Aunque ha salido de las primeras planas, y solo se encuentra activo en reuniones preparatorias y en la plataforma Ágora, es importante dimensionar al Pacto del Bicentenario como una salida estratégica a la larga crisis política que ha vivido el país desde la reversión del Canal de Panamá, y que se ha agravado la huella de impunidad de la gran corrupción de múltiples gobiernos y el legado socioeconómico de la pandemia de la Covid-19.
Se puede ser un poco cínico con el Pacto del Bicentenario “Cerrando Brechas”, que impulsa el gobierno del Presidente Laurentino Cortizo con el apoyo del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. Sin embargo, los panameños debemos entender al Pacto del Bicentenario como la última oportunidad para salvar al deteriorado sistema político que tenemos.
El concepto de “brecha” tiene una historia muy peculiar. El Oxford Languages en español define brecha de la siguiente manera:
1. Abertura o rotura irregular en una superficie, especialmente la que un ejército hace en las defensas enemigas. “el iceberg abrió una brecha de 90 metros que inundó inmediatamente seis de los compartimentos estancos”.
2. Herida en la cabeza, normalmente alargada e irregular, como las producidas por desgarro. “El niño se cayó y se hizo una brecha con la punta de la mesa”.
Estas definiciones no dibujan el alcance del concepto de brecha que emplea el Pacto del Bicentenario. El término brecha se popularizó en la guerra fría, como un concepto usado para manipular a la clase política estadounidense, para que respaldara un mayor gasto militar. La justificación era la brecha que existía, por ejemplo, en misiles nucleares entre la Unión Soviética y los propios Estados Unidos. Las protestas juveniles de la década de 1960 invocaban el concepto de brecha generacional, para referirse a la diferencia de pensamiento y estilo de vida entre la generación de sus padres y la de los manifestantes. Esa brecha generacional incluso dio pie al nacimiento de una cadena de almacenes de ropa juvenil llamada GAP, que significa brecha en inglés.
El término brecha se modernizó con la llegada del internet y adoptó un nuevo apellido, adquiriendo el nombre de brecha digital, para referirse a la desigualdad en acceso a las tecnologías e infraestructuras esenciales para la nueva era de la información. La brecha digital es en realidad un indicador de desigualdad y exclusión.
“Cerrando Brechas” es un sugerente nombre para el Pacto del Bicentenario. Induce a pensar que se van a colocar en la mesa los grandes desafíos nacionales, desde el sistema político, hasta el modelo económico para co-crear una nueva República.
El Primer problema de esta visión es que el Pacto del Bicentenario no es vinculante, lo que termina diferenciándolos de los Bambitos y los Coronados. Estos pactos tuvieron éxito porque la clase política de verdad los entendía necesarios, y porque existía una institucionalidad que los iba a desarrollar. La Autoridad del Canal de Panamá actualmente, es una muestra del potencial de esos pactos.
Desde el año 2000, nuestra clase política ha sido incapaz de alcanzar acuerdos sostenibles, porque todos los incentivos de la lucha por el poder así lo favorecen. El nacimiento de una casta política formada por las redes de poder alrededor de los diputados, ha terminado por convertirse en la principal amenaza a la democracia y al Estado de derecho en Panamá. Como ellos hacen las reglas, distribuyen los recursos del Estado y se aseguran su reelección, se han convertido en el gran agujero negro de las políticas públicas panameñas.
La primera brecha que enfrenta el Pacto del Bicentenario es la de su propia eficacia. Ante problemas sistémicos como la situación dantesca de la educación, la gigantesca deuda pública, el aumento de la desigualdad y la concentración de la riqueza, la falta de sostenibilidad ambiental de la sociedad panameña, y el enorme grado de anomia y fraccionamiento ciudadano, es justo ver al Pacto del Bicentenario como una oportunidad de evitar que el electoralismo del 2024 se coma la esperanza del país.
Solo si el Pacto del Bicentenario concluye con el llamado a una Asamblea Constituyente, se podrán transformar los acuerdos alcanzados, y las más de mil propuestas recibidas, en una realidad para Panamá. Lo contrario será entregarle en una bandeja de palabras el futuro del país a la diputadocracia, que no tiene interés alguno en cambiar lo que les funciona muy bien.