Pablo Montoya: las infamias del dinero, la corrupción y la religión

Pablo Montoya: las infamias del dinero, la corrupción y la religión
Pablo Montoya: las infamias del dinero, la corrupción y la religión


Cuando el colombiano Pablo Montoya residía en París en los años 1990, mientras realizaba su doctorado en Estudios Hispánicos y Latinoamericanos en la Universidad de la Nueva Sorbona, se encontró con los trabajos de Jean-Paul Duviols.

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Este docente francés se dedicó a conocer, recuerda Montoya, “a las representaciones pictóricas del indio americano en el siglo XVI, y allí fue cuando vi los grabados que hizo Théodore de Bry (grabador de Lieja) sobre los dibujos de Jacques Le Moyne (cartógrafo y pintor de Diepa)”.

Luego, en la medida en que Montoya se apasionó por las guerras de religión y, particularmente, por la masacre de San Bartolomé, ocurrida durante las guerras de religión de la Francia del siglo XVI, “di con la célebre y única pintura que quedó de François Dubois (pintor de Amiens). Después, profundicé sobre sus vidas y sobre sus obras”.

Al cabo de casi 20 años de lecturas y viajes, Montoya escribe Tríptico de la infamia (Penguin Random House), que presentará en la XII Feria Internacional del Libro de Panamá el jueves 18 de agosto, a las 8:00 p.m., en el Salón Chaquira del centro de convenciones Atlapa.

Pablo Montoya participará el 19 de agosto, a las 8:00 p.m., en el Salón Boquete, en un conversatorio con  Santiago Gamboa (Colombia) y Jaime Abello Banfi (Colombia), y entre todos dialogarán en la mesa ‘Horizontes de la literatura colombiana’.

Mientras que el sábado 20 de agosto, a las 7:30 p.m., en el Boquete, conversará Montoya con su colega Sergio Ramírez (Nicaragua) sobre ‘los personajes de nuestras historias frente a la intolerancia’.

¿Qué lo llevó a explorar la vida de estos creadores?

Ninguno de ellos está en las grandes historias de la pintura europea. Sus periplos existenciales casi oscurecidos, y solo conocidos fragmentariamente por algunos especialistas, me permitieron poner en movimiento la imaginación literaria.

Estos pintores me atrajeron por el vínculo de sus vidas y sus obras con esos dos grandes conflictos del siglo XVI y que de manera traumática marcaron nuestra modernidad: las guerras de religión y la conquista de América y su exterminio indígena. Al escribir Tríptico de la infamia logré establecer, en el campo de la novela, puentes entre literatura y pintura, que es uno de los pilares de mi obra literaria.

¿Qué liberó la actual intolerancia religiosa?

Actualmente hay un caso ostensible de intolerancia religiosa: es el de los grupos extremistas islámicos. En menor medida asistimos a casos de extremismo judaico y cristiano. El cristianismo ya tuvo sus épocas tenebrosas al respecto.

En el caso de los islamistas no hay explicaciones definitivas. Sus manifestaciones extremistas obedecen a motivos políticos, económicos y religiosos. Ellos son la última cadena de una larga confrontación entre sociedades cristianas y sociedades islámicas comenzada con las Cruzadas.

Está el hecho de que las grandes potencias europeas y Estados Unidos están interviniendo militarmente, para beneficiarse de los recursos naturales, en esas zonas en donde se producen los atentados. Lo de Siria es uno de los casos más vergonzosos de esta intervención errática.

Esas presencias extremistas, tanto en Oriente como en Occidente, se realizan en un marco de guerra declarada. Y están las políticas migratorias de los países europeos después de la Segunda Guerra Mundial.

Los islamistas en Europa, desde que participaron en la reconstrucción de los países por la Segunda Guerra Mundial (los árabes en Francia y los turcos en Alemania) han padecido una cotidianidad de oprobio y de segregación que ha originado ese fenómeno masivo de jóvenes desubicados que, ingenua pero letalmente, escogen la senda del extremismo armado.

Las intolerancias religiosas se presentan en un marco de desigualdades sociales que no ha sido resuelto por las democracias neoliberales. Los fanatismos obedecen a la gran crisis que tales democracias atraviesan. Sus modelos de Estado-Nación cada vez son más endebles.



