En noviembre de 1988 fui parte de una excursión de estudiantes universitarios a las Tierras Altas chiricanas. En un arriesgado ejercicio de senderismo llegamos más allá de Río Sereno, conocimos Cotito, y nos guarecimos en una humilde casa de montaña, ante una pertinaz lluvia, que después conoceríamos que era la cola del huracán Juana. De regreso, nos topamos con parte desaparecidas del camino, obligándonos a usar las raíces de los frondosos árboles como lianas para poder completar nuestro retorno. No hubo grandes inundaciones, ni estragos significativos. Tampoco hubo pérdidas humanas que lamentar.
Aunque Juana fue más leve que el huracán Eta, la presencia de bosques en ese tiempo, y la ausencia de hidroeléctricas hizo una gran diferencia. Hasta entonces, yo vivía bajo la impresión de que Panamá era tierra libre de huracanes, pero los nombres de Juana en 1988, Otto en el 2016 y Eta en el 2020, nos dicen otra cosa.
El 17 de agosto del 2014, hubo otra inundación en el río Chiriquí Viejo, que causó 10 muertos y cientos de damnificados. Al igual que ahora, las autoridades hicieron lo que saben hacer, con el resultado conocido: tenemos 17 fatalidades y miles de damnificados.
En una investigación realizada en el año 2018 por los estudiantes Mariana Llanos y Eric Bolsch, de la universidad Canadiense de McGill, efectuada en las Tierras Altas chiricanas, encontraron que el Parque Internacional la Amistad (PILA), estaba severamente deforestado, sufría de la práctica de ganadería extensiva, la cacería ilegal y el abuso de pesticidas prohibidos en Panamá, que eran introducidos de contrabando. El PILA es el tope de la cordillera chiricana y por lo tanto contiene el nacimiento de ríos importantes.
Otras fuentes vinculadas con temas de seguridad pública, han indicado que la zona del PILA era utilizada como trocha para el tráfico de seres humanos, y que parte de los extraordinarios árboles talados, se convierten en madera preciosa contrabandeada y “preñada” con droga. Como si esto fuera poco, el PILA y su hermano menor el Parque Nacional Volcán Barú son objeto de títulos de propiedad, derechos posesorios y créditos bancarios, para actividades que no se permiten por las leyes de esas áreas protegidas.
Súmese esto a la práctica generalizada de una agricultura de relieve y de pendiente, que provoca una terrible erosión en los suelos de las Tierras Altas. Las vacas con complejo de cabras alpinistas, son acompañadas por cultivos casi verticales de hortalizas que no conocen el uso de terracerías ni otras técnicas de conservación de suelos.
Hace un par de décadas se dio el furor de la construcción de hidroeléctricas en los ríos chiricanos. Las hidros construidas no abarataron el costo de la electricidad, e intensificaron los conflictos socioambientales en la zona. La mayoría de las hidroeléctricas construidas representó el desplazamiento de la población, la pérdida de acceso al agua de río, y el cambio del uso de suelos. Los precios de las tierras aumentaron, y la presión de la frontera agroganadera fue escalando las Tierras Altas para meterse en el PILA y en el Parque Nacional Volcán Barú.
¿Por qué hay tantas hidroeléctricas en Chiriquí?
Panamá tiene 52 cuencas hidrográficas y más de 500 ríos. Casi todo nuestro país es plano, con una cordillera poco elevada salvo en la región occidental del país. Las hidroeléctricas fueron vistas como parte de una utopía desarrollista y nacionalista de los años 1950 a 1990. En Panamá, la hidroeléctrica La Yeguada, en 1967, se convirtió en la mayor obra estatal desde la construcción del hospital Santo Tomás en 1924.
La lógica detrás de las hidroeléctricas era que se usarían recursos hídricos del país para crear una red nacional de electricidad que fuera panameña, y por lo tanto en papel sería más barata que la térmica. Los sobrecostos en el proyecto de Bayano y en el de Fortuna, sumados a la ineficiencia de la empresa estatal que las gestionaba, acabó con ese sueño y obligó a una privatización distorsionada del sector eléctrico.
Cuando se pensaba que las hidroeléctricas no tendrían futuro, coincidieron dos eventos: el protocolo de Kioto de 1997 y la ley 45 de 2004. El protocolo de Kioto buscaba crear un incentivo mundial para la generación de energía que no produjera gases de efecto invernadero (GEI). A cambio de esta inversión, se le otorgaría a los desarrolladores de proyectos de energía libre de hidrocarburos, un atractivo crédito por las emisiones de GEI retiradas de la atmósfera. Varias hidros en el Chiriquí Viejo han recibido créditos de carbono del protocolo de Kioto. Acompañando esta política pública internacional, la Ley 45 del 2004 le concedió extraordinarios incentivos a la construcción de hidroeléctricas en Panamá. El mejor lugar para construirlas, en la mente de sus promotores y de los reguladores, es la provincia de Chiriquí.
Los elementos para la carrera estaban listos, pero faltaba un solo componente: el conflicto de intereses. Gran parte del alto funcionariado del Ente Regulador de los Servicios Públicos, transformado en la Autoridad de los Servicios Públicos, y acompañado por la Secretaría de Energía tienen un gran conflicto de interés, ya que muchos vienen de las empresas que tienen que regular o incluso los donantes de campañas “recomiendan” a un candidato para el cargo.
Las hidroeléctricas están construidas sobre un cálculo de costo beneficio. Como casi todo en este mundo, se busca la mayor ganancia con la menor inversión. El costo de las hidroeléctricas tiene muchos determinantes, pero uno de los más importantes es la cantidad de agua que puede retener, en las hidroeléctricas de embalse, o cuánta agua puede pasar en las hidros de pasada. El estimado de la cantidad de agua del caudal del río, se fundamenta en un estudio de la trayectoria histórica de ese caudal. Si el proyecto no hace ajustes para enfrentar las grandes variaciones de lluvia causadas por el cambio climático y el efecto La Niña, no podrá manejar el mayor caudal que va a recibir.
¿Por qué una hidroeléctrica debe asumir la responsabilidad de enfrentar el riesgo del cambio climático? Porque ese es su negocio y su responsabilidad moral frente a las comunidades, y ecosistemas que coexisten con ella. Las hidroeléctricas en el río Chiriquí Viejo no causaron directamente la inundación de las Tierras Altas, pero tampoco tenían la capacidad de gestionarla. En el futuro, con más y peores lluvias, ¿de quién será esa responsabilidad?.
Las proyecciones del cambio del patrón de lluvias requieren de más investigación. La palabra “huracán” ha entrado a formar parte del vocabulario de los panameños. Es tiempo que la palabra responsabilidad y el concepto de prevenir riesgos a terceros también lo hagan.