El presente es el mejor salvaguarda de la memoria colectiva de los pueblos, y a la par, debe ayudar a que esos conocimientos adquiridos de forma previa sirvan de algo para los otros que vienen detrás de ellos.
Este patrimonio del pasado debe colaborar para que las nuevas generaciones aprendan de los aciertos y las equivocaciones de los que le antecedieron.
Por eso es fundamental que el arte, entre otros saberes, siempre desarrolle temas sobre distintos aspectos vinculados con el ayer, porque al estar pendiente del ayer, este puede ser el vehículo para enseñar al público que el presente es consecuencia de lo pasado.
De allí que un drama como The Post deba ser visto por el público en general, y que no despierte solo el interés de los miembros de los medios de comunicación social, que en apariencia son su audiencia más potencial, sino que también anime a las salas a todo aquel ciudadano preocupado por el devenir de la humanidad.
Las distancias entre el ayer y el hoy se vuelven nada cuando las situaciones se repiten, como si fuera una determinación que los hombres y mujeres nos equivocarnos con la misma piedra una y otra vez.
The Post nos recuerda una verdad tan antigua, como la relación entre el poder y los seres humanos: los gobernantes les mienten a sus gobernados, y eso provoca, entre otras, que la estupidez pese más que la lógica, la justicia y la sensatez, y eso a su vez lleva a que el progreso y la civilización sean ubicados en el puesto de atrás de un vehículo conducido por los necios.
En lo específico, este brillante drama periodístico, dirigido por Steven Spielberg, evidencia las dimensiones ideológicas, humanitarias, económicas y políticas de la guerra de Vietnam y cómo varios presidentes de la Unión Americana (John F. Kennedy, Lyndon B. Johnson y Richard Nixon) sabían que ese conflicto bélico nunca iba a ser ganado por Estados Unidos, pero el afán y la vanidad les impedía admitirlo en público, y en aras de mantener una frágil supremacía ante la sociedad global, y porque la guerra es tan buen negocio como las drogas o la prostitución, mandaron al matadero a miles de soldados estadounidenses.
The Post también nos recuerda que todos tenemos derecho a pedir y recibir información y que los periodistas tienen la responsabilidad de informar, en especial, sobre los llamados señores del poder económico, social y político, quienes mandan por encima del derecho y las leyes.
Esta interesante producción de Steven Spielberg advierte que los de arriba siempre van a buscar la manera de dominar a los que no son sus iguales, y una de las maneras de control es cercenar la libertad de expresión, olvidando que no solo es un bien social, sino que además es un derecho de cada individuo de la Tierra y también uno de los soportes de toda democracia que ostente una buena salud.
Hablando de democracia, The Post anuncia lo que nunca debemos creer como algo obvio y sobreentendido: el exceso de poder o la acumulación de un poder desmedido lleva al derrumbe de los derechos de los muchos para favorecer a unos pocos.
Steven Spielberg actúa como un experto historiador, como ya hizo en producciones anteriores como Amistad, La lista de Schindler y Munich, a la hora de explicarnos cómo es la metodología de los presidentes corruptos, retratados por la figura del cuestionable Richard Nixon, y deja ver la posibilidad de que mandatarios modernos puedan cometer los mismos vicios que aquel personaje que ingresó de la peor manera dentro de la historia de Estados Unidos.
El cine, en las manos de Steven Spielberg y a través de dos grandes personajes y actores (Tom Hanks es Ben Bradlee, director de The Washington Post, y Meryl Streep es Katherine Graham, editora y responsable de este rotativo), pasa a ser un medio de legitimidad histórica, cuando The Post cuenta la lucha por la libertad de expresión en junio de 1971, entre los periódicos The New York Times y The Washington Post, y un Richard Nixon que Spielberg lo muestra como un ser malévolo que se mueve en las sombras.
The Post, nominada a mejor película y actriz (Meryl Streep) en el Óscar 2018, también coloca al periodismo como un oficio que, bien llevado a cabo, está para defender los intereses de la Constitución y las personas, y que tiene entre sus misiones ser vigilante y observador de las decisiones, públicas y privadas, que toma el Estado.
El personaje de Meryl Streep, por su lado, representa cómo muchas veces el papel de la mujer en la Historia en mayúscula pasa por debajo de la mesa, por culpa de un machismo que engrandece las acciones de los hombres y decide siempre minimizar el rol de las féminas, quitándoles, de forma sistemática, el protagonismo que se merecen las damas dentro del devenir del mundo.