En el 2009, murió la madre afectiva del escritor costarricense Carlos Cortés, que “fue la última de las protagonistas directas” de la historia que desarrolla en Larga noche hacia mi madre. Eso le abrió la posibilidad de conocer otros aspectos de aquella trama, que solo conocía “de oídas y por murmullos a través de las paredes”.
En 1998, cuando corregía Cruz de olvido, redactó un texto autobiográfico titulado La lengua paterna, en la que contó por primera vez “esa memoria de los años y los lugares perdidos. Lo hice porque mi padre biológico había sido asesinado en 1962, a los 35 años, y quería ponerme en “situación de escritura” a la misma edad, antes de cumplir los 36 y antes de que los papeles entre padre e hijo -algo que nunca fuimos- se trastocaran”.
A partir de entonces, el autor iba a ser mayor que su progenitor y “era una manera de señalar una fecha y conjurarla. Es una fecha que repetía míticamente el asesinato del padre y que yo quería repetir, pero solo en el papel”.
En la novela “todo es ficción y a la vez todo es autobiográfico. Es una “autoficción” que va descubriendo poco a poco las verdades y las mentiras de una historia familiar. La memoria que tenemos de los acontecimientos -la manera en que reconstruimos los acontecimientos- es ficcional”.
No ficticia en un sentido “de contar mentiras, porque, ¿acaso los deseos, sueños y recuerdos, implantados por las ilusiones y el miedo, son mentira? Todo nuestro proceso evocativo y la forma en que le damos sentido al mundo es ficcional, artificial”.
DE LA OSCURIDAD HACIA LA LUZ
Para Carlos Cortés, la Feria Internacional del Libro de Panamá es la más grande de Centroamérica y “es impresionante su organización y su poder de convocatoria”.
Le interesa reencontrarse con los lectores panameños que tuvieron oportunidad de leer sus obras Cruz de olvido y Tanda de cuatro con Laura.
Ahora viene en una calidad doble, con las novelas Larga noche hacia mi madre (Penguin Random House) y Mojiganga (Premio Rogelio Sinán).
“Amo Panamá. Es un lugar en mi corazón. No sé si es un lugar real o el lugar que me inventé para estar con mis amigos y recuerdos panameños, para reencontrarme con el Casco Viejo o con una sociedad multicultural fascinante”, admite.
“Siempre he tenido una gran relación afectiva con los escritores y con la literatura panameña, desde el cariño inmenso y la admiración que le tengo a Consuelo Tomás hasta otros grandes nombres como Rogelio Sinán, Chuchú Martínez, Pedro Rivera, Enrique Jaramillo Levi y Rafa Ruiloba”, resalta Cortés, quien a continuación da detalles sobre Larga noche hacia mi madre.
La relación entre la madre y el hijo que protagonizan esta novela se basa en el odio y la orfandad, que “de alguna manera es la incomunicación más total y absoluta. La historia familiar que se cuenta es de varias generaciones marcadas por la negación del vínculo entre hijos y padres”.
Desde la primera frase de la novela, “el ataque -como lo llaman los franceses- se define: ‘Mi madre no quiso ser otra cosa en la vida que una buena mujer. Y una buena madre. Yo la odiaba y no sé si aún la odio. Odiaba odiarla y odiaba saber que la odiaba’. Es una relación sumamente compleja, llena de silencios, implícitos, sobreentendidos y no dichos, que van transformando la relación a lo largo de la novela”.
“Larga noche hacia mi madre es una apuesta radical hacia el fin de las emociones, hacia una forma de literatura que involucra las emociones y pasiones del lector. El escritor que comenzó a escribir este libro no es el mismo que lo terminó; en el camino entregué todo lo que tenía, y estoy agradecido con la vida por haber sobrevivido a la travesía y estar de este lado del espejo, del lado de los vivos”, opina.
—¿Qué papel juegan en el desarrollo de los personajes la culpabilidad, la orfandad y la soledad?
Son parte de la atmósfera emocional en que sobreviven. La novela lo que cuenta es el viaje de la oscuridad hacia la luz, de la culpabilidad silenciosa -que no puede decirse- hacia las palabras, hacia una cierta redención a través de las palabras. Y las palabras, de algún modo, son un consuelo contra la irremisible soledad a la que te condena el silencio. Se escribe una novela para abolir el silencio, para desmentirlo, para decir que, a pesar de todo, no somos total o completamente huérfanos en la soledad de la tierra.
—¿Cómo puede sobrevivir en términos afectivos un niño que ha perdido a su padre, y cuya madre no le explica nada sobre su pasado?
Con la imaginación. Yo reivindico plenamente el proceso de invención que te permitir convertir un juguete en un mundo o una casa en un laberinto, un enigma o un castillo. Yo soy escritor porque antes fui un niño jugando solo en medio de una familia de mujeres, que me amaban, pero que no podían borrar el pasado familiar ni el presente de la muerte y de la locura, que nos acechaba en todo momento. Porque a un lado de la orfandad y la soledad, esta es una historia marcada por la sombra de la locura -que, no nos equivoquemos, es una forma de sobrevivencia-. Así que yo jugaba, jugaba mucho, pero jugaba solo, y para ir adelante en la vida no he dejado de hacerlo. Los juegos infantiles se transformaron en los libros que leía -que es una forma de expandir tu mundo personal- y más tarde en historias propias.
—En la novela se estudia cómo el pasado marca el presente de los individuos.
En realidad no buscaba nada, salvo contar una historia y contar la forma en que se cuenta una historia y se construye la memoria familiar. Para contar esta memoria, en la que todo está presente, quiero decir, pasado, presente y ese no futuro que es el deseo insatisfecho, era necesario reconstruir un estado de ánimo en el cual se desarrollan los personajes. Mi interés no es tanto el pasado en términos de acontecimientos, sino de emociones. Mi proyecto literario está más bien relacionado con la posibilidad de que el lector se sienta atrapado por las situaciones que narro, no tanto que las conozca intelectual o informativamente. Así que el pasado, más que un hecho cronológico, es una forma de entender el tiempo y las vidas que, como moscas o fragmentos a su imán, quedan atrapadas en él.
En ocasiones, la familia, en vez de ayudar, es un obstáculo.
Como diría un español: es lo que hay. Alguna vez, hace mucho, dije que la madre es el peor enemigo del hombre. Eso fue hace 20 años o más y ahora no lo diría. Cada quien vive su vida como puede, la que le tocó vivir, sin que pueda escoger. Lo que puede escoger es qué hacer con ella. En mi caso, lo que yo llamo “las grandes mujeres de la tierra”, que también formaron la historia de mi familia, me enseñaron a sobrevivir y esa es una gran lección de vida. No es una lección de cómo ser feliz o un método de autoayuda en 12 pasos, o “diez lecciones para tener éxito en la vida”, sino algo más importante: sobrevivir, seguir adelante, reinventarte, reconstruirte, separar lo esencial de lo superfluo y saber que la vida vale la pena ser vivida.
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