparatoria, como es el caso del secretario Blinken.
Esta alta representación diplomática, sobre todo cuando ya había otro miembro del gabinete visitando el país, tiene una buena justificación: Estados Unidos quiere mandar un mensaje a Panamá y un mensaje a la región. No son exactamente el mismo mensaje.
El problema migratorio le está costando carísimo en las encuestas al Partido Demócrata, que a decir verdad no tiene una política migratoria coherente.
Los políticos republicanos en los estados fronterizos con México, o con mucha población latina, están agitando las llamas de la xenofobia, y quieren convertir el tema migratorio en un tema electoral.
México, el triángulo norte de Centroamérica, Cuba, Haití y Venezuela están exportando migrantes sin control. En un triunfo para la diplomacia colombiana, ese país logró convertir la corrupción y abuso en el tema migratorio en su territorio, en un problema de Panamá echándole la culpa al Darién por el sufrimiento de los migrantes. Panamá ha fallado en denunciar esa complicidad y corrupción en el dilema migratorio.
Esas visitas recurrentes de altos funcionarios estadounidenses a Darién, reiteran la mitología de que el problema de la migración es Panamá y no los países generadores o explotadores de los migrantes.
En el gobierno de Trump se insinuó a Panamá que aceptara a los migrantes temporalmente, mientras Estados Unidos “revisaba” sus casos, como hoy lo hace México.
El gobierno de Cortizo se negó a esta propuesta, como también lo hicieron Costa Rica y Guatemala.
En 1994, unos meses antes de la primera Cumbre de Las Américas, Panamá acogió a miles de migrantes cubanos en las bases militares estadounidenses acantonadas en el área del Canal de Panamá.
El entonces presidente Bill Clinton le pagó el favor al mandatario panameño de la época, el presidente Ernesto Pérez Balladares, invitandolo a la Casa Blanca.
Ahora, más allá del tema migratorio, hay otro tema recurrente en la política exterior de los Estados Unidos hacia América Lartina: China.
La visita relámpago de la canciller panameña Erika Mouynes, a principios de mes a China, debe haber resonado mucho en el gobierno de Biden. Más allá de acusar a su rival de corrupto e imperialista, Estados Unidos no ha sabido articular una iniciativa política y económica que contrarreste lo que ofrece China.
En la década de 1960, un gobierno demócrata propuso la Alianza para el Progreso para generar desarrollo en la región. En la década de 1980, un gobierno republicano propuso la Iniciativa para la Cuenca del Caribe y un programa similar para los países andinos.
La promesa de los grandes logros, que los tratados de libre comercio le iban a traer a los países al sur del Río Grande sigue sin materializarse. Quizás si el secretario Blinken hubiese hablado de patitas de puerco, litros de leche y sacos de arroz, hubiese sido un buen comienzo. Todavía tiene dos meses para hacer la tarea.