El actual presidente salvadoreño Nayib Bukele es el mandatario más popular del hemisferio occidental según las distintas encuestas que hacen esta comparación. El empresario y político inició su trayectoria pública como alcalde de la municipalidad de Nueva Cuzcatlán en el año 2009, mientras era integrante del partido Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), antigua guerrilla de izquierda que se integró políticamente a la democracia salvadoreña. En el 2014, Bukele compitió como alcalde nuevamente por el FMLN, pero esta vez para la ciudad de San Salvador, capital de El Salvador.
Como alcalde de San Salvador, Bukele tomó distancia del FMLN, y el partido lo expulsó el 10 de octubre de 2017, lo que impidió que se presentase a la reelección como alcalde. El joven político optó por iniciar su propio partido al que llamó Nuevas Ideas, sin embargo, se topó con barreras burocráticas y obstáculos judiciales. Intentó hacer una alianza con el partido Cambio Democrático salvadoreño pero este fue disuelto por orden judicial. Su propio partido Nuevas Ideas pudo formalizarse y junto a otros pequeños colectivos compitió por la presidencia de la República el 3 de febrero de 2019 triunfando sobre el FMLN de izquierda, y de Arena un partido tradicionalmente de derecha.
La presidencia de Bukele ha sido totalmente heterodoxa. Su gobierno se ha caracterizado por gestos de alto impacto mediático como su discurso ante la Organización de Naciones Unidas en septiembre de 2019, que aprovechó para transmitirlo por las redes sociales con su celular mientras estaba en el podio. Para poner a El Salvador en el diálogo mundial sobre criptomonedas, hizo que su gobierno adquiriera 400 millones de dólares en bitcoins y lanzó una iniciativa para que su país se convirtiera en un líder mundial de los criptoactivos.
Sin embargo, fue con la pandemia de la covid-19 que la estrella de Bukele brilló. Por una parte logró que su gobierno implementara una logística de distribución de víveres y artículos de aseo personal a nivel nacional que llegó a la gran mayoría de los hogares salvadoreños. Su marca personal creció cuando se comprometió a construir un modernísimo hospital para atender a los pacientes de la covid-19 y lo realizó en tiempo récord. Igualmente distribuyó centenares de miles de tabletas para que cada estudiante del sistema público de educación pudiera conectarse a las clases virtuales durante la pandemia. Este significativo gesto se vio cuestionado como demagógico cuando se supo que parte de los estudiantes que fueron beneficiarios del programa vivían en hogares sin electricidad y sin acceso a internet, y por lo tanto la tableta les era inútil.
La actuación más reconocida del gobierno de Bukele tiene que ver con otro frente: la inseguridad. En el año 2015, El Salvador tuvo su máxima tasa de homicidios, 103 por cada 100 mil habitantes, la que iba en un declive muy marcado antes de que Bukele fuera presidente. Para 2021 en su segundo año de mandato, la tasa fue de 18 muertes violentas por cada 100 mil habitantes. En el 2022, entre los días 26 y 27 de marzo se produjeron 87 homicidios de autoría de las Maras, en lo que algunos trabajos periodísticos han identificado como una ruptura del pacto secreto entre el gobierno y estas organizaciones criminales.
En todo caso Bukele desencadenó toda la fuerza represiva del Estado, declaró un estado de excepción y ordenó la construcción, en tiempo récord, de una “super cárcel” para 40 mil privados de libertad. La detención masiva de decenas de miles de salvadoreños sospechosos de vínculos con las Maras sobrepasó la capacidad de jueces y fiscales para procesarlos. Aún así, Bukele pudo mostrar un éxito contundente en el año 2022: un índice de homicidios de 7.8 por cada 100 mil habitantes, el más bajo de la región, incluyendo a Costa Rica y Panamá. En 176 días del 2022 no hubo un solo homicidio.
La consecuencia social de la acción de Bukele fue la transformación de la vida urbana salvadoreña en un oasis de seguridad. Esto ha permitido que restaurantes, farmacias, panaderías, vendedores ambulantes y otras actividades extiendan sus horas de atención al público, lo que significa más crecimiento económico y mejor calidad de vida para todos los ciudadanos.
Aunque las acciones de Bukele han sido sumamente populares, estas medidas han venido acompañadas de hostigamiento a los medios de comunicación, a periodistas, y a activistas de la sociedad civil. Igualmente se han denunciado abusos de los derechos humanos de los detenidos como torturas aplicación de corriente eléctrica y otros maltratos físicos en las cárceles salvadoreñas. Estos posibles abusos merecen una investigación inmediata e imparcial que aclaren responsabilidades.