¿Es obligación del artista denunciar lo que está mal?

La escritura literaria es una manifestación del descontento que nos suscitan los órdenes sociales en que hemos vivido. Y como estos sistemas de civilización, construidos a lo largo de los últimos milenios, están sostenidos sobre la inequidad social y la violencia, sobre la mentira y la manipulación, la literatura debe dar cuenta de tales circunstancias con altura estética, audacia imaginativa y altura intelectual.

¿Y su abordaje al siglo XVI?

De ese siglo renacentista y extremista, mostré la crueldad de las guerras religiosas y de conquista que fueron motivadas y sostenidas por las ambiciones del dinero y la religión, en este caso del cristianismo católico y protestante. Si bien Tríptico de la infamia muestra ignominias aquí y allá, no desconoce el valor que la belleza artística ocupa en las vidas de los tres pintores que se narran.

¿Cuáles han sido las peores infamias?

Las infamias provocadas por el dinero y la creencia de que mi dios es el único dios en el cual deben creer los demás y de que yo, como ser humano, soy el rey dominador del planeta. Cuando logremos erradicar de nuestros corazones, de nuestras mentes y de nuestros modus vivendi estos grandes equívocos, las cosas serán mejores para nosotros y para la tierra en que vivimos.

¿Qué infamias han sido las más ocultadas?

Las cometidas por los poderosos a quienes ampara el ejercicio de la política o el desmesurado poder de sus economías. Miremos el caso de Colombia, en donde una gran cantidad de infames han ocupado altos cargos gubernamentales y los siguen ocupando.

Se han producido en los últimos años una serie de masacres, un genocidio político, grandes desplazamientos humanos cuyos máximos responsables han sido los gobernantes de turno o los jefes de los numerosos grupos delictivos que en Colombia, por la iniquidad social y la corrupción galopante, se reproducen como hidras. Y con esos gobernantes, en general, no ha pasado nada.

La justicia no puede tocarlos porque la política no lo permite y porque sus carteras pagan lo que sea. Basta pensar en un caso como el de los Falsos Positivos, en donde hay más de 5 mil muertos, casi todos jóvenes inofensivos que fueron asesinados por el Ejército bajo la excusa de que esos muchachos, varios de ellos con retrasos mentales, eran guerrilleros.

En ese suceso los máximos responsables son Álvaro Uribe, a la sazón presidente, y Juan Manuel Santos, su ministro de Defensa. En un país decente una realidad como la de los Falsos Positivos daría para que todo un gobierno se cayera. Pero en Colombia cosas así dan mayor respetabilidad. Ese es el tamaño de nuestra ignominia. La impunidad, que reina en un 97% de los casos de la justicia, es la escoria que nos llega hasta el cuello. Ser colombiano significa llevar a cuestas esta descomunal crisis ética y moral.

¿Qué lecciones hemos aprendido de la conquista europea a América Latina?

Somos producto de una larga historia de colonizaciones. Primero fueron los europeos, luego los norteamericanos. La colonización económica continúa. El mapa de la dominación económica del siglo XVI es muy parecido al de la actualidad. Cambian los nombres de los poderosos, pero las dinámicas y los resultados de la expoliación son más o menos los mismos.

Las grandes multinacionales son en Colombia los dueños de los recursos naturales y no vacilan en arrasar ecosistemas imprescindibles para la conservación de la naturaleza porque su divisa inobjetable es la producción desenfrenada y ganar dinero.

No hemos aprendido ninguna lección. La sociedad de consumo en la que vivimos muestra con amplitud los sometimientos impuestos, que son más vergonzosos porque se supone que por nuestra formación educativa han transitado muchas fórmulas modernas de la libertad y la justicia.

En el caso de la religión, hemos recibido la herencia hispánica de la contrarreforma y la inglesa del protestantismo. Y esas herencias no han sido liberadoras. Ellas, tal como actúan y los grandes consorcios que significan, manipulan nuestras conciencias.

