Estoy subiendo el cuarto escalón de mi quinto piso. La gran mayoría de amigos y conocidos están en los pisos cuarto, quinto y sexto del edificio de la vida. Entre los impactos de la pandemia de la Covid-19 está el aumento del desempleo de decenas de miles de profesionales y técnicos en la franja de edad de mis conocidos.
Las historias de terror de las búsquedas de empleo son comunes: desde entrevistas tóxicas hasta el evidente desprecio por canas y arrugas, son elementos de una tendencia: los viejos sobramos.
Todos entendemos que hay una escasez de trabajo y que los vaivenes de la pandemia tienen a las empresas privadas (las que sobrevivieron) convertidas en un acordeón, que abren y cierran.
Sin embargo, entre el teletrabajo, el flexwork y las medidas de bioseguridad la vida económica avanza. Las vacantes llegan y van, redes sociales que avisan de una contratación o incluso la ocasional llamada de un amigo que te pide que le recomiendes a alguien para un puesto.
Es claro, que un adulto de cierta edad no es el mejor vendedor de videojuegos o celulares de alta gama. Tampoco una abuela será una excelente promotora de ropa juvenil. Sin embargo, para cualquier cargo gerencial o de responsabilidad, la puerta se la tiran en la cara al “viejito” de 40, aunque tenga los títulos y la más amplia experiencia con multinacionales.
Tampoco hay chance para la profesional de los 50. Hasta en un call center le niegan la oportunidad de trabajar a una chica de 55 años que vivió varias décadas en Estados Unidos y Canadá. El inglés que ella domina no se consigue en el mercado. Aún así nana nina.
Uno de los ancianos de la tribu me dijo que el problema es que quienes toman las decisiones en las empresas se han hecho un estereotipo de la clase de personas que quieren tener. Piensan que la tecnología, los horarios y el multitasking no son aptos para mayores de 29 años. Se equivocan, se equivocan y se equivocan grandemente.
Un trabajador adulto cuida su empleo más que un joven. Una ejecutiva mayor no viene en minifaldas ni anda mostrando sus tatuajes por la oficina. Un auditor, entradito en años no muestra su vida sexual en las redes sociales, así como una secretaria con experiencia no manda una carta comercial con errores de ortografía y faltas elementales de gramática.
Quizás el miedo a los mayores de 40 es que pueden aprender todo trabajo, aumentar la productividad con sentido común y hasta servir como mentores a los más jóvenes. En otras palabras, pueden ser mejores jefes y jefas que aquellos que firmaron sus contratos.
Casi todos los “viejos” con experiencia profesional que están en “transición” (quiere decir que están buscando un empleo y no lo tienen todavía) desarrollan vidas plenas a pesar de que tienen que consolar a los jovencitos que los llaman para cobrarles sus préstamos, recordarles que deben los servicios públicos e insistirles en que paguen sus obligaciones. ¿Qué sería de todos esos jóvenes sin los viejos a quienes les cobran? no tendrían a quien llamar y por lo tanto ellos estarían también desempleados esperando que sus viejos padres, sus viejos tíos, sus viejos padrinos y otros tantos viejos y viejas los carguen.
Me pregunto si a usted le regalaran un auto de colección, una botella de vino añeja, o una escultura clásica, ¿la rechazaría?, si su respuesta es no, entonces ya sabe qué hacer. Busque su cuarentón más cercano, su cincuentona más próxima o su sesentón plus y escuche sus ideas de negocios, aprenda de su experiencia con las crisis anteriores y ábrale paso a todas sus capacidades. El error se paga muy caro y la discriminación hacia el segmento más educado, preparado y experimentado de la población, es imperdonable.