Las opciones de Bukele
El primer gran problema del programa de gobierno de Bukele es que el “estado de excepción” no puede ser prolongado a perpetuidad. En algún momento los mareros volverán a la calle. Más allá de este hecho, Bukele enfrenta un conjunto de desafíos que se resumen en una pregunta: ¿cómo volverá El Salvador a tener un semblante de democracia liberal con un Estado de derecho robusto?
La tendencia autocrática de Bukele lo va a llevar a la reelección inmediata como presidente de la República (aunque esto choca con la Constitución salvadoreña, pero la dócil Corte Suprema seguramente le dará su bendición). Los anuncios más recientes del mandatario indican su voluntad de reformar al Estado salvadoreño reduciendo el número de municipios, disminuyendo la cantidad de diputados, e incluso eliminando la elección de estos por residuo electoral. Tarde o temprano Bukele va a tener que cambiar la Constitución salvadoreña y en ese momento no habrá vuelta atrás. El Salvador estará formalmente organizado como un Estado autoritario. Esto le va a causar mucho ruido a la comunidad internacional, que incluye a Estados Unidos y a la Unión Europea, así como a los principales bancos multilaterales, necesarios para financiar el futuro de El Salvador.
Bukele y su círculo cero pueden escoger dos rutas autoritarias, la de Alberto Fujimori en Perú, o la de Lee Kuan Yew en Singapur. Lo ideal sería convocar una Asamblea Constituyente y reconstruir a El Salvador como una nación democrática y una sociedad abierta con una justicia fuerte e independiente. Lo cierto es que si se hace una elección, Bukele y sus fuerzas leales las ganarían.
Ante esta realidad, el presidente Bukele debería optar por transformar a El Salvador en la Singapur de la América Latina. Ese rol le debió pertenecer a Panamá, pero una clase política enganchada en la corrupción y una clase empresarial predominantemente rentista son obstáculos estructurales para que Panamá haga esa transición.
En el caso de El Salvador, hay varios factores que le son favorables. Primero hay una ciudadanía comprometida con el proyecto de Bukele. En segundo lugar, hay varios millones de salvadoreños que viven en Estados Unidos, Canadá, Australia y otros países desarrollados que ya conocen la experiencia de sociedades que funcionan de acuerdo con reglas muy serias, y cada vez promueven economías de mercado que crean buenas oportunidades para la gran mayoría de la población. En tercer lugar, la coyuntura internacional favorece a Bukele. Todo parece indicar que Estados Unidos está dispuesto a convivir con Bukele porque le resuelve en parte el problema de la migración de salvadoreños y parece controlar al crimen organizado en su país. Para la geopolítica de Estados Unidos, Bukele es una excepción al izquierdismo imperante en América Latina. A pesar de que en algunos círculos se ve con preocupación la presencia de asesores venezolanos cerca del mandatario, los instintos de Bukele parecen estar más lejos del chavismo que por ejemplo el presidente colombiano Gustavo Petro, con quien Bukele tuvo un fuerte intercambio por las redes sociales.
Entonces la mejor agenda de Bukele, debería ser la de preparar a su país con desarrollo económico, con instituciones efectivas, y con una nación respetuosa de todas las libertades y derechos, en otras palabras esto significa preparar a El Salvador para que no necesite a un Bukele. La tentación autoritaria de mantenerse en el poder lleva a la formación de nuevos pactos con las élites políticas y empresariales que por definición van a restablecer el viejo orden. Cuando un gobernante pasa demasiado tiempo en el poder, la camarilla que lo rodea se convierte en una muy lucrativa casta de intermediarios políticos. Los grandes logros reales o aparentes se desvanecen en el tiempo, y aquellos que hoy celebran con aplausos, mañana protestarán con todas sus fuerzas con la intención de cambiar al gobernante de turno. Los problemas de El Salvador son grandes y muy complejos, el presidente Nayib Bukele debe comprender que él no puede convertirse en otro problema más del pueblo salvadoreño.
El empresario y político ecuatoriano Jan Topic promete que será un Bukele para su país. En Argentina, el candidato presidencial de la derecha Javier Milei reconoció públicamente que estaba estudiando a Bukele. La escritora chilena Isabel Allende dijo el fin de semana pasado sobre su país que: “En Chile la gente está añorando a un Bukele. Yo digo: tengan cuidado, eso fue Pinochet.”. El Bukelismo se ha vuelto la última moda de la política latinoamericana.

