Los concursos de belleza son populares en América Latina. ¿Por qué será esa fascinación por estos certámenes?
El cineasta venezolano Carlos Caridad Montero tiene una teoría sobre el tema: “tiene que ver con la necesidad de ascenso social rápido en nuestros países, caracterizados por una perenne crisis económica”.
Esta clase de competiciones fueron “en sus mejores momentos, un atajo hacia un estatus económico superior para nuestras mujeres, así como el deporte —el béisbol, el fútbol o el boxeo— lo es para los varones”, explica el director de la comedia dramática 3 bellezas.
“Ganar una corona, para una chica de un barrio humilde puede significar un mejor empleo o un mejor partido para casarse. Tiene mucho de picaresco este asunto”, agrega Caridad Montero sobre un tema que desarrolla en 3 bellezas, que se proyecta hoy sábado 9 de abril a las 5:00 p.m., y el 11 de abril a las 9:45 p.m., ambos días en la Sala 5 de Cinépolis Multiplaza, en el marco del Festival Internacional de Cine de Panamá (IFF Panamá).
Sobre los concursos de belleza como parte de un sistema de culto al cuerpo que domina a Occidente, plantea el director que esto se da “dentro del conjunto del complejo industrial de la belleza, integrado por la publicidad, la industria alimenticia y de la salud, y la moda”.
Hay que recordar que en las últimas décadas, “la belleza se ha convertido extrañamente en un signo de salud y viceversa. Ahora uno no solo debe hacer dieta para bajar de peso y sentirse mejor, sino también para ser más bello”, opina.
DE BELLEZAS Y CONCURSOS
Carlos Caridad Montero asegura que en su natal Venezuela, desde el siglo XX, “los reinados han estado muy ligados a la política”.
En la década de 1920, la elección de una reina de Carnaval “terminó en una revuelta estudiantil contra el dictador Juan Vicente Gómez. Poco después, la sociedad caraqueña se dividió en torno a dos candidatas —una humilde, otra de clase alta—, lo que mostró las tensiones ocultas de nuestra sociedad”.
La caída del dictador militar Marcos Pérez Jiménez en la década de 1950 “se inició cuando prohibió elegir una reina de belleza por votación popular. En los años de 1990, una reina de belleza, entonces alcaldesa y ex Miss Universo, enfrentó a Hugo Chávez por la presidencia del país”.
Cuando Hugo Chávez llegó al poder, “enseguida los organizadores del Miss Venezuela hicieron otro concurso en el que eligieron a una reina de belleza bolivariana, más morena”.
La relación con la política “contribuyó a la construcción de las candidatas como modelos sociales a seguir por niñas y adolescentes. El hecho de que hemos contado con reinas de belleza muy inteligentes y simpáticas también ha ayudado a crear esa figura”.
En Venezuela, sin embargo, y a diferencia del resto del mundo, debido a su estatus, “los reinados —principalmente el Miss Venezuela— son los principales difusores del culto al cuerpo y han terminado imponiendo ese tipo de patrón estético artificial de mujer blanca, alta, delgada, europea, rubia, inalcanzable para la mayoría de la población femenina venezolana”.
“En Venezuela es conocida la aversión del presidente del Miss Venezuela a coronar a una candidata afrovenezolana. En alguna entrevista ha dicho que ‘la negritud venezolana es fea”, indica.
“El análisis de la competencia y sus secuelas era lo que más me interesaba de la historia. Era además su aspecto más universal. De haber cambiado el contexto de los concursos por el deportivo, y de haber hecho que todos los personajes fueran masculinos, las historia habría dicho lo mismo”, dice.
Después de investigar en los concursos de belleza de Venezuela para su documental Más allá del Valle de la Silicona (de próximo estreno), concluyó que “la competencia era el gran motor que mueve ese mundo”.
OPERACIONES
Otro aspecto que trata 3 bellezas es la obsesión por las operaciones de cirugía estética. A principios de esta década, en Venezuela “se realizaba una liposucción cada 7 minutos y una operación de senos cada 20 minutos, lo que es una verdadera barbaridad para un país de cerca de 30 millones de habitantes. Es, además, una tasa muy superior a hace 15 o 20 años”.
Este pico se debió, sin lugar a dudas, al boom petrolero, que “elevó el poder adquisitivo de los venezolanos a la estratosfera. Podías conseguir un préstamo bancario para ‘montarte’ un par de implantes o hacerte un tunning corporal”.
Aquella bonanza se acabó y eso indica que afectó a la industria de la cirugía plástica. “La tasa de intervenciones estéticas se ha reducido mucho, y a la venezolana no le quedará más remedio que volver a adoptar la belleza natural, a aceptarse tal cual vino al mundo”.
Sin embargo, como consecuencia de esa misma crisis, “Venezuela ha pasado a convertirse en un destino predilecto del turismo quirúrgico estético de América Latina. Mujeres de todos lados están viniendo a Venezuela a operarse”.
DE BAJADA
Carlos Caridad Montero admite que los reinados no son tan atractivos en Occidente como sí lo eran en las décadas de 1980 y 1990.
En el caso de Venezuela, la decadencia “comenzó con el advenimiento de la cirugía estética en los concursos. El público percibió el uso de la cirugía plástica como una especie de trampa. De repente, ya no se premiaba a la mujer más bella o más perfecta, sino a la mejor arreglada”.
Al mismo tiempo, el concurso se convirtió en “una especie de fábrica de candidatas, en la que no participan mujeres sino “productos” —así llama el presidente del Miss Venezuela a sus candidatas— que a veces ni siquiera eran oriundas del estado que decían representar, con lo que el público dejó de sentirse representado por su muchacha”.
El golpe definitivo ocurrió “hace unos años, cuando Miss Venezuela se convirtió en un reality show que terminó por destruir los restos de glamur que le quedaban y expuso todo lo que había de misoginia tras bastidores”.
Después vino la crisis económica nacional y “le dio el tiro de gracia. Cuando en [las décadas de] 1980 y 1990 las reinas obtenían jugosos premios, como automóviles último modelo, ahora ganan una póliza de seguros”.
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