No voy a negar que se han ganado espacios en la construcción de sociedades democráticas en un panorama como el latinoamericano, antes atravesado de dictaduras militares y aristocracias siniestras, pero todavía falta mucho para lograr avances que permitan creer que entre nosotros la vida humana, la de los animales y las plantas y la del planeta posee una alta dignidad. En la defensa del planeta y su equilibrio, somos una especie sencillamente devastadora.

¿Qué opina del proceso de paz colombiano?

Aunque no milito en ningún partido político y los que existen en Colombia me despiertan todo tipo de reservas, he apoyado estos procesos de paz. Mi pacificismo incondicional –no apruebo los aparatos militares ni las guerras- me hace creer que es muchísimo mejor un proceso de paz, así este no sea tan transparente como quisiéramos y esté atravesado de posiciones polémicas, que la continuación de una guerra.

¿Las dos negociaciones las ve fructíferas?

Las negociaciones con las FARC ya están en su culminación y solo hay que esperar el resultado del plebiscito y que, si este gana, el proceso de desarme de la guerrilla se produzca de la mejor manera. En Colombia los ricos representados por los terratenientes, los ganaderos y los narcos pueden interrumpir este camino de paz. Tienen todo el poder militar para hacerlo. Y ese es el gran fantasma que hay: que los grupos narcoparamilitares den al traste con todo este tramo recorrido. Tramo que ha sido benéfico porque ha disminuido los altos índices de la violencia.

Las conversaciones del ELN están como estancadas y habrá que esperar el modo en que el proceso con las FARC logre su objetivo, esto es, que este grupo de la extrema izquierda haga política sin armas. Lo ideal es que en Colombia lleguemos a un momento en que tanto los grupos extremos de la derecha y la izquierda se desarmen y convivan políticamente en democracia. Eso se logrará si desaparece el narcotráfico, combustible mayor de nuestras calamidades; y se reducen nuestras desigualdades sociales que, como se sabe, es una de las más altas del continente.



Han tardado medio siglo  para resolverlo. ¿Por qué?

Por la incapacidad política de nuestros gobernantes conservadores y liberales que jamás pudieron realizar una reforma agraria adecuada a las necesidades de los campesinos. Por la estulticia de los poderosos del país (terratenientes, militares, líderes religiosos y empresarios) que han visto con malos ojos los progresos de las sociedades laicas y los debates democráticos.

Las ideas socialistas en el país del Sagrado Corazón de Jesús que fue Colombia durante el siglo XX fueron no solo demonizadas, sino reprimidas y aniquiladas. Por la intervención de Estados Unidos, culpables en mucha medida de nuestros infortunios económicos.

Por la llegada nefasta del narcotráfico, una continuación del contrabando de nuestra historia colonial y republicana, y que logró penetrar todos los estamentos del país y envilecernos hasta el tuétano. Por la manera en que las guerrillas se han deteriorado, uniendo a sus prácticas revolucionarias el negocio del narcotráfico, el secuestro y el salvajismo de sus atentados.

Por la bestia del paramilitarismo que creció al amparo de los altos mandos de la política oficial y sus fuerzas militares. Y un pueblo colombiano que ha permitido que en su geografía se haya presentado un conflicto de tales dimensiones. Colombia es el único país de América Latina que se dado el lujo de sostener durante estos años los ejércitos que han hecho esta guerra cara, inútil y sangrienta.

-¿Qué opinión le merece la situación cubanos ingresados ilegalmente a Colombia y que están en la población de Turbo, departamento de Antioquia?

Me merecen una profunda conmiseración. Yo fui migrante en Francia durante años y, sin haber padecido jamás las humillaciones que los cubanos y haitianos pasan en esos campamentos, creo saber lo que sucede en tales condiciones.

Se trata de personas que buscan mejores condiciones de vida porque huyen de un país cuyo modelo social está lleno de las limitaciones propias de las dictaduras militares. A esos y demás migrantes del mundo deberíamos de tratarlos con respeto.

Pero ¿qué puede hacer un Estado como el colombiano frente a estos pobres seres humanos, si en su seno hay más de seis millones de desplazados y no ha sido capaz de restañar la herida que este gigantesco drama humano representa?

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