Luego de casi dos horas de audiencia en el Senado, con cuatro testigos que compartieron sus visiones sobre el manejo panameño del Canal, la presencia de China en la vía interoceánica y el efecto que los peajes del Canal pueden tener sobre la economía de los Estados Unidos, quedó claro que el espectáculo estaba diseñado con premeditación y alevosía para dejar el tufillo de que como dijo el presidente Donald Trump, los chinos controlan el Canal y hay que usar todos los medios, incluyendo la fuerza militar para sacarlos de allí.
Cada senador o senadora que habló siguió un guión preciso y apropiado para sus futuros mensajes de campañas reeleccionistas en los que dirán que: “como senador he luchado para sacar a los chinos del Canal de Panamá y abaratar la comida para los ciudadanos de …”. En cuanto al contenido de la información presentada, no hubo datos nuevos, ni siquiera se habló del peor enemigo del Canal de Panamá, el cambio climático.
Nada se dijo de las decenas de miles de millones de dólares invertidos por los puertos estadounidenses para aprovechar la carga que el Canal ampliado les permite recibir. No hubo un solo razonamiento económico presentado que sustentara, que el Canal de Panamá no es un costo para la economía de los Estados Unidos, sino un gigantesco subsidio.
La cacería de brujas
Desde que en 1692, en el pueblo de Salem, en el estado de Massachusetts se inició la serie de los famosos juicios por brujería, los Estados Unidos se ha caracterizado por ciclos periódicos de histeria colectiva y estereotipación de un grupo social, una nacionalidad, o una etnia para convertirlo en chivos expiatorios de los problemas del día.
Así, sucesivamente en el siglo XX se turnaron como nacionalidades sospechosas a los alemanes, los rusos, las naciones árabes, los japoneses, y en tiempos más recientes a China. Siempre hay un enemigo real o supuesto que quiere acabar con el estilo de vida estadounidense, la libre empresa, y causar un sobresalto en el orden internacional.
![Un síndrome de China con sabor a culantro](https://prensa.com/resizer/v2/75YUSL2ZTBDG3N7UFRXYU22RUI.jpg?auth=10eb7fabbb4801365186836d8eb2efa68c20e1dce1f270216835c9ef26351bd8&width=1200)
China no es un adversario político de los Estados Unidos, como lo fue la Unión Soviética o la Alemania nazi, sino un fuerte competidor económico. Las teorías economicistas que en las décadas de 1980-1990 dominaban la academia, los tanques de pensamiento, las grandes multinacionales y las instituciones financieras internacionales, postulaban que China haría una transición hacia la democracia liberal y una plena economía de mercado, si aumentaban la inversión extranjera hasta convertir al gigante asiático en la fábrica del mundo. Steve Jobs, fundador de la gigante tecnológica Apple acuñó una frase que describía esta situación: “Nosotros [Estados Unidos] pensamos y ellos [China] sudan”.
Al mandar cientos de miles de millones de dólares en inversión en fábricas en China, los países occidentales abarataban sus costos laborales, transferían su contaminación y disfrutaban de una era de abundancia de productos hechos en Asia. Rápidamente, la balanza comercial de casi todo el planeta se volvió deficitaria con China. Los gobiernos del Partido Comunista Chino dirigieron la economía hacia sectores de mayor valor agregado y crearon la clase media más grande del mundo.
Esa es la bruja que le salió a los Estados Unidos. Un rival económico con la cartera tan grande que podría comprar o alquilar influencias, negocios y riquezas en todas partes del mundo. China se aprendió muy bien los manuales de negocios de las multinacionales, así como de las mejores universidades del mundo. Si se fuera a enunciar una frase que describa la situación actual sería algo como: “China estudia mientras Estados Unidos consume”.
Panamá atrapada
La fuerza de la Historia tiene reservados roles protagónicos a puntos geográficos relativamente insignificantes del mundo: Waterloo, Dunkerque, Ayacucho, Puebla, Iwo Jima o las Malvinas. Existen otros espacios geográficos que, muy a su pesar, como Singapur, El Líbano o Panamá, pasan a tomar un papel de importancia como símbolos de una era o como parte de una tendencia global.
El hecho de que Panamá se haya convertido en una frontera económica, entre Estados Unidos y Japón en la década de 1980, y luego con China, es la más clara prueba del éxito de los panameños. Los Tratados Torrijos Carter hicieron posible otro país, y con ello los riesgos como los carteles de la droga, Odebrecht, flujo masivo de migrantes, y las oportunidades como el desarrollo logístico, el hub de las Américas, y el enorme potencial de nuestra biodiversidad.
Para aprovechar lo que somos necesitamos de mucha inversión extranjera: Japón estuvo dispuesto a considerar la construcción de un canal a nivel por 40 mil millones de dólares en la década de 1980. A su vez, China consideró financiar el tren Panamá-David por más de 4 mil millones de dólares. Ambas inversiones implicaban un incómodo compromiso de larga duración con dichos países.
Los Estados Unidos no pueden ser todo para todo el mundo. Al ser un país-continente, sus oportunidades económicas propias, son enormes. Su economía es la primera del mundo y su moneda se usa en el 70% de las transacciones internacionales. Panamá y los Estados Unidos son aliados por la historia, socios económicos y comparten en términos generales una cultura común. Sin embargo, Estados Unidos ha abandonado a América Latina y al Caribe, incluyendo a Panamá, en este siglo. Son sus decenas de millones de consumidores de drogas los que han sumido a gran parte de la región en altos niveles de violencia y conflictos. Esto, a su vez, ha contribuido a generar millones de migrantes indocumentados en busca de su sueño americano. Es la predilección estadounidense por gobiernos autoritarios, lo que terminó por abrirle la puerta al Socialismo del Siglo XXI.
Para bien o para mal, la supuesta presencia china en el Canal de Panamá ha encendido las alarmas de los Estados Unidos. Las declaraciones belicistas de Trump, han puesto a muchos países democráticos de nuestro lado. Panamá necesita ser mucho más que un Canal.
Es urgente articular una economía que incluya a todo el país, que le dé valor a los alimentos producidos en esta tierra, al aire que respiramos y al agua que tomamos. Nuestro país puede ser un referente en ingeniería genética, inteligencia artificial, robótica, semiconductores y por qué no, en cine, arte y moda. Todo eso y más podemos ser. Nuestra gran tarea es tener relaciones normales con el resto del mundo basadas en el respeto, la transparencia y el interés nacional.
Desde el mes de diciembre pasado, cuando Trump hizo su primera descarga sobre el Canal de Panamá y China, nos debimos haber preparado para enfrentar este desafío. Los acontecimientos de los próximos días y semanas revelarán que tanto se preparó el país para hacerse respetar y para aprovechar esta atención mundial. Si Estados Unidos quiere pasar el resto de su historia cazando brujas, es vital que Panamá no sea parte de esa causa.