'Brooklyn': transición a una nueva vida

'Brooklyn': transición a una nueva vida
'Brooklyn': transición a una nueva vida


Eilis Lacey ha vivido en medio de encrucijadas, y las decisiones que ha tomado le han marcado la vida de forma permanente.

Esta tímida joven debió elegir entre quedarse en un lugar seguro, aunque de futuro incierto, como es la comunidad de County Wexford, al sureste de Irlanda, donde reside junto a su hermana mayor y su madre, o cruzar el océano rumbo a un desconocido Estados Unidos, donde no hay nadie a quien conozca.

Debe plantearse, una vez ha llegado a Brooklyn, Nueva York, si es capaz de comenzar de nuevo, sin familia, en una ciudad y un país tan distintos al suyo, o se regresa a su comunidad europea.

Ella, siempre sola, retraída, temerosa, cuando por fin se encuentra con el amor, lo hace por partida doble y con dos hombres tan distintos en cuanto a clase social, modales y actitudes. Por lo que también su alma debe tomar partido y quedarse con uno o con ninguno.

Ese es uno de los atractivos del personaje central de la hermosa Brooklyn. Porque Lacey (una genial Saoirse Ronan) se parece a usted y a mí, a cualquiera que se ha lanzado a una aventura y ha fallado o resuelto su dilema una vez decidió saltar al vacío.

A Lacey la entenderán aún más los inmigrantes, el verdadero gran tema de la querida Brooklyn. Son ellos los que mejor saben lo que es dejar todo atrás, dar la espalda a lo hecho y mirar hacia adelante, hacia otra dirección tan lejana a lo experimentado.

Los que han dejado su terruño comprenderán a Lacey, que al principio quiere dejarlo todo y retornar al hogar, pues es terreno confortable porque lo conoce al dedillo.

Entenderán que luego Lacey tendrá dos amores hondos: el pasado, representado por su patria, y el presente y el futuro con la cara de ese espacio geográfico diferente que ahora la acoge.

Porque Lacey ama y añora a su Irlanda natal, pero con igual intensidad quiere y adora a Brooklyn.

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DESTACADA

Este drama romántico ocurre a inicios de la década de 1950 y es dirigido con destreza por John Crowley, quien recibe un apoyo notable del escritor Nick Hornby, que se hace con la misión de adaptar al cine la exitosa novela homónima de Colm Toibin.

Hornby ya había comprobado versatilidad a la hora de manejar argumentos vinculados con mujeres como dejó claro con películas como Alma salvaje (2014), Mejor otro día (2014), An Education (2009) y Amor en juego (2005).

Brooklyn está nominada a los premios Óscar en las categorías de mejor película, guión adaptado (Hornby) y actriz (Ronan), y bien pudo ser tomada en cuenta en apartes como fotografía (Yves Belanger), vestuario (Odile Dicks-Mireaux) y diseño de producción (François Séguin).

Brooklyn es, y no es un defecto en sí, convencional y sencilla si le compara con los otros largometrajes nominados este año a mejor filme.

No tiene escenarios reales majestuosos como El Renacido ni los efectos especiales de The Martian ni el humor ácido de The Big Short; su tema no es polémico como el de Spotlight, no tiene el presupuesto holgado de Puente de espías ni desea crear suspenso como La habitación, tampoco tiene la espectacularidad de Mad Max: furia en la carretera.

Porque Brooklyn es de la vieja escuela. Me recuerda a los dramas pequeños e íntimos de los años 60, cuando lo que importaba era la historia, los personajes, los conflictos y los actores.

Nada de trucos ni ediciones rápidas ni malabares técnicos ofrece Brooklyn, pues su complejidad radica precisamente en los retos, los prejuicios, los compromisos, los problemas, los sacrificios, los amores y las tentaciones que deben sortear sus personajes, en particular Eilis Lacey.

De todos los filmes mencionados, con la única que guarda relación Brooklyn es con La habitación. Ambas son irlandesas (con ayuda de otras productoras) y es la primera vez en la historia de la estatuilla dorada que dos títulos de aquel país llegan al aparte de mejor película.

También las une el hecho de que son modestas en sus facturas, en donde lo primordial es su trama y las excelentes actrices que les dan forma y sentido.

También hacen fusión Brooklyn y La habitación porque tienen como protagonistas a mujeres valientes, decididas, aves raras en un Hollywood que le da pocas oportunidades a los personajes femeninos y a las actrices que les dan vida, salvo en las muchas veces cursis comedias románticas.



NOBLEZA

También me gustó Brooklyn porque no tiene nada de escabroso ni peligroso lo que rodea a Eilis.

Es decir, el cine estadounidense nos tiene demasiado acostumbrados a que sus hombres y mujeres de ficción deben salvar al mundo y enfrentarse a villanos miserables, y en Brooklyn los riesgos son más humanos, más cotidianos, de esos que cualquier espectador puede decir, sin ánimos de mentir o exagerar: “eso me ha pasado a mí”.

Más de uno, como Eilis, ha estudiado para tener un mañana más lleno de promesas. Como ella, más de uno abandona a su familia y su barrio para buscar su porvenir.

Como esta chica adorable hemos sufrido de soledad, tristeza, melancolía y hemos hecho lo posible para levantarnos y continuar.

Al igual que Eilis, cuando hemos tenido ocasión de cambiar de aires, de tener otras experiencias, nos sentimos más seguros, con mayor confianza, con menos temor a fracasar.

De seguro más de un integrante de la platea añora tanto el ayer que lo idealiza. Quizás se solidarice con Eilis cuando una tragedia familiar la obliga a regresar antes de tiempo a Irlanda, y allá vuelven los dilemas que pensaba habían terminado y que en esta ocasión son iguales, aunque al revés.

Allá, en la apacible y casi bucólica County Wexford, Eilis se hace preguntas de difíciles respuestas: ¿qué es lo más sensato para ella? ¿Se queda en su pueblo o se devuelve a Brooklyn? ¿Dónde ha sido más feliz? ¿Dónde tiene un destino más halagüeño? ¿En qué parte se siente atrapada y en cuál maneja cierta libertad e independencia? ¿Hay que sentirse culpable cuando se opta por la novedad? ¿La lealtad hacia los orígenes incluye una fidelidad hasta las últimas consecuencias? ¿Cuándo hay que escuchar al corazón y en qué momento a la razón? ¿Los anhelos y los sueños son más importantes que los padres y las antiguas costumbres? ¿Hay un precio preciso para disfrutar de la prosperidad? ¿Solo se puede alcanzar el triunfo en tierras extranjeras?

Por eso, la impecable Brooklyn es delicada y excitante, conmovedora, refrescante y afectiva, tierna y dolorosa, delicada, cautivadora y cálida, todo por partes iguales.

De seguro estará seis días en la cartelera, como ya le pasó a Carol y La habitación, demostrando, una vez más, que las buenas películas salen rápido del circuito nacional porque una parte enorme del público está demasiado deformado, ocupado o despistado como para darse cuenta de que en ocasiones tiene ante sus ojos joyas resplandecientes de la cinematografía mundial y no se enteran o les da igual o no tienen la curiosidad o la sensibilidad necesaria para apreciarlas.

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