Cada año hay unas cuantas producciones independientes, de esas que tienen bajos presupuestos y que ofrecen tramas atrayentes, que la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood destaca en su repartición de nominaciones al Óscar.
En esta ocasión las elegidas fueron Room, Brooklyn y Carol. Las dos primeras provienen de Irlanda y la última del Reino Unido.
Room, de Lenny Abrahamson, está en la carrera en los apartes de película, director, actriz principal y guion adaptado. Brooklyn, de John Crowley, opta al Óscar en las categorías de película, actriz principal y guion adaptado. Mientras que Carol, de Todd Haynes, está presente en actriz principal, actriz de reparto, guion adaptado, fotografía, banda sonora y vestuario.
Cada una más distinta que la otra en cuanto a estilo, aunque las tres exploran la naturaleza humana sometida a situaciones límite. Y todas tienen como protagonistas a personajes femeninos fuertes y decididos.
Mientras que Room es sobre la capacidad de adaptación de una madre y su hijo a las más difíciles circunstancias de encerramiento (tanto mental como físico); Brooklyn es sobre cómo la soledad lleva a una madre viuda a ser egoísta y manipuladora con su hija menor, y en Carol una madre madura de clase alta se debe enfrentar a una sociedad conservadora y machista.
No extraña que este trío de filmes se hicieran fuera del circuito de Hollywood, una industria donde, por lo general, las damas tienen pocas oportunidades de conseguir papeles estelares y cuando lo hacen, lo usual es que sigan las reglas de comportamiento de los hombres en la gran pantalla, es decir, golpear, atacar, matar y salvar el mundo.
El estudio It’s a Man’s (Celluloid) World (2015, Universidad de San Diego), reveló que el 3% de las 100 películas más taquilleras de 2002 en Estados Unidos fueron protagonizadas por mujeres. En 2014 subió un poco al 12% y fue gracias a sagas como The Hunger Games (Jennifer Lawrence) y Divergent (Shailene Woodley).
CONTRA LA ADVERSIDAD
Room habla de la actitud de quienes se imponen barreras para luchar contra la adversidad o cuando permiten que otros edifiquen muros a su alrededor; y cuando hay obstáculos que están en la mente de cada quien y que los miedos e inseguridades los hacen más grandes de lo que realmente son.
Esta extraordinaria producción se basa en una igualmente meritoria novela de 2010 de Emma Donoghue, quien se hace cargo de adaptarla a la pantalla grande.
Room es una metáfora sobre cómo somos de acuerdo a a qué nos exponemos y cuánta capacidad se tiene para salir adelante.
¿Se puede sobrevivir apenas con lo indispensable y dentro de un mundo que mide 3.5 x 3.5 metros? ¿Se puede residir en un sitio desde donde no puedes saber nada del exterior, salvo lo que observas a través de un tragaluz en el techo?
En la novela finalista del Man Booker Prize, el lector sí tarda un par de páginas en saber en qué condiciones vive un niño de cinco años (un soberbio Jacob Tremblay) y su madre (una todoterreno Brie Larson).
En la versión fílmica, por razones de que es otra clase de ritmo narrativo, a los pocos minutos se plantea que ambos están recluidos, no como parte de una cuarentena sanitaria ni porque están en un búnker para eludir un tornado, sino que están atrapados por culpa de un sicópata conocido como el Viejo Nick (Sean Bridgers).
Lo que importa en Room es qué hacen para no volverse locos los personajes dentro de un universo tan mínimo. La mamá logra transmitirle seguridad a su pequeño, pero, ¿a qué precio si algún día logran escapar?
Este asunto de una adulta capturada en una situación complicada y humillada en todos los sentidos, recuerda los esfuerzos de un padre durante la Segunda Guerra Mundial para que su niño desconociera que estaba en el peor de los infiernos en La vida es bella (1997, Italia, Roberto Benigni).
Por su extraordinaria actuación Brie Larson ha ganado un Globo de Oro, el Sindicato de Actores, Critics Choice Awards (junto a Jacob Tremblay) y tanto el American Film Institute como el National Board Review seleccionaron a Room como una de las mejores producciones de 2015.
MIRADA LIBERADORA
Tanto la pieza literaria como la audiovisual encuentran en el niño a su centro y el espectador ve el mundo y sus retos desde su mirada.
El menor desconoce qué hay allá afuera, pues no tiene idea de que hay algo más que Habitación, como él la llama. Por eso, cada sencillo objeto es un amigo tangible: el inodoro, la mesa, el lavamanos, y como tal los trata con cariño y respeto.
En Room, el director Lenny Abrahamson maneja varios géneros cinematográficos de manera fluida. Va del drama familiar al thriller de sobrevivencia y pasa de un terror claustrofóbico a un emotivo drama social.
Es brillante cómo Abrahamson, el director de fotografía Danny Cohen y el diseñador de producción Ethan Tobman transmiten en todo momento una sensación de encerramiento y asfixia, de dolor y emoción, pánico y esperanza a las paredes que existen dentro y fuera del corazón y la mente de madre e hijo.
Porque el espectador sabe que hay mucho más que las cuatro paredes de un cuarto, de una casa y de un hospital, pero los personajes no están seguros de ello. Al mismo tiempo, uno disfruta cómo esas áreas son un universo insondable cuando existe la entereza de enfrentarse a las mayores complicaciones.
Room es aún más angustiosa porque uno sabe que en la vida real hay historias terribles de jóvenes que han sido secuestradas por 10, 20 y hasta 30 años, como ha pasado en las últimas décadas en ciudades equidistantes como Londres y Cleveland.
Room no se concentra en el agresor. Su foco son las víctimas y cómo llevan el estar en la prisión y de qué manera esa celda se mantiene, incluso, si recobran la libertad.
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