Neil Gaiman, escritor inglés de libros de fantasía y autor de cómics, asocia el género de la ciencia ficción con la reflexión, la indagación y la invención. La versión fílmica del manga Alita, ángel de combate cumple con todos estos aspectos.
Alita, ángel de combate es un homenaje a los excluidos, a los millones de hombres y mujeres que sobreviven en los márgenes entre la pobreza y la discriminación, y entre la indiferencia de los poderosos que tienen las riendas de lo político y lo económico.
Esos expulsados del paraíso residen en el infierno, que en esta película por encargo del director Robert Rodríguez y producida por James Cameron, se llama Iron City.
Estos desterrados de la bonanza están claros que son los perdedores entre los derrotados, porque no se llevan a engaños, saben que integran una sociedad letal y hecha de escombros.
Esos apartados son conscientes de su condición también porque arriba de ellos, a una corta distancia, está lo que parece ser el paraíso, o por lo menos, piensan que ese otro mundo sobre sus cabezas es mejor que ese que ahora es el suyo por obligación y no por decisión.
Allá arriba no hay querubines, está Nova, una persona malévola, controladora, egoísta, que lo ve todo y decide el destino de cada uno de ellos, que no promete mucha bondad que regalar si alguien logra subir a visitarlo, pero todos quieren conocerlo, no importa si verlo a los ojos los condena a una muerte inminente.
Iron City y el cielo prometido están habitados por desalmados y los dos están bajo las estelas de la corrupción y de la ley del más fuerte.
Iron City es lúgubre y terrible, donde todos han perdido una parte de su humanidad, donde todos se han vuelto, literal y metafóricamente, máquinas. El cielo no se sabe, pero como la esperanza es alimento para el alma, los que están abajo sueñan con que es hermoso, igualitario y placentero.
Mientras esta película se mantiene en ese nivel es interesante, porque Robert Rodríguez y James Cameron asimilaron una lección: la ciencia ficción tiene la función social de prepararnos para los cambios por venir, y además, es un género literario y cinematográfico, que si bien ocurre en el futuro, busca entender el presente como han demostrado las obras maestras de Ray Bradbury, George Orwell, Stephen King y H. P. Lovecraft.
Seres vencidos
Otra historia es cuando Alita, ángel de combate le da protagonismo a un deporte que emula los juegos salvajes en la Roma antigua, entonces su interés se desinfla (aunque tiene su gracia que los combatientes se destruyen entre sí para aspirar ir al cielo).
Como también pierde vigor cuando Alita, ángel de combatese concentra en una convencional historia de amor juvenil entre diferentes, aunque la tragedia shakesperiana del desenlace del romance salva a la patria.
Por eso, trato de olvidar esas partes de Alita, ángel de combate y prefiero concentrarme en la guerrera que le da título a la película, porque nunca es cobarde y no permite que ningún hombre le dé órdenes.
Me quedo con el Dr. Dyson Ido, el único adulto bueno en Alita, ángel de combate, un dios que abandonó el cielo para convivir con los imperfectos de Iron City. Quizás porque supo que los Nova de allá arriba son despreciables, aunque jueguen a ser padres abnegados.
El Dr. Dyson Ido sabe que el infierno es la convivencia con los otros (y consigo mismo) y que existe aquí en el plano real como planteaba Jean-Paul Sartre, pero a pesar de eso, se inclina por estar y ayudar a Iron City porque ellos saben lo que son, sin hipocresías. Él es un Orfeo que baja a los infiernos, no para ver y aprender sobre la podredumbre humana como hicieron Dante y Virgilio, sino para encontrar a Eurídice (en este caso Alita y el resto de los habitantes de Iron City representan a la humanidad que puede ser redimida). Alita, ángel de combate nos enseña que todos somos tanto Orfeo como Eurídice.