El escritor Javier Cercas y las formas de mirar el pasado

El escritor Javier Cercas y las formas de mirar el pasado
El escritor Javier Cercas y las formas de mirar el pasado


El reto de cada país es cómo se enfrenta a los errores que ha cometido, sobre todo en situaciones límites como una guerra.“Todos los países del mundo tienen en su pasado algún tipo de conflicto, no hay ninguno que sea impoluto.

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Ni Estados Unidos ni Inglaterra, ni Francia, ni muchos menos España. Es imposible que sean impolutos porque los seres humanos no somos perfectos”, explica Javier Cercas (Cáceres, España, 1962), escritor que participó en Centroamérica Cuenta, festival literario que terminó ayer sábado en Managua, Nicaragua, organizada por el escritor nicaragüense Sergio Ramírez.

La pregunta fundamental es qué se hace con lo encontrado durante esa visita al ayer más inmediato.

Hay quienes esconden los trapos sucios “como si no hubiera pasado nada, y se dicen a sí mismos que no ha habido muertos ni familias destrozadas, ni se han registrado dictaduras militares”.

La otra opción posible es con la que está de acuerdo el responsable de novelas como El inquilino (1989) y El vientre de la ballena (1997): afrontar las equivocaciones con la mayor honestidad posible.

Lo vital es analizar lo que ocurrió y “por muy duro que sea lo que se encuentre, debemos intentar curar todas las heridas”.

Porque el camino más sencillo y menos doloroso, aunque más irresponsable a la larga, es proclamar: “no quiero saber nada”.

Lo necesario es preguntarse qué ha pasado, tener la actitud de querer investigar y “luego seguir adelante, porque si lo desconocemos no podremos seguir bien”.

El caso de España y su Guerra Civil (1936-1939) no es el único, indica Cercas.

Reitera que hasta las sociedades más civilizadas deben emprender esa tarea con sus respectivas historias.

“Todos los países tienen cadáveres dentro de sus armarios”, agrega el autor de piezas narrativas como Anatomía de un instante (2009) y Las leyes de la frontera (2012).

Javier Cercas considera que la Guerra Civil Española fue apenas un preámbulo de la posterior Segunda Guerra Mundial (1939-1945), una especie de primer acto de la pesadilla que después se desataría en casi todo el planeta.

Señala que son conflictos, de alguna manera, parecidos entre sí, pues ambas fueron batallas entre facciones fascistas y comunistas contra las instituciones democráticas.

CUANDO SE MAQUILLA EL AYER

Sobre el caso español, el problema fue que su Guerra Civil “la ganaron los malos”, opina el escritor.

En el resto de Europa, las facciones fascistas fueron derrotadas tras la Segunda Guerra Mundial. Mientras que en la década de 1930, quien triunfó en España fue el dictador Francisco Franco (1892-1975), que estuvo en la cúspide entre 1938 y hasta junio de 1973, cuando fallece.

Aunque considera que Franco no era un fascista por completo, lo que sí hizo fue disfrazarse como tal, porque era una forma de rendir culto a sus modelos a seguir: el alemán Adolf Hitler (1889-1945) y el italiano Benito Mussolini (1883-1945) de quienes, por lo menos al inicio, “recibió apoyo técnico, político y militar”.

Cabe resaltar, plantea este docente y ensayista, que también colaboró a favor de los planes de Franco “la pasividad de las democracias europeas de entonces, en particular Inglaterra y Francia, que no apoyaron al gobierno legítimo que perdió la guerra ante Franco. La democracia española cayó por falta de apoyo de sus propios vecinos”.

Opina que la Guerra Civil Española fue horrible porque puso a pelear a hermanos contra hermanos, y los vecinos mataban a sus vecinos porque cada quien estaba en bandos contrarios.

Lo habitual, señala Cercas, es que había miembros de un mismo clan que profesan los ideales de los republicanos y otros seguían al bando franquista.

Por eso que este tipo de situaciones “tardan mucho tiempo en cicatrizar, porque el asesino y los familiares del asesinado, así como los sobrevivientes del conflicto se conocen y viven uno al lado del otro”.

En España no han procesado del todo esta realidad, “porque no hemos hecho las paces por completo con nuestro pasado”.

Es cuando el escritor cita una reflexión del novelista y poeta estadounidense William Faulkner (1897-1962): “el pasado no está muerto, ni siquiera es pasado”.

De allí que está convencido de que “el pasado es solo una dimensión del presente. No debe ser un asunto de curiosidad que debamos conocer sobre el pasado, sino para estar claros que forma parte de nuestro presente”.

Le golpea a su ánimo que la sociedad moderna esté bajo el control de “una dictadura del presente, la que ordena que el ahora se entiende solo con el presente. Eso es una gran mentira. Sin el pasado, en especial el más inmediato, del que todavía guardamos memoria y del cual hay testigos con vida, es una parte relevante del hoy”.

Sin ese ayer tan cercano, el ahora “queda mutilado, no se entiende para nada. Esto es un efecto secundario de un fenómeno que define a nuestra época: el dominio absoluto que tiene sobre la realidad, de forma creciente, los medios de comunicación social y la internet”.

En particular acusa a la televisión y a las redes sociales como los principales responsables de todo, porque no solo reflejan la realidad, sino que además la fabrican y la construyen a su antojo y sus intereses.

Aquello que no ocurre en los medios de comunicación social, plantea, es como si nunca hubiera ocurrido.Admite que este fenómeno tiene un aspecto a favor. “Hoy tenemos un control sobre el poder, como nunca antes había tenido la humanidad en su historia”.

