Después del Ministerio de Educación, la Caja de Seguro Social es la institución con más personal del Estado panameño.
En materia presupuestaria es un poco más del 22% del presupuesto general del Estado panameño, y puede ser la causante de la ruina económica del país. El gran tema de la Caja ha sido, es y seguirá siendo la insolvencia del programa de beneficio definido del fondo de Invalidez, Vejez y Muerte. En otras palabras, se acabó la plata para las pensiones.
A pesar de lo anterior, el problema que periódicamente ocupa los titulares de los medios de comunicación y domina la queja ciudadana tiene que ver con la prestación de servicios de salud. Esto tiene tres variantes. La más conocida es la de falta de medicamentos necesarios para el cumplimiento de los tratamientos determinados por los galenos afiliados a la institución. El segundo problema es la eterna mora quirúrgica que cotizantes y beneficiarios deben enfrentar para obtener su cita con el quirófano. El tercer problema, tiende a ser la falta de funcionamiento de equipos de la institución, que desde ambulancias hasta máquinas de resonancia magnética, son claves para una atención medianamente eficiente de la población. Problemas como la práctica de una medicina deshumanizada, la crónica falta de especialistas y el crecimiento exponencial de la planilla de la institución, son los acompañantes de un proceso de descalabro que no se quiere reconocer.
El escándalo de la pérdida del fentanilo nos lleva por el vértigo de tres carencias en las entrañas de la institución. La primera carencia es la falta de una gestión íntegra y eficiente de los inventarios de los medicamentos e insumos de la entidad. La segunda carencia es la total ausencia de protocolos y políticas de gestión del talento humano con sus respectivas recompensas y castigos. La tercera carencia es la de un equipo de alta gerencia que no entiende que los dueños de la Caja son los ciudadanos de este país, y a ellos y ellas se les debe el máximo respeto, así como toda la transparencia y rendición de cuentas.
Es imperdonable que cinco meses después, de la supuesta “pérdida” del fentanilo, la opinión pública se entere de este hecho por un medio digital. Al mismo tiempo se da una orgía de compras y contrataciones poco razonables por una institución que se caracteriza por ser como es: más de 200 millones de dólares a un solo proveedor para cambiar todos los equipos de imagenología a la vez, y más de 100 millones de dólares para que la Caja produzca oxígeno que le cuesta solo 7 millones de dólares al año. Este último gasto con el riesgo de que la falta de mantenimiento, la rotación de personal, o la fraccionada gestión presupuestaria de la institución, la deje sin oxígeno o con una calidad inferior a la necesaria para la salud óptima de los pacientes.
La Caja, y los políticos que la controlan no quieren que sepamos la grave situación de las pensiones, ni tampoco quieren que entendamos las muy limitadas opciones de respuesta a esta crisis (hay que subir los impuestos, aumentar la edad para jubilarse y reducir la enorme evasión de cuotas). La Caja, que debería ser de todos, se convirtió en el negociado de pocos, y muy pronto será una institución de nadie.
El principal problema de la Caja de Seguro Social es administrativo. La institución que debía ser la más solidaria del país, está llena de ejemplos de insolidaridad. La entidad que debería producir más salud, contribuye a enfermar más a la población (dietilenglicol, alcohol con heparina, bacteria KPC, bacteria E. coli…), y por supuesto la organización que debía ser la mejor gestora de los recursos de cotizantes y pensionados, está lejos de serlo.
La Caja de Seguro Social es demasiado grande para ser rescatada. Existe una cultura errónea de que los médicos pueden administrar esta institución. Es como pretender que todos los maestros de escuelas sean buenos directores de la misma. Hay médicos extraordinarios, con mucha experiencia y talento que bien pudieran hacerlo, pero esa no es la regla. La Caja necesita ser dividida en dos partes, una que se preocupe por las pensiones y la otra que se fusione con el Ministerio de Salud para ofrecer atención de calidad.
El poco importa, la desidia, la indiferencia y la corrupción de la Caja de Seguro Social son problemas de décadas, cuya solución requerirá otras tantas décadas si se mantiene la misma forma y diseño institucional. Solo dividiéndola y enfocando cada mitad en su tema se puede lograr que sean más transparentes, más eficientes y más solidarias.