El detalle gris es que lo ocurrido hace 24 horas ya no es relevante para la programación noticiosa que ofrece la pantalla chica. “Lo que pasó hace solo una semana ya pertenece a la prehistoria de la información. Entonces la gente piensa que la historia solo le interesa a los escritores, los periodistas y a los docentes”.

Advierte de que entonces lo pasado reposa en los archivos de las bibliotecas y pocos consultan esa fuente de conocimiento, lamenta.

Todo está conectado. Lo que ocurre hoy en Europa con sus crisis económicas o la llegada de cientos de miles que buscan seguridad y prosperidad en el Viejo Mundo “no se puede entender sin comprender primero las dimensiones y las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil Española”.

Opina que ayudaría a digerir lo ocurrido, si se llevan a cabo gestos simbólicos de pedir perdón a lo interno de cada país.

Ese proceso no le parece fácil si se sitúa en el espectro de su España. Por ejemplo, los líderes de la derecha actual deben aceptar, de alguna manera, “son herederos de la derecha franquista, aunque el gobierno de Mariano Rajoy, que está hoy en el poder, no sea un partido fascista, aunque algunos digan que esto es falso”.

FRANCIA

Los franceses no se quedan atrás con el cómo reaccionan con los sucesos de su pasado reciente, porque los nazis que conquistaron al país galo fueron “bien acogidos” por una parte de la población invadida.

Lo ocurrido en Francia durante la Segunda Guerra Mundial “fue una guerra civil entre franceses que estaban a favor del régimen autoritario de Vichy, un colectivo cómplice de los nazis (firmaron un armisticio con la Alemania nazi), y los que estaban a favor de una Francia antifascista”.

Lo que se registra más tarde, cuando la paz retoma el mando, es que el militar y escritor Charles de Gaulle (presidente de Francia entre 1958 y 1969) “levanta la bandera de la libertad y tiene la extraordinaria capacidad de hacerles creer a los franceses que la mayoría de ellos habían sido simpatizantes o integrantes de la Resistencia contra el fascismo y eso no es verdad, porque muchos también eran partidarios de Adolf Hitler”.

De Gaulle hizo un gran maquillaje sobre el pasado, pues convenció a los franceses que todos habían sido antifascistas. Al principio de la guerra hubo pocos franceses que se resistieron al invasor alemán”, remarca Cercas, aunque apunta que su número fue aumentado de forma paulatina con el paso de los meses y más de uno se unió después a las denominadas Fuerzas Francesas del Interior, un movimiento de lucha armada contra el nazismo que también se repitió en Polonia, Noruega, Grecia, Yugoslavia y la Unión Soviética.

¿Qué llevó a De Gaulle a tomar esa decisión? Quería edificar una nueva y unida Francia en términos políticos, lo que es positivo a simple vista para Cercas, lo negativo es que lo hizo a partir de una mentira y eso hace daño a largo plazo, anota quien por su novela Soldados de Salamina obtuvo premios en España, Reino Unido, Italia, Chile y Colombia.

De Gaulle estaba convencido de que lo suyo era un acto patriótico, pues deseaba construir una sociedad compacta, sin divisiones serias después de ese período aterrador, sostiene.

El problema es que ese pasado sombrío, tarde o temprano, “siempre vuelve”, en especial en Europa, que “en los últimos mil años ha estado en casi permanente guerra entre los diferentes estamentos de poder de la región. Nuestro deporte continental ha sido la guerra. No ha habido paz absoluta en Europa”.

Le parece favorable que Francia y Alemania se hayan perdonado sus respectivas acciones durante la Segunda Guerra Mundial.

“La idea es que no nos matemos entre nosotros. Lo hemos logrado, salvo lo que ocurrió en Yugoslavia”, indica Cercas en torno a la llamada Guerra de los Balcanes, conflicto que varió de intensidad y que se registró entre 1991 hasta 2001.

INDIVIDUOS

Si los países le huyen a sus actos, los individuos que la conforman no se quedan demasiado atrás.

Hay algo común en cada persona, según el novelista Javier Cercas. Cuando la gente, de todas las clases sociales, políticas y económicas, se mira ante el espejo de la historia no siempre hacen luego lo correcto.

¿Por qué? Cuando se trata de una imagen negativa lo que se refleja en ese espejo, lo “habitual es no querer revelar lo que ocurrió, prefieren no ver, porque aquello que puede ser muy duro”.

Recuerda que no hay una sola persona que no haya experimentado momentos difíciles.

Su último libro trata de esa clase de conflictos, aunque desde el comportamiento cuestionable de un individuo. En El Impostor, Cercas estudia a un hombre que mintió en todo lo relacionado consigo mismo: su nacimiento, su nombre...

Su protagonista engañó a propios y extraños, proclamando que había sido sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial y hasta llegó a ser el presidente de una asociación de antiguos deportados españoles en los campos de concentración de la Alemania nazi.

Su nombre verdadero es Enric Marco, a quien no le agradó el contenido de El Impostor.

Se trata de un hombre que fue importante y conocido dentro y fuera de España. Incluso habló en el parlamento español en memoria de las víctimas y los sobrevivientes de esa confrontación.

“Cuando se descubrió que era un impostor absoluto” en 2005, a partir de investigaciones del historiador Benito Bermejo, Javier Cercas quedó enseguida prendado del tema y comenzó a escribir una pieza sobre por qué mentimos, cuán frágil es la verdad, con qué frecuencia se engaña en términos individuales y colectivos, cómo este comportamiento no colabora a conciliar el pasado histórico español, y por qué nos gusta tanto la mentira.

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